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- Luis Tovar @luistovars - Friday, 06 Sep 2024 22:12 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El mundo del absoluto silencio (II y última)

 

Miriam y Lola son pareja, viven juntas y, hasta donde alcanza lo aparente, son felices. Miriam es HOPS –hija oyente de padres sordos–, es capaz de comunicarse a través del Lenguaje de Señas Mexicano (LSM) y no sólo eso, sino que lo imparte a personas en su misma situación. Además es actriz de teatro y se encuentra en pleno ensayo de la chejoviana pieza La gaviota. Lola es sorda de nacimiento, sabe leer los labios y aprendió a vocalizar, lo que le permite comunicarse con cualquier oyente convencional; empero, no maneja el LSM y no sólo eso, sino que se niega a aprenderlo.

En la escuela de LSM Miriam conoce a un nuevo profesor, sordo de nacimiento, con quien establece una amistad solidaria y empática, y es al primero que confiesa el conflicto tremendo que vive: confirmado por el otorrino, progresiva e irreversiblemente se está quedando sorda. La creciente pérdida auditiva viene acompañada de un zumbido cruel por inatacable, persistente y, conforme pasa el tiempo, potencialmente enloquecedor –imagine que cada segundo de cada día de cada semana de cada mes de cada año, un agudísimo zumbido restalla sin parar en su cabeza, poniéndose por delante y estorbando hasta opacar casi por completo voces, notas musicales y el sonido de cada cosa alrededor.

Todo se trastoca: en los ensayos, Miriam no escucha el pie para decir sus parlamentos, la directora se impacienta, no sin furia la reprende. En las reuniones, Miriam hace su labor de intérprete con cada vez menos sosiego, pues anticipa su inminente pertenencia al otro lado del binomio: la sordera ya completa. Con Lola las disputas se incrementan: ésta reclama para sí la normalidad que le concede la comunicación con los normales, aquélla se desespera porque el mundo, tal como lo ha experimentado hasta ese instante está a punto de perderse, convertido en otra cosa y, aunque ella sabe de ese otro lado de la realidad, el del silencio permanente, el hecho es que ni ser hija de padres sordos ni dar clases de LSM significa que lo haya vivido en carne propia; simplemente no lo quiere para ella, pero no se trata aquí de querer o no querer y la resignación ha de llegarle tarde, si es que llega.

Miriam transita, de ida y vuelta varias veces, de la impotencia y la desesperación, ruidosas, al acatamiento callado de lo inevitable; renuncia al teatro sin darle a la directora ninguna explicación; en casa, a solas, rompe los discos elepé que no podrá escuchar muy pronto; protesta, llorosa y empequeñecida, cuando el colega profesor de LSM la lleva a un puente sobre el estridente Viaducto citadino para mostrarle las bondades del silencio si es total. Con Lola se aproximan al punto de ruptura, la armonía naufragante pone de manifiesto las debilidades del amor y habrá que poner mucho de su parte para que la barca, ahora silente por completo, no zozobre.

 

Los no normales

Todo el silencio (2023) es la ópera prima largometrajista del mexicano Diego del Río; para elaborarla contó con la buena pluma y la experiencia de Lucía Carreras –Nos vemos, papá; Tamara y la catarina, entre otras–, así como una trayectoria dramatúrgica que incluye puestas en escena de La gaviota, El zoológico de cristal y Momma. También contó con el trabajo excepcional de Adriana Llabres en el papel de Miriam y el de Ludwika Paleta como Lola, acompañadas de actores y actrices emblemáticos del teatro y cine mexicanos: Arcelia Ramírez, Diana Bracho, Enrique Singer y más. A reserva de que hubiera otra en el anonimato, Todo el silencio es la primera y única cinta mexicana pensada para que un espectador sordo pueda verla y entenderla, pero no sólo éste sino también; en otras palabras, el filme tiene la capacidad de mostrarle a los normales que la exclusión –involuntaria incluso– puede hacer que broten sus insanos frutos en presencia y en virtud de la más mínima diferencia respecto de una generalidad, y que ésta haría bien si se revisa y se abre, si no a la comprensión cabal, cuando menos a la tolerancia activa.

 

 

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