Agresividad y violencia: la falsa dicotomía
- Saúl Renán León Hernández - Sunday, 13 Oct 2024 08:59
A la bióloga Gaby Flores Mondragón
Según Raymond Dart (1953) no había duda de que agresión, violencia y canibalismo eran comportamientos innatos. Richard Leakey contestó: “De manera innata no somos nada” (la cursiva es de Leakey en La formación de la humanidad, 1981). Admitir el carácter innato de la violencia, dijo, es aceptar que el conflicto es inevitable. Posición compartida con Marshall Sahlins, que había criticado la sociobiología de E.O. Wilson (1975) en la que se apoyaban algunos biólogos y genetistas para explicar la agresividad y la violencia a partir de hormonas, genes y conexiones neuronales. En ese contexto, José Sarukhán escribió: “Es la capacidad del hombre para manipular y movilizar la agresividad innata del hombre (cursivas mías), a través de una estructura socioeconómica y política, la que produce los conflictos.” (Los límites biológicos de la biosociología, UNAM, 1981). Sarukhán propició la formulación de un problema central: ¿cómo y cuándo adquirió el hombre esa capacidad para manipular y movilizar la agresividad innata y transformarla en violencia? Cuando parecía que los científicos tratarían de resolver el problema, obras como la de Lewontin, Rose y Kamin (1984) hicieron que la causalidad social ocultara los avances sobre la biológica, provocando el síndrome de la alfombra: “Nuestros sistemas judiciales y políticos intentan barrer en gran medida estos descubrimientos inconvenientes bajo la alfombra”, pero “¿cuánto tiempo más podremos mantener el muro que separa el departamento de biología de los departamentos de derecho y ciencia política?” (Yuval Noah. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, 2014). En 1986, la Declaración de Sevilla dio el espaldarazo a Leakey que paradójicamente se apoyaba en Richard B. Lee (1969), cuyos estudios antropológicos y etnográficos conducían a establecer una relación compleja entre innato/aprendido y daban pie a cuestionar la tesis del salvaje pacífico de Elizabeth Marshall (1958), que consideraba a los ¡kung una tribu no violenta (Palmira Saladié y Rodríguez-Hidalgo, 2023). Hacia los años noventa aparecieron trabajos que cuestionaban el mito del salvaje pacífico (Lawrence H. Keeley, 1996) y otros dirigidos a comprobar el origen prehistórico de la violencia y la guerra (Raymond C. Kelly, 2000; Nick Thorpe, 2003). Por otro lado, la demostración del declive de las guerras en el largo plazo histórico (Manuel Eisner, 2001 y 2003; Joshua S., 2011; Steven Pinker, 2011) puso en la palestra de la discusión el papel del Estado en torno a la violencia. Los ultraderechistas abogan por Estados fascistas que impongan un férreo control al crimen organizado, pero también a migrantes, disidentes políticos, pueblos originarios, defensores de derechos humanos, etcétera. Las izquierdas abogan por Estados que reduzcan la desigualdad social y regulen los mercados para frenar la excesiva acumulación de capital.
¿Cómo hemos llegado a esta etapa tan compleja de la humanidad? Retrocedamos en el tiempo, empezando por elucidar el origen de la intencionalidad por ser el núcleo conceptual de vio-lentus (uso de la fuerza lenta o intencional); ello nos permitirá aproximarnos a la respuesta del problema deducido de la tesis de José Sarukhán, en el entendido de que el comportamiento social cooperativo también es intencional. Las evidencias indican que ambos comportamientos surgieron simultáneamente hace unos 2.5 a 3 millones de años, distribuyéndose en un arcoíris que va de la más elevada sociabilidad cooperativa a la más elevada agresividad y violencia. Empero, pese a que los Homo sapiens (Hs) fuimos separados de los panini hace unos 6 millones de años, compartimos con éstos unas fracciones de genes asociadas a una y otra conducta (Sara Kovalaskas, 2020). Eso explica por qué se han encontrado en Hs genes asociados a la primera (Golombek, 2014) y otros a la segunda (Jaffe, 2005). Las evidencias más antiguas de violencia en homos datan de hace 900-800 mil años, en la llamada exoantropofagia, sobre todo contra niños y adolescente (Marina Lozano Ruiz, 2023), misma que, según los etólogos, también es practicada por los paninis actuales. Los hallazgos de exoantropofagia se han repetido en homos habilis, ergaster/erectus, neandertales y Hs arcaicos; sin embargo, no han podido generalizarse a todos los yacimientos arqueológicos de épocas en las que coexistieron diferentes especies humanas. Es probable que se deba a que violencia y antropofagia no son generalizables a todos los individuos ni a todos los grupos. Por otro lado, hay evidencia de sociabilidad cooperativa de hace 1.8 millones de años (Marina Mosquera, 2023). ¿Esta variabilidad se observa en los Hs actuales? La respuesta es un contundente sí.
La agresividad ¿innata?
