El feminismo que no grita
- Evelina Gil - Saturday, 14 Sep 2024 20:19



Alguien me dice con sonrisa radiante (“ingenua”, es el adjetivo real que cruza mi mente), que por fin México ha cambiado. El que hayamos elegido una mujer para el más alto mando del país lo confirma. El “sí” que brota de mis labios es pura formalidad. Para qué entrar en controversias. Casi envidio a quienes de verdad se la creen; que lo crean a pesar de haber sido testigos de la más abyecta campaña electoral de la que se tenga memoria. El que sus dos contendientes punteras resultaran ser mujeres sacó lo peor de nuestra muy interiorizada educación machista, y lo más chocante era ver y escuchar a otras congéneres, a quienes nuestra sociedad tiene por lideresas de opinión, ensañándose con aspectos tan baladíes como los peinados, el peso, el cutis, la ropa o (el más racista) la textura del cabello. Esta última, afirmar que por tener el pelo rizado una de las candidatas albergaba una serie de tachas morales, resultó en una afrenta masiva para las que compartimos ese rasgo. Semejante comentario, en una sociedad menos tolerante (la de Estados Unidos, por ejemplo) hubiera generado consecuencias mucho más graves para la emisora del insulto. No, México no ha cambiado. Soy portadora de malos augurios y me disculpo: estamos a punto de asistir a otra desvergonzada exhibición de prejuicios de género a la que quienes nos asumimos como feministas deberemos prestar mucha atención y reaccionar en la medida de nuestras posibilidades. No se trata sólo de la presidenta. Ella representa lo que muchos y muchas en este país desprecian, en algunos casos a extremos homicidas (o feminicidas), y si algo aprendimos del bochornoso espectáculo de la pasada contienda es que algunas mujeres también pueden ser (muy) misóginas... incluso si se gritan “feministas”.Por todo lo anterior considero muy pertinente la publicación del ensayo Feminismo silencioso, reflexiones desde el Yo, el Nosotros, el Aquí y el Ahora, de Beatriz Gutiérrez Müller (Planeta, México, 2024) y lamento, en principio, que algunos y algunas lo aborden con un enjambre de suspicacias en mente o, peor, ni siquiera se aproximen a él en razón del mismo recelo. Aclaro lo que debería ser obvio: Gutiérrez es, además de académica e historiadora, novelista y ensayista de sólida trayectoria. Alguna vez la entrevisté por la publicación de su novela histórica y polifónica, Viejo siglo nuevo, publicada en 2012, en plena campaña presidencial de AMLO. Me hice el propósito de centrarme en ella, cosa que logré sin esfuerzo pues, a fin de cuentas, lo mío es la literatura y no la política, y su trabajo literario me interesa. La lectura de su nueva obra, sin embargo, involucra factores que no pueden ser obviados y están íntimamente relacionados con la política, empezando por el hecho de que el feminismo, enunciado en el título, forma parte de ese espectro. A unos cuantos días de que la doctora Claudia Sheinbaum Pardo se convierta en la primera mujer abanderada como presidente de México, las palabras de una autora que declinó el título de “primera dama” por considerarlo clasista y anacrónico adquieren una relevancia histórica y hasta sibilina.
Un manifiesto de principios
Feminismo silencioso aborda múltiples asuntos, uno de ellos su exposición de motivos para rechazar este cargo que, en nuestro país, ha sido más bien decorativo y oneroso. El precio a pagar por lo que, en el mejor de los casos, se percibe como acto de rebeldía, ha sido alto. Ella no defendió su individualidad ante su cónyuge sino ante una tradición vetusta y machista. De alguna manera la ley contempla la figura de “Primera Dama”. Se elige a un individuo para asumir el rango presidencial, no a una pareja ni a una familia, aunque algunos pretendieran proyectarse como efímeras monarquías. De hecho, y la propia autora lo menciona en su libro, no es la primera ni la única esposa de un mandatario que antepone sus intereses profesionales a lo que se espera de ellas y, estoy segura, vendrán más. El caso más notorio es el de la joven arqueóloga Irina Karamanos, esposa de Gabriel Boric, actual presidente de Chile. “La figura de la primera dama, además, si no es ilegal, no es legal. Tampoco es democrática. La esposa de un dirigente, gobernante (o el esposo) debe ser convidada de piedra.”
