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- José Rivera Guadarrama - Sunday, 01 Sep 2024 07:41
A Arthur Schopenhauer (1788-1860) suele atribuírsele cierta filosofía pesimista, oscura, negativa, dolorosa y desesperanzadora, pero no es así del todo. La riqueza de su pensamiento tiene que ver con cuestiones fundamentales de la condición humana, al destacar que, de entre todos los seres, el humano es el único que cuenta con la capacidad de asombrarse ante su propia existencia, poniendo de relieve que nuestra especie tiene una fuerte voluntad de vivir. El punto nodal de su filosofía es la importancia que le otorga al cuerpo, destacando de este organismo vivo su totalidad receptiva, sintiente, sublime. Así lo desarrolla en su obra El mundo como voluntad y representación, aparecida en 1818, en donde le dará un protagonismo importante al cuerpo. Este objeto material y tangible es su punto de partida. Para él, el cuerpo es la totalidad de la percepción porque contiene una sensibilidad que le permite sentir y pensar a partir de su propia materia, postulando un radical análisis en el que demostrará que la sabiduría, el conocimiento, la inteligencia, la creatividad, no sólo están en la mente. Más bien, es desde el cuerpo que se determina toda la contemplación, lo que se percibe y lo que se emite.
Schopenhauer sostiene que el cuerpo es la expresión fenoménica de la voluntad en la conciencia, y esta voluntad es pura actividad, de forma que al objetivarse en el cuerpo expresa su esencia a través de los actos que ejecuta, ya sean pensados o no. Esa fuerza íntima o permanente es la misma que produce el estallido de las estrellas, incluso la que se manifiesta en todos los aspectos de la naturaleza como la gravedad, las leyes de la física, el instinto animal, sus actos reflejos.
Con este planteamiento, Schopenhauer además descarta la idea de que estamos conformados por dos sustancias distintas una de la otra, como lo aseguraban filósofos como Platón, San Agustín, Descartes, Spinoza o Kant. Contrario a ellos, asegura que hay un solo y único elemento que nos constituye, a lo que llama voluntad, la cual se objetiva en el espacio y en el tiempo mediante la corporeidad.
Siguiendo ese hilo argumental, prioriza dos condiciones necesarias para que podamos sentir la experiencia a la que se refiere, estas son “el espacio y el tiempo”, considerando el espacio como aquel que es ocupado por el objeto; mientras que el tiempo es mediante el cual el sujeto percibe al objeto. Sin estas dos condiciones, no es posible pensar en ningún tipo de experiencia. Schopenhauer sostiene que el cuerpo es el único fenómeno real del mundo, el único fenómeno de la voluntad y el único objeto inmediato del sujeto, porque fuera de la voluntad y la representación no conocemos ni podemos pensar nada.
El problema es que cuando ocurre lo contrario de esto, sucede la negación de la voluntad de vivir, entonces la voluntad encuentra su fin. Es aquí cuando se convierte en aquietador de la voluntad y ésta se suprime. Esta eliminación de la voluntad daría paso a la supresión del mundo, de las ideas y producirá la sensación de sufrimiento.
En estos temas es en donde muchos lectores perciben cierto pesimismo en su filosofía ya que, debido a esta especie de peligro latente, el individuo renuncia a su vitalidad. El error está en quedarse con esta lectura fragmentaria de sus planteamientos, en los que da la impresión de que es un pensador insatisfecho, afectado por el dolor del mundo. Más bien, lo que impulsa y guía su pensamiento es la afirmación desbordante respecto a todo lo que vive.
“El mundo es mi representación, esta es la verdad que vale para todo ser viviente y cognoscente, aunque sólo el hombre puede llevarla a la conciencia reflexiva abstracta, y cuando lo hace, surge en él la reflexión filosófica”, escribe Schopenhauer en su obra principal. De esta manera, la esencia del mundo es la voluntad como elemento que preserva la continuidad del individuo y de nuestra especie. Es por eso que la riqueza de su filosofía no debe quedar velada por su pesimismo, por su radical oposición a Hegel, o por sus anécdotas de vida.