Alice Munro y la transformación del lector / Entrevista
- Zara Harowitz - Saturday, 21 Sep 2024 20:49
‒¿Nos puede platicar cómo aprendió a contar y a escribir una historia?
‒Inventaba historias todo el tiempo: tenía que hacer un largo camino a pie hasta la escuela y durante ese trayecto generalmente inventaba historias. A medida que crecía, las historias giraban cada vez más en torno a mi persona, como heroína en una u otra situación, y no me importaba que los relatos no aparecieran inmediatamente por el mundo, y ni siquiera sé si pensaba en que otras personas las conocieran o leyeran. Se trataba de la historia en sí misma, en general una historia muy verosímil desde mi punto de vista, con la idea general de la valentía de la sirenita, acerca de su inteligencia, y que era capaz de hacer un mundo mejor, porque saltaba del mar y tenía poderes mágicos y cosas de ese tipo.
‒¿Era importante que la historia se contara desde la perspectiva de una mujer?
‒Nunca creí que eso fuera importante, porque nunca pensé en mí misma como algo distinto a una mujer, y porque había muchas buenas historias sobre niñas y mujeres. Después de la adolescencia se trataba más de ayudar al hombre a satisfacer sus necesidades, etcétera, pero cuando era una niña no tenía ningún sentimiento de inferioridad por el hecho de ser mujer. Y es posible que esto se debiera a que vivía en una región de Ontario en donde las mujeres se encargaban de la mayoría de las lecturas, de contar la mayoría de las tradiciones, ya que los hombres andaban afuera haciendo cosas importantes; no andaban buscando contar historias. Así que me sentía como en casa.
‒¿Qué puede haber de interesante al tratar de narrar la vida de una pequeña ciudad canadiense?
‒Sólo tienes que estar allí. Pienso que cualquier vida puede ser interesante, cualquier entorno puede ser de relevancia; no creo que hubiera podido ser tan valiente de haber vivido en una ciudad y compitiendo con gente a la que por lo general suelen llamarla de un nivel cultural superior. No tuve que enfrentarme a eso. Era la única persona que conocía que escribía historias, aunque no se las contaba a nadie, y, por lo que yo sabía, era la única persona que, al menos durante un tiempo, podía hacerlo en el mundo.
‒Cuando comienza una historia, ¿siempre la tiene estructurada?
‒Lo hago, pero luego suele cambiar. Inicio con una trama, trabajo en ella y después noto que va por otro camino y ocurren cosas que modifican la historia mientras la escribo; pero, en todo caso, tengo que comenzar con una idea bastante clara acerca de lo que trata el relato.
‒¿Qué es lo más difícil cuando se quiere relatar una historia?
‒Creo que probablemente esa parte en la que repasas la historia y te das cuenta de lo mala que es. Ya sabes, la primera parte resulta emocionante, y la segunda también es bastante buena, pero una mañana lo lees todo y piensas “qué tontería”, y es entonces cuando realmente tienes que ponerte a trabajar en ella. Y a mí esta idea siempre me pareció la correcta: si la historia camina mal es por culpa mía, no de la historia.
‒Pero, ¿cómo darle la vuelta si no está
satisfecha?
‒Trabajando duro. Aunque intento pensar en una mejor forma de explicárselo: tienes personajes a los que nunca les has dado una oportunidad y estás obligada a considerar hacer algo muy distinto con ellos. En mis primeros años tenía inclinación por una prosa muy florida, y poco a poco aprendí a eliminar gran parte de ella. Así que vas reflexionando y descubriendo cada vez más de qué va la historia que creías haber entendido al principio, aunque en realidad te faltaba comprender muchas cosas sobre ella.
‒¿Cree que ha sido importante para otras escritoras ser amas de casa, el hecho de poder alternar las tareas domésticas con la escritura?
‒Actualmente no podría hablar sobre ello, pero espero que haya sido así. Creo que acudí a otras escritoras cuando era joven y eso me animó mucho, pero no sé si yo he sido importante para otras autoras. No diría que las mujeres lo tienen mucho más fácil, pero ahora es mejor visto que las mujeres hagan algo importante, que no se limiten a hacer el tonto con un jueguito mientras los demás están trabajando, sino que se toman realmente en serio lo de escribir, como lo haría un hombre.
‒¿Qué impacto cree que tiene en alguien que lee sus historias, especialmente en las mujeres?
‒Bueno, busco que mis historias conmuevan a la gente, no me importa si son hombres, mujeres o niños. No sólo quiero que mis historias sean algo sobre la vida que haga que la gente diga, “oh, sí, esto es verdad”, sino que sienta algún tipo de recompensa por lo escrito, y eso no significa que tenga que ser un final feliz ni nada por el estilo, sino simplemente que todo lo que narra la historia conmueva al lector de tal manera que sienta que es una persona diferente cuando sale de ella.
‒¿Usted fue feminista desde muy joven?