Gutiérrez continúa ejerciendo su docencia en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, decisión que ha defendido contra el asedio del INAI (Instituto Nacional de Transparencia) que, por presión de académicos contrarios a AMLO, se ha vuelto un dron que gira en torno a la que algunos mexicanos perciben como “primera dama vaga” para chequear sus actividades académicas, el cumplimiento de sus horarios y hasta sus recibos de pago. La autora reflexiona acerca de que los cónyuges de las gobernadoras no sufren este tipo de invasiones a su intimidad, por no mencionar que nadie critica su forma de vestir ni el estado de su cutis. El caso de Beatriz Gutiérrez Müller es representativo de lo que intento exponer desde las primeras líneas; cómo nuestra sociedad llega a ensañarse con una mujer que no se somete a sus designios atávicos. Para nada es casual ni raro que incluso aquellos que han hecho de AMLO el presidente más popular de la historia moderna de México consideren, paradójicamente, que Beatriz es una “primera dama” poco carismática y hasta antipática. Pocos han entendido que su determinación es más que congruente con el hecho de ser feminista, si bien ella misma explica que no es militante, lo cual justifica el título de la obra. En este sentido también es muy pertinente la lectura de Feminismo silencioso, que entre otras cosas nos hace ver que “el feminismo” no es uno solo y que existen diversas formas de ejercerlo y expresarlo, no exclusivamente a través del activismo público, también imprescindible. Que la esposa de un presidente mexicano se oponga a cumplir la función que, dicen, le corresponde y que, en términos reales, consiste en lucir ropa de diseñador y sonreír para las fotos mientras finge retozar con niños pobres, es, a mis ojos, un manifiesto de principios y, asimismo, indicativo de que algo está cambiando; de que las mujeres están preparadas para algo mucho más trascendente que acompañar y ornamentar. Ser, pues, “una persona tutelada”. Desde su aparente alejamiento, Beatriz Gutiérrez ha hecho mucho más por personas necesitadas que cualquiera de sus antecesoras, aunque no lo especifique en este libro que también es una memoria.
Las heroínas olvidadas
Regresando al tema enunciado, la autora dedica extensas líneas al feminismo histórico en México; a mujeres que participaron en política y se colocaron en la palestra incluso cuando el derecho al voto y a ser votadas les era vedado, es decir, realiza, aunque de manera somera (concretamente en este libro), un rescate de importantes nombres femeninos que ninguna calle de nuestro país ostenta. Heroínas olvidadas que contribuyeron al fenómeno político y social que nos ha tocado presenciar. El rescate histórico de figuras femeninas representativas en diversos campos (política, ciencia, arte, etcétera) es uno de los actos más revolucionarios que puede realizar una feminista, aunque se haga en completo silencio y sin aspavientos.
Una de las mayores injusticias cometidas contra Beatriz Gutiérrez, a mi parecer, es la sistemática puesta en duda de la legitimidad de su feminismo, pese a que toda su actitud, incluida una importante parte de su quehacer académico, son harto elocuentes en este sentido. Aunque con bastante respeto, este libro cuestiona la trivialización del movimiento feminista que centra su discursividad en la lucha contra un ente difuso llamado “patriarcado”, mismo que empieza a gastarse por el uso indiscriminado del término. Nos explica qué es el patriarcado. Un gran aparato social en el que participamos todos, sin importar género, raza ni orientación sexual. Así entonces, hablar de una “abolición del patriarcado” es improcedente mientras las mujeres que participan en la vida pública sigan “aceptando el sistema y (compartan) una manera de ver el mundo igual que si su lugar lo ocupara un hombre. La paridad en cargos públicos, que es un gran avance, puede sin embargo ser engañosa. Una mujer, como un hombre, es decir, un género u otro, no garantiza la ejecución de un acto bueno, noble y generoso”.
Feminismo silencioso está impregnado, asimismo, de melancolía y mitigada indignación. No es para menos. La autora se abre de capa, a sabiendas de que no faltará quien tergiverse sus palabras y las use en su contra (aunque, por otro lado, me parece poco probable que alguno de sus detractores/as posea la capacidad para entregarse a esta lectura, si bien se agradece la concesión) y es profundamente consciente de que la inmensa mayoría de los mexicanos no ve en ella a una autora, sino a la esposa del presidente; procura no realizar presentaciones públicas de sus libros pues sabe que al noventa por ciento de los asistentes los guiará el morbo o, en el peor de los casos, reporteros que fabricarán artículos tendenciosos a partir de algunos de sus dichos. Lo que más admiro en esta mujer es la pasión con que abraza una vocación que, de suyo, aporta muchas más satisfacciones íntimas que de otro tipo. Tiene muy claro, además, que “somos lo que hablamos” y actúa en consecuencia. Admiro asimismo su calidad de rompedora de estereotipos, no sólo por su decisión de transformar y dignificar, más que simplemente desaparecer, un símbolo patriarcal (espero no haber gastado más la palabra) como lo es la figura de “primera dama”, sino también por declarar su amor por su hijo, la satisfacción de la maternidad, sin importarle que muchos criticarán la paradoja que, suponen, representa declararse madre orgullosa y feminista. Sus palabras pronunciadas en Minatitlán en 2018 definen con asombrosa nitidez lo que muchos y muchas esperamos del gobierno de Sheinbaum: “Tenemos que creer más en nosotras y en nuestro poder, defender lo que hacemos y contagiar al mundo masculino de nuestra mirada femenina. Nosotros decimos las cosas de otro modo. Es la hora de hablar con nuestro tono y con nuestra intención.”