Yo jugué dominó con la señora presidenta
- Enrique Héctor González - Sunday, 01 Sep 2024 07:49
–No vayas a salir con tus chistes reaccionarios, cabrón –me dijo M esa vez que, como cada dos viernes, nos reuníamos para echar la ficha y fechar lo que viniere. –Hay gente de izquierda allá adentro y… pues, no les encantaría escuchar tus barbaridades –así dijo, o por lo menos es lo que Sandra me tradujo, porque yo estaba apenas estacionando el coche y no escuché bien. –O como quieras, en esencia estás en tu casa –completó mi amigo, que es la manera en que apostilla sus comentarios incómodos, la forma en que suaviza lo que dice para no hacer sentir mal a nadie.
Era un viernes cualquiera de un año cualquiera por ahí de los primeros dos miles, y ahora tocaba jugar en casa de M&M, como me gusta decirle a la pareja que forman mi cuate y su mujer, sin ninguna alusión chocolatosa. Esa vez había invitados numerosos, los cantores de protesta de antaño, la familia fija, los activistas del sesenta y ocho, un conglomerado de voces que permitía pensar que el dominó se prolongaría hasta el fondo de la noche o se suspendería inevitablemente, pues no había tantas mesas en la casa como para albergar a treinta jugadores distribuidos en ocho partidas de cuatro individuos. Pero, poco a poco, la fiesta se fue desflemando y al final quedamos los mismos de siempre, más la señora presidenta y su pareja de entonces, un hombre especializado en caer bien.
Se armaron las retas del dominó y Felipe el neólogo, con sus amenazantes manos de huesos tatuados en cada falange, abrió la primera partida. En total quedábamos diez, así que dos tenían que retar. La señora presidenta –que en ese entonces no sabía que lo sería, pero ya se le notaba en la mirada condescendiente y en su actitud más o menos hierática– prefirió esperar a los primeros desalojados de las dos mesas antes de integrarse al juego, con gran angustia de su pareja, que se consideraba un consumado perpetrador de cierres espectaculares. Sin embargo, a él también se le daba la indulgencia y aceptó ser reta.
Sandra y yo éramos quizá los peores jugadores de ese cónclave de convalecientes de la era del priismo septuagenario (todos, mal que bien, simpatizábamos con la nueva izquierda del CEU y lamentábamos el fraude electoral sufrido por el ingeniero) pero teníamos a menudo la suerte de nuestro lado, así que no nos tomó mucho tiempo despachar a Romeo y Julieta, que así se llama, contra todo pronóstico, el matrimonio más longevo de esta fértil tertulia. Nos tocó entonces jugar con la señora presidenta y su pareja exultante, un profesional de la gracia que con numerosas supercherías y su sonrisa estratégica de intimidación pretendía que nuestra buena estrella variara. Yo me acostaba a la menor provocación (se me da), previniendo un tiempo de secas en el que ni la paja floreciera, pero Sandra me pedía con los ojos que fuera más atrevido. Propuse entonces un enroque de lugares para tener a mi derecha y, según yo, ajusticiado, al simpático aquel que cantaba cada jugada desde antes; pero mi pareja, que dominaba todos mis movimientos –y lo sigue haciendo, incluso en el dominó–, me recordó con un leve guiño de los párpados que, aunque hubiéramos ido en días pasados a cenar al Froyys Taco de Tlalpan con M&M y la señora presidenta, no teníamos por qué jugar tan precavidamente: había que arriesgar.
Recordé entonces cómo alardeaba un tío materno cuando le metía a la ficha y empecé a blofear como acostumbro en momentos de nerviosismo, que son los más. A flojo no hay quien me gane, decía cada dos jugadas. Escupe Lupe y otros latinajos que pusieron muy de malas a Sandra, quien se hubiera deshecho de mí en el acto si la cálida cadencia de un cuarteto de dominó se pudiera ejecutar entre tres. Asunto complicose; es decir, púsose de la chingada, solía decir el tío Rafa cuando nada le salía o cuando alguien le cerraba el paso a su firme o ya no iba al baile la de seises. Yo, en mis devaneos desesperados por quedar bien (también se me da), tiré por distracción un poco del agüita de arrayán, quiero decir, del mezcal espadín con que M&M suelen agasajar a sus invitados. Rápidamente trapeé lo que se cayó al piso quitándome el zapato y absorbiendo con el calcetín bien puesto el líquido derramado, lo que le causó cierta gracia (siempre discreta) a la señora presidenta. –¡Qué rápido lo limpiaste!, con esa técnica habría que deshacernos de tanto político corrupto –dijo.
Me envalentoné con el comentario y empecé a jugar bajo el influjo de una inspiración desbordada, lo que en términos reales equivale a hacer caso omiso de lo que tiren los otros tres jugadores y cometer burrada tras burrada sin el menor reparo. Se me ocurrió entonces: “El sexo es como el dominó: si no tienes buena pareja más vale tener buena mano”, y arremetí con todo hasta el extremo de provocar un zapato en contra que hizo la felicidad de nuestros adversarios. Sandra me miró entonces con una furia contenida que ya no encontró diques para despilfarrar su enojo y soltó sobre la mesa: “Tenemos que irnos”, y acto seguido hizo mutis por el foro dirigiéndose hacia el coche, mientras M&M la urgían a quedarse al son de un vino rosado en copa flava, que es lo que más le gusta. “Ya bailó Bertha”, pensó para sí la señora presidenta, sin advertir que dos décadas después esa frase aludiría al primer nombre de una flor náhuatl, de infausta memoria, que bailó al final de la misma manera.