Libros y dedicatorias fragmentos de eternidad

- Mario Bravo - Saturday, 21 Sep 2024 20:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
¿Por qué perdemos o nos despojamos de algo que, en el pasado, fue recordatorio de un grato sentimiento, de una época alegre o de un ser querido? Este texto explora el caso de libros que contienen dedicatorias no de un escritor profesional, sino de quien regala una novela, un cuento o un poemario y allí plasma un mensaje que viaja en el tiempo.

 

I

Alguna vez, Umberto Eco dijo: “El libro es un seguro de vida, un pequeño anticipo de inmortalidad. Hacia atrás (por desgracia) en lugar de hacia delante.” Coincidiendo con el semiólogo italiano, asumamos que ese objeto rectangular brinda un soplo más de vida, aunque tal dosis de perennidad no solamente es asignable a quienes escriben y publican en sellos editoriales. Ese privilegio también cobija al autor sin reflectores, hombres y mujeres que, con bolígrafo en mano, irrumpen en la página de cortesía del libro impreso para dejar huella de algún acontecimiento crucial en su vida o con el afán de dar testimonio de la amistad o del amor entre quien obsequia, por ejemplo, Moby Dick o los cuentos completos de Julio Ramón Ribeyro, y quien recibe el regalo. Esas dedicatorias, cartas, confesiones o recados conforman, posiblemente, un género literario en sí mismo.

 

II

En un ejemplar de Con y sin nostalgia, de Mario Benedetti, hallo un apunte redactado con letra cursiva, misma que dificulta su cabal entendimiento, ante lo cual recurro a la ayuda de familiares, amigos y conocidos. Mediante una fotografía enviada desde mi teléfono celular, esa legión de grafólogos amateurs descifró la caligrafía alojada en una página en blanco del libro ya citado. Después de variadas interpretaciones, concluimos que allí dice: “Un ladrillo más para esta casa que fue mi atajo y que... de milagro resiste, tal vez mejor aun que antes, con más fuerza, más conciencia. México, Dic 77.”

Quien escribió eso, ¿imaginó que, en pleno 2024, un puñado de personas nos detendríamos, minuciosamente, a leer sus palabras? ¿Por qué este libro salió de su biblioteca si, como se manifiesta allí, se trató en aquel momento de un ladrillo más para erigir su hogar? ¿Qué derruye a una morada hecha de libros: el tiempo, la muerte de sus habitantes, un ejército de termitas o quizás la invasión de fantasmas como en “Casa tomada” de Julio Cortázar?

 

III

En 2005, Pino Cacucci escribió Nahui, libro editado bajo el sello Feltrinelli. Dicho documento hurga en la biografía de la pintora, modelo y poeta mexicana Carmen Mondragón, bautizada por el Dr. Atl como Nahui Olin. Abriendo esa obra impresa en Italia, la cual compré en un tianguis de la capital mexicana, encontré esta dedicatoria firmada en enero de 2006, desde Milán: “Para otra bella mujer de Cd. de México, que está viviendo su historia, completamente diferente pero igualmente intensa e interesante. Te quiere, tu hermano.”

Nuevamente, interrogantes: ¿Por qué ella no conservó este ejemplar? ¿Hubo una pelea entre ambos? ¿Una mudanza transoceánica causó el extravío del entrañable objeto? ¿Se suscitó un robo en el domicilio de ella y, ahora, en este domingo y en este periódico, esa mujer puede leer, nuevamente, el amoroso mensaje de su hermano? El querer de él hacia ella, ¿acaso disminuyó tras la desaparición del libro?

 

IV

Otra vez Mario Benedetti. En una mañana de julio, husmeaba entre libros de viejo que se venden a un costado del Parque Rivadavia, en Buenos Aires, Argentina. Allí compré Acordes cotidianos, una recopilación de poesía del ya mencionado autor montevideano. Peculiarmente, una mujer llamada Sabrina escribió toda una carta en varias de las páginas de este poemario. ¿Su remitente? Un hombre de traje y bigotes a quien define como su amigo del alma. Ella expresó: “Es justamente allí en los acordes cotidianos de mi vida donde, un día, apareciste y comprendí que una vez más la vida había sido generosa conmigo…” Más adelante, en esta misiva fechada el 15 de septiembre de 2001, abre todavía más su corazón y le dice a él: “Mejor te propongo un trato: si alguna vez, vos o yo nos sintiéramos cansados, corramos las sillas perniciosas del camino y que uno al otro le dé fuerza, ¡como tantas veces!” Casi llegando al término del libro, Sabrina lanza una pregunta en forma de flecha: “¿Sabés cómo nos siento? Así: Militantes de la vida”, y estas últimas cuatro palabras las encierra en un corazón.

En la página final, una posdata: “Si alguna vez alguien me preguntara qué es un amigo del alma, le diría: una persona especial que rompe las barreras de las palabras y se instala en ese lugar donde no existen ni el tiempo ni la distancia. ¡Feliz cumple! Te quiero mucho. Sabrina”. A estas alturas, nacen dudas ineludibles: ¿Él supo leer las señales luminosas que ella envió en una carta insertada dentro de un libro de Mario Benedetti? ¿Cuáles motivos causaron que esta declaración de afectos no se halle en la biblioteca de ese hombre de traje y bigotes, sino ahora en un apartamento de Ciudad de México?

 

V

Somos cuentos contando cuentos, nada, afirmó Fernando Pessoa.

 

 

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