Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Saturday, 21 Sep 2024 21:27 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El ’68 y el Poli, su legado (III y último)

 

Hay que vivir Tlatelolco como supervivientes en un sentido real, vital, sin metáfora, como si hubiéramos estado ahí. De la misma manera que al hablar de la soledad del intelectual tenemos que vivirla no como “sacrificio” o representación de su universalidad como detentor de la cultura, sino como soledad de minoría, y literalmente….

Jorge Aguilar Mora, La divina pareja. Historia y mito en
Octavio Paz

 

Sal del Metro, vete por los andadores y al llegar a la joroba del Eje Central quedarás frente a las ruinas tlatelolcas. Al fondo estará la Plaza de las Tres Culturas y el Templo de Santiago Apóstol, a la derecha los edificios de la Secretaría de Relaciones Exteriores habilitados como Centro Cultural de la UNAM y a la izquierda las ruinas de la Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional, IPN.

 

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La represión de la segunda quincena de julio de 1968 pudo ser otra de tantas. Un agandalle más de los grupos de choque al servicio de las autoridades escolares impuestas por consideraciones políticas y no por trayectoria académica. Porque los porros están para eso, para normalizar la indefensión fuera y dentro de las aulas, e inhibir la organización independiente y la crítica en voz alta del alumnado. Pero si los porros fallaban, quedaba la representación estudiantil usurpadora, el jefe de grupo, la sociedad de alumnos, la federación. Así que todo pudo quedar en golpes, abusos policíacos, paz priista. Pero en julio del ’68 no fue así, y no lo fue por la valentía, la generosidad y la sabiduría de las bases del IPN.

La clase social de esas bases determinó que las luchas gremiales previas les tocaran de cerca y que su propia historia las involucrara directamente en la desaparición del internado del IPN o indirectamente en la solidaridad con estudiantes chihuahuenses. Tal raigambre, sumada a una procedencia social que el capitalismo vuelve vulnerable, derivó por una parte en que el IPN fuese la primera y la última víctima de la violencia del Estado y, por otra, en la profundidad de las seis demandas del pliego petitorio.

Ya como un todo, el sector estudiantil capitalino agregó a esas seis demandas la exigencia de diálogo público, articulando así políticamente al movimiento y confiriendo a su protesta la adecuada dimensión. Por tanto, la lucha contra la represión y por la libre expresión fue a la raíz, no se limitó a pedir las debidas indemnizaciones y las liberaciones necesarias, tampoco la desaparición de las corporaciones represoras y la penalización a las autoridades responsables, también demandó las adecuaciones legales pertinentes y extendió a todos los connacionales encarcelados por motivos políticos el reclamo de libertad que demandaba para sus presos. En pocas palabras, aunque sólo exigía respeto a la Constitución de 1917 (antes de que el neoliberalismo la castrara), la respuesta del Estado fue la bestial represión que se cebó especialmente contra los politécnicos, como acostumbra hacerlo contra las normales rurales cuando lo juzga el mal menor.

 

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La dimensión social es otro plano sobresaliente del libro 1968 Estudiantes politécnicos en lucha... La ubicación de los planteles del IPN y la transparencia en los planteamientos del movimiento facilitó la identificación y una contundente simpatía de las barriadas vecinas. De ahí que pese a tomar de un zarpazo la Ciudad Universitaria, para allanar las sedes de Zacatenco, Vocacional 7 y Casco de Santo Tomás el glorioso Ejército mexicano tuviera que enfrentar una heroica resistencia estudiantil y vecinal.

La represalia del Estado contra los barrios tlatelolcas y contra el IPN fue demoler el edificio de la Voca 7 y desterrar a sus estudiantes.

 

 

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