María Belmonte y las letras del agua
- Alejandro García Abreu - Saturday, 05 Oct 2024 12:18
Una espléndida trayectoria
María Belmonte (Bilbao, 1953) es cautivada por los cuerpos de agua. La historiadora y antropóloga –doctora por la Universidad del País Vasco– es autora de cuatro libros notables, publicados por Acantilado: Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia (2015), Los senderos del mar. Un viaje a pie (2017), En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia (2021) y El murmullo del agua. Fuentes, jardines y divinidades acuáticas (2024).
Un destino vital
Belmonte, consciente de que los grandes artistas encumbraban en sus pinturas la luminosidad mediterránea –incluso el primor de la campiña romana– y los destacados escritores describían los atractivos paisajes del sur, concibió Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia. En el volumen estudia a Johann Winckelmann, Wilhelm von Gloeden, Axel Munthe, D. H. Lawrence y Norman Lewis en Italia; y a Henry Miller, Patrick Leigh Fermor, Kevin Andrews y Lawrence Durrell en Grecia.
La autora sugiere que “el amante del Mediterráneo” es devoto del pasado clásico y “ve el mar más azul, el cielo más índigo, la silueta de los árboles más definida y elegante en Italia o Grecia.” La condición de Belmonte como amante del Mediterráneo inició cuando tenía nueve años de edad a través del libro Mitología griega y romana de Hermann Steuding.
Un recorrido original
Los senderos del mar. Un viaje a pie es el testimonio de un traslado físico, sensible e intelectual; deviene en la exploración de antiguos caminos costeros. El agua es protagonista:
“se hacía sentir por todas partes: en el río que fluía hacia el mar, en el inmenso océano y, en el cielo, que, en forma de lluvia, comenzaba a caer pertinazmente.”
Belmonte atestigua la presencia de fósiles de animales marinos, percibe piedra arenisca “corroída por la brisa del mar” y asume el consejo del autor británico George Meredith de que “el intrépido caminante debe aceptar con gusto todos los cambios de tiempo y hacer de la lluvia, por muy intensa que sea, una vivaz compañera.” Sube empinadas cuestas y tiene la “visión de los acantilados, cabos, promontorios y ensenadas que constituyen la atormentada costa vasca.”
Llega a Biarritz, ciudad que posee una divisa muy asertiva: Aura, sidus, mare, adjuvant me (Tengo a mi favor los vientos, los astros y el mar).
Inspiración cinematográfica
Belmonte recurre al cine de Theo Angelópoulos en el volumen En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia. Para la escritora, los personajes del cineasta, como los de la tragedia clásica, “son seres afectados por los avatares de la historia y su sufrimiento debe despertar la empatía y la piedad del espectador.” En los años noventa la geografía de su quehacer audiovisual se trasladó al norte de Grecia. “Sus pasos fronterizos son ríos caudalosos difíciles de cruzar.”
La memoria de la escritora se puebla “de imágenes […] de lugares y personajes históricos, de personas reales, de animales, de ríos, lagos, montañas y fronteras.” Regresa al trabajo de Angelópoulos, quien expresó: “El norte me inspira más que el sur. Adoro la llanura [macedónica], el paisaje extenso… porque el sur… el sur es el mar. En el norte también está el mar, pero es más oscuro, más enigmático, mientras que el del sur es un mar amistoso, suave.”
Chorros límpidos
En El murmullo del agua. Fuentes, jardines y divinidades acuáticas Belmonte recuerda que J. B. Priestley afirma que la “visión de una fuente […], hasta de la más pequeña, siempre le procuraba un cosquilleo de placer. Le cautivaban durante el día con sus chorros límpidos y transparentes como diamantes y le cautivaban de noche, cuando producen una lluvia de esmeraldas, rubíes y zafiros.”
Tras la lectura del escritor británico, el mundo de Belmonte se pobló súbitamente de fuentes. Desde la fuente de su infancia en el parque de los patos de Bilbao, hasta las maravillosas fuentes de las plazas y villas renacentistas de Italia. Piensa en las fuentes de Roma, en los jardines árabes andaluces, en las fuentes colosales de las urbes, “cuyas estatuas celebran a las deidades acuáticas.”
Su mente convocó también pozas, ríos, lagos, lagunas, cascadas y arroyos de montaña, cuyos orígenes eran siempre una fuente. Vivió una genuina “apoteosis acuática” y reflexionó sobre el “profundo significado del agua,” también precisado por Gian Lorenzo Bernini y por los Plinios, el Viejo y el Joven.
La luna y el agua
Peregrinos de la belleza contiene una luna roja y se recuerdan el río y la costa. En Los senderos del mar, la escritora trata la relación de la luna con las mareas. Belmonte evoca la luna de Bilbao mientras, en un nuevo tiempo y en un lugar distinto, yo contemplo a otra luna y pienso, por la lectura y por ese otro encantamiento, en las futuras aguas y en las exquisitas fuentes de la felicidad y su impulso primordial l