Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 29 Sep 2024 09:47
En Uglies (Los feos), Joseph McGinty plantea que, un par de siglos después de la época presente, como la tecnología disponible lo hace posible, a los dieciséis años de edad cada individuo será sometido a una masiva y radical intervención quirúrgica que transformará su apariencia por completo; se supone que, de este modo, será eliminada la odiosa división entre la especia humana, tercamente desplazada del factor económico –resuelto en definitiva– al del simple aspecto físico. Los jóvenes aspiran y esperan ansiosos dejar de ser feos y, con ello, poder vivir en una suerte de Las Vegas aún más monstruosa y frívola que la real contemporánea, donde nadie hace nada salvo andar de juerga y a la cual tienen prohibido acceder mientras sigan siendo feos, vale decir, normales.
“Conviértete en el nuevo tú”, reza un lema en la sala de espera donde los adolescentes aguardan para que sus rostros y cuerpos sean intervenidos, con el propósito de que luzcan las características previamente elegidas por ellos mismos. Lo que esos millones de adolescentes ignoran, y que ya transformados no están en condiciones de averiguar, es que la conversión al nuevo tú no se limita a la reproducción ad nauseam, más o menos afortunada, en el fondo más o menos repelente pero aun así deseada en virtud de un prolongado e intenso acondicionamiento, del estándar occidental de belleza, sino que la operación es aprovechada para intervenirles la mente también, con el objetivo de mermar casi al cero absoluto la capacidad de ejercer el libre albedrío y que éste no pueda ser aplicado en favor de la comprensión y aceptación de la diferencia o, mejor dicho, de quien sea diferente al estándar.
Forzada a una felicidad basada en una igualdad impuesta y la nulificación de la personalidad, la especie humana finalmente parecería haber alcanzado la utopía. Empero, como suele suceder, en toda supuesta perfección asoman las fisuras que la niegan: la planta milagrosa que alimenta a la humanidad devasta la superficie del planeta, un puñado de rebeldes lucha contra el estatus quo, que en los hechos significa regresar a la época conocida como la de “los oxidados” –identificada con la actualidad–, e incluye cancelar la transformación física de los adolescentes.
“¡No quiero ser libre, quiero ser bonita!”, exclama la protagonista, antes de alcanzar la conciencia que, más adelante, la convencerá de pasarse a las filas rebeldes. De suyo terrible, la frase resume bien una postura vital para la que no ha sido preciso aguardar futuros falsamente venturosos pues, como es de dominio común, la aspiración al ya referido modelo occidental de belleza no sólo es una de las obsesiones más sólidas del presente sino que, de manera exasperante y acompañada de la posesión, real o aparente, de bienes materiales, ha sido asimilada como la verdadera y única expresión de la felicidad.
Amores asignados
Firma aquí (Enrique Vázquez, 2024) también ubica la historia que cuenta en un futuro no determinado, aunque claramente más próximo al presente real que el de Los feos. En la utodistopía mexicana no se aborda, ni de pasada, ninguna cuestión económica o política, concentrándose la trama en la manera en que los seres humanos establecen sus vínculos de pareja: se supone que, tras sesudos estudios científicos, no hay duda de que el amor que un ser siente por otro fenece a los cuatro años; así las cosas, se establece un “servicio” que, mediante algoritmos y un sistema de selección teóricamente infalible, a cada persona se le asigna una pareja con la que habrá de permanecer cuatro años, tras los cuales puede tomarse un receso o elegir de inmediato a la pareja siguiente. Así pues, la elección amorosa convencional queda cancelada o, cuando menos, desprestigiada y reducida a que la practiquen solamente unos cuantos desfasados de la nueva realidad. Empero, como en Los feos, la aparente perfección en el estado de las cosas tiene sus defectos (Continuará.)