El Hombre bicentenario: trasmutación en la cibersociedad capitalista

- Miguel Ángel Adame Cerón - Saturday, 21 Sep 2024 21:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

De la novela al filme

La conmovedora y excelentemente bien ensamblada película Hombre Bicentenario (Estados Unidos/Canadá, 1999), dirigida por Chris Columbus con guión de Nicholas Kazan y protagonizada por Robin Williams en el papel de Andrew Martin, está basada en el cuento homónimo Bicentennial man (1976), del célebre divulgador de la ciencia y genio ruso-estadunidense de la science fiction Isaac Asimov (1920-1992), que se extiende y complejiza en la novela The Positronic Man (1992) de este mismo autor y del también escritor estadunidense de ciencia ficción Robert Silberberg (1935).

La utopía-distopía asimoviana del hombre bicentenario se sintetiza en lo siguiente: el robot humanoide que adquiere la categoría de ser humano por decisión consciente-emotiva propia; la auto-automatización que opta por la conversión humana plena, negando pero dando camino a los de su propia tecnoespecie robótica.

En tanto este futuro utópico-distópico al estilo de Isaac Asimov y sus visiones humanoides-humanas se perfila como viable o realizable, veamos cuáles son sus implicaciones discursivas e ideológicas para el futuro de una sociedad humana cada vez más cibernetizada.

 

Made in Robotics

Andrew es un robot humanoide doméstico que, como todo robot con PCU positrónico, fue introyectado para considerar y practicar permanentemente las tres leyes de la róbotica (inventadas por Isaac Asimov en Runaround, 1942), a saber: Primera. Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Segunda. Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no esté reñida ni con la Primera ni con la Segunda Ley.

Su aplicabilidad tendrá que ser en las actividades dentro de su ámbito ideal y ad hoc: el casero, pues para eso fue diseñado, para ayudar, servir e interactuar con la familia nuclear, especialmente de clase acomodada. Sin embargo, como ciborg fue producido en una megaempresa que en su rama gran-industrial se especializó en la producción de series automatizadas de robots de servicios domésticos programados para realizar tareas propias y específicas, pertenece a la serie NDR-114. Una peculiaridad de esta fábrica Robotics NorthAm es mejorar y perfeccionar las series o módulos de robots que, de esta manera, iban adquiriendo en su diseño de software y hardware nuevas características técnicas y relacionales que rápidamente eran colocadas en los mercados para su compraventa; así, los usuarios ávidos de hacer efectivas esas nuevas propiedades los adquirían y, con ello, se hacían de sus novedosos servicios. Dicha empresa puede hacer modificaciones a los robots si se presentan errores en su programación, puede hacer arreglos o de plano desecharlos cuando los dueños así lo acepten a sugerencia de los expertos y con el aval del Chief Ejecutive Officer.

 

El paisaje cibersocial y la creatividad habilis-sapiens

El panorama cibercapitalista citadino hipermoderno de esa época (estamos ubicados en 2025-2035) se distingue porque en las limpias y ordenadas calles y en los relucientes jardines, lo mismo que en todas partes, vemos que los robots caminan obedientemente y con ánimo junto a sus dueños, y más bien parecen verdaderos interlocutores amigables; en estas escenas callejeras casi aparecen one to one un humano y un robot de alguna de esas series contemporáneas de modelos. La cibersociedad está muy avanzada en ese proceso de “adopción” e interacción de y con los robots en sus hogares y familias. Por eso, el hilo argumental se centra en las inusitadas “capacidades” que muestra Andrew Martin en un rico ámbito familiar (lujoso), comenzando con la cualidad básica del paradigma homo: el uso del cerebro no sólo para obedecer o comportarse mecánicamente, sino para imaginar y crear, es decir para cultivar la creatividad: vincular el pensamiento con las habilidades manuales para desplegar un verdadero proceso de trabajo humano (la famosa conexión cerebrus-manus-cerebrus para la evolución de la sensoriedad, la emotividad y la mente humana).

Debido a un “error”, el robot NDR-114 llamado Andrew se hace un robot habilis a partir de la destreza creativa en el manejo de herramientas para hacer talla de madera, pues crea una figura para sustituir a otra de cristal que había roto por accidente cuando hacía labores de limpieza. Pasa así a crear piezas más finas y delicadas hasta convertirse en un ingeniosísimo y prestigioso relojero, ciberoficio que ejerce como pasatiempo pero que le da para que, con el paso de los años, atesore una buena cantidad dineraria que le permite envalentonarse para solicitar a su dueño/interlocutor, Mr. Richard Martin, su independencia. Pero ¿cómo fue posible que desarrollara esa capacidad creadora propiamente humana y, en correlación, su despertar sensible emocional y reflexivo, y finalmente un desarrollo de su IQ y de su capacidad sentimental-amorosa?

