Bemol sostenido

- Alonso Arreola | Redes: @labalonso - Saturday, 14 Sep 2024 20:41 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Del ASMR y la saliva

 

“¡Pongamos videos de ASMR!”, gritó mi sobrina de doce años. Pensando que se trataba de un grupo de pop coreano, vimos cómo la pantalla se llenaba de imágenes en las que proliferaban micrófonos y, sobre ellos, manos sosteniendo objetos variopintos. “¡Este!”, proclamó apretando el botón.

Armadas con cuchillos y cucharas, unas manos cortaban, aplastaban y reintegraban coloridos bloques de kinetic sand (arena cinética). Filmado con pulcritud, el video ofrecía sonidos nítidos, superamplificados, en donde cada tajo, manipulación o aplastamiento era fuente de reacciones no sólo para la hija de nuestro atónito hermano, sino para las millones de personas que le dieron like.

Así es. La llamada Autonomous Sensory Meridian Response (ASMR) se ha popularizado en los últimos tiempos a través de plataformas digitales. Es una corriente en la que sospechosos creadores utilizan susurros, crujidos, frotamientos, deslizamientos y otros estímulos auditivos y visuales, buscando respuestas específicas en su audiencia: relajación, reducción de estrés, consecución del sueño.

Digamos que la ASMR, originalmente, es un efecto que se promueve con sonidos suaves e imágenes repetitivas. Puede provocar hormigueos en el cuero cabelludo y la columna vertebral. Con ello, aseguran quienes la ejercen, se alcanza una calma profunda. La realidad, sin embargo, es que a nosotros… ¡nos provoca una desesperación incontrolada! Quisiéramos aparecernos en la habitación de algunos de estos “terapeutas” improvisados para recetarles una dosis de free jazz con Ornette Coleman al saxofón.

¿Por qué? Desde luego está comprobado: hay texturas, timbres, frecuencias, intervalos y voces que, en el mundo sonoro, incitan positivamente la tranquilidad. Ya hemos publicado reflexiones y datos a propósito de los ruidos Blanco y Rosa. Hemos señalado las funciones armónicas que en la música nos llevan a la resolución después de la tensión. Hemos hablado de los rasgos de la consonancia, prófuga de la disonancia, etcétera. Todo porque nos interesa el fenómeno acústico, su impacto en la vida más allá de la música formal o el arte experimental. Sin embargo, una vez más la realidad intenta separarse de sus anclas llevándonos al neurótico encono.

Allí están: incontables personas que se graban hablando a susurros, exagerando el movimiento de la saliva en la boca, usando dispositivos y micrófonos de alta gama para situarse en el tímpano mismo y, desde allí, comenzar un “concierto” enloquecido en donde los instrumentos tradicionales se ven reemplazados por plástico burbuja, cepillos, crema batida, lijas, teclados de computadora, lápices labiales, esponjas, hielos, brochas, atomizadores, gaseosas… Lo que se le ocurra a usted, lectora, lector.

Insertando y parafraseando bobadas cariñosas, los intérpretes de este submundo aéreo se oponen sin saberlo a quienes por décadas ensayaron paisajes sonoros, una de las venas más ocupadas en el corpus del arte contemporáneo. Aunque sea imposible generalizar, debemos decir que la mayoría banaliza el fenómeno auditivo con torpeza y kilos de ignorancia.

A ver. En numerosas composiciones nosotros hemos incluido el “ruido” de chapoteos, cuentas de candelabros, juguetes, vidrios crujiendo, jadeos, pelotas; sampleos con vendedores ambulantes, maquinaria, naturaleza… Nada en la ASMR nos espanta ni nos parece nuevo. Si la traemos a colación es porque hoy parece una simple colección de nombre pretencioso (por alejarse de su contexto médico), a la que sólo volveremos (¡sin decirle a nuestra sobrina!) para mofarnos o molestar a algún amigo melómano… como usted [aquí sonarían diez segundos de la lengua chocando con el paladar]. Queda la advertencia. Abrazos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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