Mi versión de la poesía

- Óscar Oliva - Saturday, 05 Oct 2024 12:16 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, 1937), miembro del grupo llamado La Espiga Amotinada junto con Juan Bañuelos (1932-2017), Jaime Labastida (1939) Jaime Augusto Shelley (1937-2020) y Eraclio Zepeda (1937-2015), tiene una larga presencia en nuestras letras (es autor de más de doce libros de poesía). Con la autoridad que le otorgan los años en el oficio, afirma: “A estas alturas de mi vida, no sé qué es la poesía, por qué ha sido tan perseverante en la historia de la humanidad y, de paso, en mi propia historia individual.”

 

Mi versión de la historia es el título del discurso que pronunció el historiador, filósofo, educador, escritor, José Fuentes Mares, al ingresar a la Academia Mexicana de la Historia, en 1975. Lo releí hace unos días, y recordé que el historiador Luis González y González ‒que, por cierto, dijo el discurso de respuesta al del Fuentes Mares‒, me dejó su lectura cuando fui alumno, apenas año y medio, allá por 1963, del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México. Como en esta nueva lectura me di cuenta que Fuentes Mares es un gran escritor, me prendió cuando entró de lleno al tema de su discurso, cuando leí que la tarea del historiador es la que planteó Heródoto, en Los nueve libros, “como si la historia fuera todo y nada, tarea inconclusa siempre, niebla en la que vivimos inmersos, ser
y siendo de toda realidad posible. Digo que de toda realidad porque todo es historia. Todo, en final de cuentas”.

Así, yo también tengo esta versión de mi poesía, como si la poesía fuera todo y nada, tarea inconclusa siempre.

La poesía es un arte difícil, tanto para el lector como para el poeta. Es una aventura de hallazgos inesperados, de caídas tremendas y narraciones truncas donde pueden hallarse árboles cristalizados, torcidos por el viento, en llanos pantanosos, como en la película Aniquilación de Alex Garland. Y es difícil, porque estamos inmersos en una barbarie que nos llena de falsedades, suplantaciones, engaños, y crímenes en todas las ciudades, desiertos y selvas de México, que trastornan nuestra escritura. Escuchar a Rimbaud.

Me avergüenza hablar de violencia. Pero es un tema que desde 1958 no he dejado de tratar en mis escritos. La violencia que padecemos, la de antes y la de ahora, me ha llevado a escribir cosas como ésta, que pertenece a mi libro Lascas: “Es tanta la angustia de no tener país, que no vas a encontrar más cadáveres./ No podrás soltar esa angustia hasta que la retuerzas, devanes/ como un hilo que se va formando en la rueca./ El alma de cada hilo es tu propia alma./ No dejes que los criminales determinen el lugar donde vas a disponer el telar.”

Al ejercer mi oficio de escritor de poesía, a estas alturas de mi vida, no sé qué es la poesía, por qué ha sido tan perseverante en la historia de la humanidad y, de paso, en mi propia historia individual. Esta incertidumbre o desasosiego me aporta el impulso que necesito para escribir la primera palabra, y la segunda, y así constatar que he sido y soy una persona que día a día está aprendiendo a escribir poesía, a deletrearla. Y que la poesía es conocimiento, a la par que la ciencia y la filosofía, porque siempre está construyendo, siempre está interpretando, es realidad, realidad verbal, como lo expresó Paul Celan. En este oficio, me considero un lector experimentado, como fray Luis de León quería que fueran sus discípulos.

Así en el vértigo, entre Escila y Caribdis, se está en cualquier lugar del planeta. Y se puede escribir sobre las diferencias y singularidades de geografías y situaciones inéditas, para decir NO a la uniformización estética. No existen tierras incógnitas para la poesía, hay que afirmar y negar que se está en un campo extendido. Y hablar de Góngora.

La poesía que he buscado con perseverancia tiene que ser un organismo vivo que eche raíces a medida que se expanda y crezca, y se mueva en lugares emergentes, hasta hacerse invisible, como los artefactos invisibles que circundan nuestros cielos. Debe poder traducir las profundidades del alma humana, tal como hizo Rubén Darío.

Todo es susceptible de erigirse en poesía, porque todo es poesía. La ciencia más difícil es poesía. La historia vivida y escrita es poesía. Un poema es una forma de pensamiento, de imaginar cosas, de ir más lejos de nosotros mismos, como lo hace la astronomía electrónica, ir más lejos en el universo, que es mirar atrás en el tiempo. Es un lenguaje abierto de significados abiertos al máximo de sus posibilidades. Es un flash forward, un recuerdo del futuro.

“Entre el pasado y presente –dice José Fuentes Mares– no existe línea divisoria muy segura; que el presente se nos escapa constantemente de las manos, convertido en pasado, y que nosotros mismos estamos hechos de ambos porque somos vida, y si somos vida somos historia, hecha en parte y en parte por hacer”. Yo no sé si entre el pasado y presente, en poesía, existe línea divisoria segura o insegura. Lo que sí sé es que somos vida, somos historia y poesía siempre por hacer.

En mi libro Escrito en Tuxtla, me pregunto: “¿Dónde estarán los asesinos esta noche?/ ¿Vendrán a sentarse en la orilla de mi cama?/ ¿Me darán de comer? ¿Sabrán lo que me gusta?”

 

 

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