Todos los autómatas, y los robots especialmente, son hijos (productos) del trabajo social humano; por lo tanto, en su perfeccionamiento –que incluye la necesidad, el proyecto y el azar– existe un “sapiens interiorizado” que, en el caso especial de Andrew, se despertó debido a una “desviación” azarosa en su fabricación, respecto de la norma. Pero también puede suceder como le sucedió a la robotina Galatea, que Andrew encontró en su búsqueda de robots semejantes a él en un taller de robots humanoides, que ese despertar del sapiens dormido suceda por intencionalidad explícita de un ciberingeniero llamado Rupert Burns (el hijo del diseñador original de NDR), que experimenta para crear-producir un robot-humanoide cada vez más sapiens. Este genio potenciado del ingeniero Rupert, unido al propio genio robótico de Andrew, es el que le va a posibilitar a éste su tránsito a lo físicamente humano, tanto en lo interno como en lo fenotípico (venas de circulación sanguínea, órganos internos, piel, cara completa, etcétera), hasta el arribo en lo socioculturalmente humano (ubicado en la cibersociedad epocal capitalista) con el sexo-enamoramiento, los celos y el casamiento con la nieta (Portia) de su primera dueña-niña (Amanda). Pero para llegar a esta situación de inserción social y cultural en una hipersociedad globalizada (estamos ya en ¡el siglo XXIII!) que está en preparación para dar el aval a humanizar robots evolucionados (como es el caso espectacular de Andrew), necesita el acuerdo de los jueces y tribunales de la Asamblea Mundial, aceptadora o rechazadora de nuevos miembros de la especie humana a partir de conversiones robóticas a humanas. Este tribunal primero rechaza y finalmente acepta al nuevo ser humano no nacido humano sino robot. El punto clave de dicha aceptación y bienvenida de Andrew al reconocimiento social planetario es su plena llegada al envejecimiento y, finamente, al fallecimiento de este nuevo humano que llega a vivir en su longeva “vida” 200 años.

 

Paradoja y moraleja utópica-distópica de la ciencia ficción

La paradoja del Hombre bicentenario es justo que gestiona su propia muerte para abrir un nuevo capítulo y hacer otra historia: una cibertecno historia; se trata ni más ni menos que del automatismo-autonomismo pleno del robot en el marco de la cibersociedad futurista, pero expresado en el ámbito de lo doméstico, no en el locus gran-industrial fabril. En el filme no se ve la verdadera liberación humana y la plenitud de la vida humana en una sociedad integral libre de explotación (de trabajo asalariado, del sudor de las fábricas y del consumismo mercantil) y de todas las otras enajenaciones capitalistas, que tome mundialmente en sus manos la gobernanza, la administración y la gestión socialista de la economía, la tecnología y la vida sociocultural toda: social-productiva, cultural y doméstica. Más bien la película termina el escenario dramático-romántico con la muerte conjunta y estrecha de manos de Andrew con Portia, sancionado este robot sapiens jurídica y corporal-sentimentalmente como humano con el amor y la vida matrimonial con su pareja amada. Se trata, pues, de un hombre bicentenario que llega finalmente a la angustia heideggeriana y a la realidad de la mortalidad existencial.

La moraleja de esta fábula fílmica es sobre el futuro sapiens que les espera a ciertos y luego a todos los robots: vivir como humanos subsumidos en los valores y modos de vida de una sociedad hipercapitalista, conviviendo con los humanos de nacimiento que aceptan esos nuevos “mutantes” evolucionados (que vivirán doscientos o quizás más años), hijos de su creación: el general intelect de la praxis humana. (Marx). En esta película no hay posthumanos que sustituyan o dominan a los homo sapiens, sino humanos de dos orígenes (naturales y conversos por fast evolution) alineados y homogeneizados por el cibercapitalismo.

Vaya utopía-distopía capitaneada por los escritores de science fiction Isacc Asimov-Robert Silberberg, adaptada al cine por Chris Columbus-Nicholas Kazan: la vía ingeniosa y robóticamente autolongeva para imaginar un futuro donde el capitalismo, como cibercapitalismo, sigue vigente y vigoroso: robustecido de opciones de “sapientización” para seguir subordinando a estas posibles vías y a los propios sujetos resultado de ellas.

 

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