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- Luis Tovar | @luistovars - Saturday, 21 Sep 2024 21:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Uto(disto)pías: oficios y desperdicios (I de III)

 

Desde el punto de vista formal y de producción, la estadunidense Uglies –en español titulada Los feos– y la mexicana Firma aquí, ambas de 2024, no podrían lucir más distantes: mientras la primera tiene todos los elementos, e incluso los clichés, para ser catalogada como ciencia ficción pura, la segunda debería ser considerada más bien una comedia romántica teñida de, o aderezada con algunos rasgos cienciaficcionescos. Empero, hay algo que las emparenta: en ambas el tema de fondo es la resistencia contra una utopía que se revela distopía.

Las inmensas diferencias entre una y otra, tanto en hechuras como en resultados, no obedece solamente a la muy dispar disponibilidad de recursos para cada una, sean económicos, tecnológicos o de producción, sino a un rubro que antecede y supera –o al menos debería– cualquier cuestión material: la calidad del argumento y, de manera consustancial, el propósito que éste pretende alcanzar. También puede verse al revés: a mayor complejidad en dicho propósito, mayor exigencia en la calidad argumental.

 

La bonitud forzosa

Dirigida por el estadunidense Joseph McGinty, quien suele firmar como McG, Los feos parte de una premisa plausible por verosímil y bien planteada: tras la destrucción casi total del hábitat terrestre, la humanidad ha conseguido resolver sus necesidades alimenticias gracias al desarrollo de una planta que le asegura la supervivencia. La especie prospera en todos los rubros y está en condiciones de vivir una utopía total en donde la felicidad plena, por definición, es asequible para cualquiera. Sin embargo, persiste algo que lo impide: dividida entre bonitos y feos, con estos últimos sufriendo discriminación, la humanidad ha trasladado, ahora por completo, su profundo instinto de dominación contra individuos de su propia especie de lo material concreto a lo simbólico perceptivo. (Desde luego, un cotejo simple con la realidad concreta contemporánea demuestra que por supuesto el racismo no es algo nuevo ni mucho menos superado: el clasismo y las abismales divisiones de la actualidad se apoyan en gran medida en la idea de que la posesión de ciertos rasgos físicos vuelven a sus propietarios seres superiores a quienes no los poseen.)

Decidido de modo más bien dictatorial por unas autoridades invisibles e inapelables pero, al mismo tiempo, aceptado masivamente sin protesta visible, el remedio no pasa por la anulación de ese modo de pensar sino, muy al contrario, por su encumbramiento: es preciso acabar con la fealdad o, en otras palabras, la humanidad entera será feliz sólo cuando absolutamente todos sus miembros sean bonitos (Continuará).

 

 

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