Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Saturday, 21 Sep 2024 21:16
Este año se celebra en España el centenario del nacimiento del artista catalán Antoní Tàpies (1923-2012), uno de los creadores más relevantes de la vanguardia europea de la segunda mitad del siglo XX, cuya trayectoria marcó un hito en su país y a nivel internacional. Tápies se caracterizó por ser un artista atemporal que nunca tuvo que ver con las modas y muy pronto encontró un lenguaje propio y enteramente personal que no se parece a ningún otro, pese a las influencias en sus inicios de los maestros antecesores Miró, Paul Klee, Picasso, Dalí. Innovador, audaz, rebelde, introspectivo y comprometido con las circunstancias sociales y políticas que le tocó vivir, su obra está marcada por varias etapas que se pudieron apreciar en la magna exposición integrada por 220 obras en el Museo Reina Sofía en Madrid, y que actualmente se presenta en Barcelona en la Fundación que lleva su nombre. El título de esta muestra, Antoní Tàpies. La Práctica del Arte, se refiere al libro de su autoría que recoge sus reflexiones en un compendio de escritos que ilustran el complejo devenir de su quehacer artístico marcado por una irrefrenable pulsión de vida y su pasión por el cine, la música, la ciencia y la filosofía. Una decena de exhibiciones conmemorativas se han llevado a cabo en España para festejar a este gran creador bajo el lema Vive Tàpies. Tàpies Vive.
El arte de Antoní Tàpies atravesó diferentes etapas creativas marcadas por su inagotable búsqueda de materiales y soluciones técnicas totalmente innovadoras. Si bien en sus inicios se le quiso encasillar en la abstracción y el informalismo de la postguerra europea, él defendió siempre su interés en crear una pintura realista que pretendía poner de manifiesto sus ideas políticas y su amor por su ciudad natal y su cultura catalana. Se refería a sus pinturas como “muros”, inspiradas en las paredes cargadas de historia de los callejones del barrio gótico de Barcelona y su graffiti callejero, así como el impacto que tuvo en él la fotografía de los muros parisinos del gran Brassaï.
Hacia la década de los sesenta Tàpies se acerca a las filosofías orientales, en particular al budismo zen, tema de otra gran exhibición que pude visitar en la Fundación Tàpies de Barcelona ‒Tàpies. La huella del Zen‒ y en la que descubrimos un trabajo de alguna manera más “ligero”, en el sentido de la carga matérica, pero de una profundidad existencial sobrecogedora. Así lo señala en sus escritos: “En vista de las enseñanzas chan, el universo, la naturaleza que nos rodea, el paisaje, las relaciones humanas, el acto sexual, todas las actividades cotidianas, desde la manera de cocinar y de comer hasta las actividades consideradas más innobles de nuestro organismo ‒recordemos la mágica belleza de un simple estornudo que nos descubre en un haikú el poeta monje Bashō‒, todo se ‘sacraliza’, todo se transforma y queda situado en su justo valor.” El arte de Tàpies da un tour de force y se lanza a la exploración del barniz y la aguada sobre tela, madera, cartón y papel realizados con trazos de una gran inmediatez que remiten también a la caligrafía oriental.
Su último período, a partir de los años noventa, revela una cierta melancolía y desencanto provocados por el fin de las utopías y la conciencia de un mundo marcado por el materialismo y las guerras. El artista que creyó en la transformación del mundo a través del arte escribió: “En mi pintura quiero inscribir todas las dificultades de mi país, aunque cause disgusto: el sufrimiento, las experiencias dolorosas, la cárcel, un gesto de revuelta. El arte debe de vivir la verdad.” A través del lenguaje callado de sus signos que vibran entre las densas y expresivas capas matéricas violentadas por toda suerte de elementos externos, palpamos la poética de un artista humanista que permaneció fiel a sus ideas a lo largo de siete décadas de una creación tan bella como hermética, que permanece abierta a muchas posibilidades de lectura.