Biblioteca fantasma
- Evelina Gil - Saturday, 21 Sep 2024 21:24
El prójimo, le dicen. Manzana de la discordia entre dos hermanas diametralmente opuestas. Amante de una. Esposo de otra. Destinado a manipular el “ánodo de sacrificio” que desatará el infierno al que están predestinadas desde la niñez. Una queda intacta, preciosa estatua: en coma. Dormida. Y embarazada. La otra sufre quemaduras que la convertirían en algo difícil de mirar. Amor al prójimo, de Gabriela Enríquez, novela ganadora del Premio Mauricio Achar 2023 (Random House, México, 2024) es una narración en segunda persona donde la hermana deformada y cuidadora habla mientras cepilla la larga y preciosa cabellera dorada de Teresa. La narradora carece de nombre, entre muchas otras carencias que arrastra desde pequeña. “Se me ocurre que el lugar a donde van las personas en coma debe ser precioso, como una huerta de nogales con mucha sombra y pájaros.”
Amor al prójimo nos permite ingresar a la anómala intimidad de una familia que parece ignorar lo que ser familia significa. Desde el instante mismo en que la madre de las hermanas es informada ‒mientras saborea un helado por primera vez en su vida‒ de que contraerá matrimonio, a sus trece años, con un hombre de treinta que ni siquiera conoce, la atmósfera se enrarece paulatinamente y sin tregua. Contrario a lo esperado, el novio dista de lucir como un monstruo comeniñas, de hecho se presenta en la iglesia tomado del brazo de su hermana mayor, Amelia, que lo protege y dirige como a un niño todavía más pequeño que la que habrá de ser su esposa. La tía Amelia cobra una relevancia inusitada dentro de la historia, no sólo por su tenaz y nunca objetada presencia en la vida de la pareja, sino porque se trata de una monja clandestina a la que por su “avanzada edad” (treinta años) no admiten en la orden de las madres Pasionistas, por lo que se convierte en mandamás de la incipiente familia, llegando a decidir el destino de sus dos sobrinas. Mejor dicho: de una de ellas, porque la otra, nuestra narradora, es como si no existiera. Ambas nacen con estrabismo, pero, por disposición de la tía, sólo Teresa es intervenida y se transforma en una bellísima joven que, a juicio de la monja laica, amerita una educación apartada del mundo y la aleja del núcleo familiar que no opone la mínima resistencia. Las hermanas sufren al infinito al separarse, pero nuestra narradora, lejos de desentenderse de Teresa como hacen sus padres, nunca deja de seguirle la pista. Consagra su existencia a ello, de hecho, sin una mínima sombra de envidia por la gran vida y exquisita educación que su hermana recibe gracias a los esfuerzos de Amelia.
Pudiera decirse que la hermana despreciada vive a través de Teresa, e incluso experimenta la felicidad y satisfacción que para ésta no significan nada. Teresa es, de hecho, un ser altamente autodestructivo que aún casada con un hombre apuesto y rico, virtualmente caído del cielo y que la adora, no tiene empacho en extraviarse en sórdidos andurriales que, de algún modo, complementan su inicial vocación de santidad. Estamos ante una novela de extraordinaria complejidad psicológica que, aparejada a una trama cuyo cauce es insospechado y, por lo mismo, no cesa de asombrarnos, nos lleva por territorios escarpados y espeluznantes. Amor al prójimo tiene mucho de novela de terror, aunque no sean actos ni hechos sobrenaturales los que nos perturben, sino la mismísima naturaleza humana llevada a sus extremos más crueles, aunque, asimismo, a los más sublimes. En cierta forma, y como en la vida real, la maldad y la depravación humanas eventualmente engendran o generan seres que llegamos a calificar como ángeles, aunque las alas les hayan sido extirpadas o quemadas. Y los milagros a menudo se presentan bajo otras fachadas que sólo almas privilegiadas como la de nuestra entrañable narradora, que nada tiene que perder pues, en apariencia, la vida le que ha quitado absolutamente todo, rostro y nombre incluidos, son capaces de interpretar y aquilatar.