El grito y la escultura

- José Rivera Guadarrama - Friday, 06 Sep 2024 21:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El grito, ese gesto elemental que deforma todo el rostro, ha sido un tema recurrente en la escultura. En este artículo se presentan algunos ejemplos famosos realizados por Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) o Agesandro, Polidoro y Atenodoro, autores del grupo escultórico 'Laocoonte y sus hijos'.

 

Las esculturas no se mueven, es mediante sus posturas que transmiten emociones; una de las exaltaciones humanas menos reproducidas en la escultura es el grito, y cuando los artistas intentan plasmarlo, el más recurrente es aquél que refleja dolor, angustia, horror, dejando de lado otras diferentes escenas que podrían expresar alegría, júbilo, sorpresa, entusiasmo.

En la historia del arte escultórico son pocas las piezas que logran develar algún tipo de actitud que pudiera considerarse como un grito, sin dejar de lado las complejidades técnicas a las que se enfrenta esta disciplina artística, cosa que no sucede en fotografía, en pintura o en el cine, cuya vinculación entre arte y emoción está marcada de manera más perceptible y dinámica.

Los diferentes gritos humanos se emiten de acuerdo con los diversos estados de ánimo. No puede haber una clase homogénea que determine esta expresión, además de que su diversidad incluye otros aspectos, como el sonido que produce, la duración, la intensidad, la focalización, expresiones físicas, la reacción derivada de determinada acción, entre otros aspectos.

Una de las piezas escultóricas más antiguas que ha suscitado debates al respecto es el Laocoonte y sus hijos, la cual representa a un sacerdote griego que se negaba a recibir un caballo de madera, ofrendado durante la legendaria Guerra de Troya. El modelado intenta narrar la escena en la cual una serpiente marina se enrosca en los brazos y piernas de los personajes, matándolos a todos. Sin embargo, en esta antigua pieza griega, “la abertura de la boca indica mejor un suspiro ahogado y lleno de angustia”, sin que su aspecto logre reproducir el grito en su totalidad, asegura Lessing en su libro Laocoonte o los límites de la pintura y la poesía. Para él, “no podía el escultor hacer que abriera la boca, porque hubiera resultado una mancha obscura, un agujero, por lo tanto, tuvo que suavizar el grito del sacerdote troyano”.

Lessing reconoce que existen diferentes grados de pasión, pero que al intentar reproducirlas por medio del rostro, el resultado es negativo, debido a que se reflejan feas contracciones y dotan al cuerpo de actitudes violentas “que destruyen por completo la bella armonía de sus líneas en estado de reposo”, de ahí que los artistas antiguos se abstuvieran de traducir esas pasiones, “o bien las redujeron a un grado mínimo, susceptible de una cierta belleza”, indica Lessing.

Siguiendo esos debates respecto a las complejidades técnicas de la reproducción del grito, el filósofo Arthur Schopenhauer asegura que la esencia del grito, y su efecto en el espectador, se encuentra en el sonido y no en el simple acto de abrir la boca, ya que aquél es el acompañante necesario de la expresión, por lo que deberá estar motivado y justificado por la resonancia que con aquello se produce. Por lo tanto, coincide con Lessing en el sentido de que esto va en detrimento de la pieza escultórica, ya que “perjudica la belleza” de la obra.

Además de la escultura de Laocoonte y sus hijos, hay otras que intentan reflejar un grito; entre ellas se pueden citar dos piezas importantes del artista plástico italiano Gian Lorenzo Bernini (1598-1680). La primera es la obra Apolo y Dafne, en donde este último personaje femenino transmuta a una especie de laurel con el objetivo de escapar de las presiones y constantes deseos sexuales del dios Apolo. Otra de sus obras que va en ese mismo sentido es la titulada Anima Dannata (alma condenada) de 1619, que consiste en un autorretrato de Bernini gritando, pero junto a este busto el artista realizó otro opuesto, La paz de espíritu, contrastando ambos estados de ánimo.

Como se ve, hay pocas piezas escultóricas que pretendan reproducir el acto de gritar. Empero, en los escasos ejemplos hay una coincidencia: en general esos gritos intentan reflejar sentimientos de dolor, de angustia, de lamento. No hay, por otro lado, gritos que reflejen placer, regocijo, felicidad. Esto mueve a reflexionar hasta qué punto los estados de ánimo contribuyen a restar o aumentar las cuestiones estéticas en las disciplinas escultóricas.

 

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