‒Nunca conocí la palabra “feminismo”, pero por supuesto que era feminista, porque de hecho crecí en una región de Canadá donde las mujeres podían escribir más libremente que los hombres. Los escritores importantes eran hombres, pero saber que una mujer escribía relatos probablemente la desacreditaba menos que si lo hacía un hombre. Porque no era una ocupación de hombres. Bueno, eso ocurría mucho en mi juventud, no sé si ahora también sea de este mismo modo.
‒¿Qué significó su madre para usted?
‒Oh, mis sentimientos hacia mi madre eran muy complejos, porque estaba enferma ‒tenía el mal de Parkinson‒, necesitaba mucha ayuda y su habla era torpe, la gente no podía entender lo que decía, y sin embargo era una persona muy gregaria que deseaba enormemente formar parte de la vida social, y eso, por supuesto, no le era posible debido a sus problemas del lenguaje. Así que me avergonzaba de ella, la quería pero en cierto modo no deseaba que me identificaran con ella, no quería distinguirme por decir las cosas que ella quería que dijera a la gente: era difícil de la misma manera que cualquier adolescente puede pensar de una persona o de un padre que estuviera mutilado en algún aspecto. Deseabas que esa época estuviera totalmente libre de ese tipo de dificultades.
‒¿La inspiró de alguna manera?
‒Creo que probablemente sí, pero no de un modo que yo pudiera notar o entender. No recuerdo qué pasaba cuando no escribía historias, es decir, no las escribía pero las contaba, no a ella sino a cualquiera. Pero el hecho de que ella leyera y mi padre también... Pienso que mi madre habría sido más complaciente con alguien que quisiera ser escritor. A ella le habría parecido algo admirable, pero la gente que me rodeaba no sabía que yo deseaba ser escritora, no permitía que nadie se enterara, porque a la mayoría de la gente le habría parecido ridículo. Porque gran parte de las personas que conocía no leían, se tomaban la vida de una manera muy práctica, y toda mi idea de la vida tenía que estar muy abrigada por la gente cercana a mí.
‒¿Ha sido difícil contar una historia verosímil desde la perspectiva de una mujer?
‒No, en absoluto, porque así es mi forma de pensar como mujer y nunca me preocupé por ello. Si alguien leía, eran las mujeres; si alguien tenía una educación, siempre eran las mujeres; pudieron ser maestras de escuela o algo por el estilo y, lejos de estar cerrado para ellas, el mundo de la lectura y la escritura estaba mucho más abierto para las mujeres que para los hombres, ya que los hombres eran granjeros o hacían diferentes tipos de trabajo.
‒¿Y le gustaba el hecho de escribir siempre a horas concretas, pendiente de un itinerario, cuidando de los niños, preparando la cena?
‒Bueno, siempre escribí cuando podía hacerlo, y mi primer marido me ayudó mucho, para él escribir era algo admirable. No lo veía como algo que una mujer no pudiera hacer, como muchos de los hombres que conocí después: él lo tomaba como algo que quería que yo hiciera y nunca vaciló en ello. Fue muy divertido, en primer lugar porque nos mudamos aquí, decididos a abrir una librería, y todo el mundo pensó que estábamos locos y que moriríamos de hambre, pero no fue así. Trabajamos muy duro.
‒¿Qué importancia tuvo la librería al principio para ustedes dos, cuando todo comenzó?
‒Era nuestro medio de vida. Era lo único con lo que contábamos. No teníamos ninguna otra fuente de ingresos. El primer día que abrimos ganamos ciento setenta y cinco dólares, lo que nos pareció mucho. Bueno, lo fue, porque nos llevó mucho tiempo volver a ganar eso. Solía sentarme detrás del mostrador y buscar los libros para la gente y ocuparme de todas las actividades que se hacen en una librería, generalmente yo sola, y la gente entraba y hablaba mucho de libros; era más un lugar para que la gente se reuniera que para hacer compras inmediatas, y esto era especialmente cierto por la noche, cuando estaba sentada ahí sola, y todas las noches entraba gente que me platicaba de cualquier cosa, lo cual me parecía estupendo y muy divertido. Hasta antes de ese momento me había dedicado al hogar, estaba en casa todo el tiempo, también era escritora, pero esa fue una oportunidad maravillosa de poder entrar en el mundo. No creo que ganáramos mucho dinero, posiblemente hablaba demasiado con la gente en lugar de mostrarles libros, pero fue una época fantástica de mi vida.
‒¿Le gusta la idea de que las jóvenes se inspiren en sus libros y se animen a escribir?
‒No me interesa mucho lo que concluyan mientras disfruten leyendo el libro. Tampoco quiero que la gente encuentre inspiración sino un gran placer. Eso es lo que busco; quiero que la gente disfrute con mis libros, que piense que están relacionados de alguna manera con sus propias vidas. Pero eso de inspirar no me parece lo más importante. Lo que intento decir es que no soy ni pretendo ser una persona política.
Traducción de Roberto Bernal.