En la década de los años setenta del siglo pasado, los psicólogos Thomas, Chees y Birch observaron que entre los dos meses y diez años de edad los Hs nos distribuimos en un arcoíris de temperamentos: fáciles 40 por ciento, lentos 15 por ciento, difíciles 10 por ciento y mixtos 35 por ciento, con las correspondientes respuestas de reacción al medio: bajas, suaves e intensas. Un estudio canadiense (Tremblay, 2009), en una cohorte con más de 20 mil niños y niñas seguidos desde el nacimiento hasta los doce años de edad, identificó al menos tres grupos de agresividad innata: alta (17 por ciento), media (52 por ciento) y baja (31 por ciento). En el brazo de alta agresividad innata la proporción masculino/femenino fue 3:1. La mayor tasa (70 por ciento) de agresiones interpersonales (empujar, arrebatar objetos, rasguñar, morder, golpear con el puño) se observó en niños y niñas de 2-4 años. En ninguna otra etapa de la vida se observa tasa semejante. Hacia los doce años la mayor parte se mantuvo en los límites de baja a media agresividad, lo cual es explicable por el paulatino incremento bidireccional de las conexiones neuronales de la corteza prefrontal (de más reciente evolución) con las partes bajas y medias del cerebro (de mayor antigüedad evolutiva). Según el reporte de Tremblay, aproximadamente 5 por ciento de los que nacieron en el brazo de alta agresividad innata se tornaron agresivos crónicos después de los doce años. Jaffe subraya que la mayor parte sufren trastornos de conducta y se tornan violentos cuando están expuestos a medios psicosociales adversos. Sin embargo, cerca de 1 por ciento es violento independientemente del medio en el que crezca. La literatura y el cine (A sangre fría, de Truman Capote, es un clásico en ambos géneros) han sido prolíficas en la descripción de estos casos de trastornos antisocial, narcisista, paranoide o borderline (Luis Moya Albiol, 2021). En otros casos, por un mecanismo conocido como epigénesis, la agresión y/o la violencia extrema sobre niños y niñas altera su ADN y los torna recursivamente en adultos agresivos/violentos. Los recientes aportes de la Teoría de los Sistemas de Desarrollo (cfr. Blumberg, 2017; Lux, 2021; David S. Moore, Robert Lickliter, 2023), que en México abordó con inusitada claridad Leonardo Viniegra (1988), han acabado por derrumbar la falsa dicotomía innato/aprendido en el origen de la violencia y las guerras (cfr. Douglas P. Fry y cols., 2013). Así, no tiene sentido plantear en mayestático y en disyuntivo si “el hombre” es social/cooperativo o agresivo/violento de manera innata; o, peor aún, decir como dijo Leakey: “De manera innata no somos nada.”
En primates no humanos la ruptura agresiva/violenta de la relación bebé-madre deforma su proceso de primatización y genera alta agresividad y posterior violencia, que recursivamente reproduce la ruptura (Alejandro Estrada, 1989). Desde Freud, lo mismo se ha demostrado para la humanización cuando cualquier elemento de la estructura social (individuo, familia, comunidad, Estado) rompe agresiva/violentamente la relación bebé-madre, cuyas consecuencias se extienden a todo el tejido social.
¿Cuándo empezó dicha ruptura? Los hallazgos de exoantropofagia sugieren que empezó mucho antes del surgimiento de la agricultura y la revolución neolítica y, por lo tanto, irrumpió en el proceso de hominización. ¿Antecedió la violencia a la agricultura? De acuerdo con Bárbara Bender (1975), la respuesta es afirmativa. La formación de grupos que se separan y forman diferentes sistemas de comunicación y convivencia de acuerdo con las condiciones ambientales, es un fenómeno inherente a especies gregarias y sociales como las orcas, los primates y los homininos. En este fenómeno de “pseudoespeciación” (cfr. Konrad Lorenz, 1973 y Marc Furió y Pere Figueroa, 2019) se basó Bender para explicar el origen de la agricultura. En sintonía con E. Becker (1977) que se basó en Hocart (1936), Huizinga (1953) y M. Mauss (1954), según Bender hace más de 35 mil años los progresos sociales y culturales de las diversas tribus
de cazadores recolectores implicaron el intercambio de bienes y alimentos como regalos, acompañados de competencias no violentas de demostración de habilidades a través de juegos que, al cabo, terminaron siendo una fuente de mayor o menor prestigio de una tribu sobre otra, hasta derivar en conflictos intra e intergrupales que orillaron a la formación de alianzas. Las causas de los conflictos fueron básicamente: 1. La forma de distribuir los bienes y alimentos intercambiados bajo normas de regulación, lo cual supone una jerarquización social temprana. Entierros de Hs siguiendo pauta de jerarquización datan de hace 100 mil años. 2. La competencia entre tribus para demostrar mayor capacidad de intercambios. Esto, dice Bender, presionó la búsqueda de alternativas de producción y evitar la escasez de productos en el invierno para el consumo interno y el intercambio. La domesticación de animales y plantas (permitida por los cambios climáticos desde la última glaciación) resultó la mejor vía; sin embargo, unas tribus decidieron rechazarla pese a que la conocían y la dominaban y otras, pese a probarlas por cientos o miles de años, la abandonaron sin que hasta la fecha sepamos por qué (Marina Mosquera, 2023).
Cuando la persuasión falla
Según Engels, la violencia se exacerbó cuando un puñado de individuos decidió apropiarse de los excedentes económicos y puso a trabajar manos ajenas usando la persuasión y la fuerza (El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre); sin embargo, Engels no pudo explicar qué hizo que ese puñado tomaran tamaña decisión. Hoy podemos decir que fue por su predisposición a la agresividad y a la violencia, desarrollada recursivamente por las relaciones sociales y de producción que ellos han generado e impuesto sobre los demás y que, para sostenerlas, ha apelado a un supuesto origen divino, nobleza de sangre, natural estratificación social, etcétera. Cuando la persuasión le ha fallado, no ha dudado en aplicar la violencia. A sangre y fuego la acumulación originaria del capital cristalizó a manos de ese puñado que decidió aplicar la fuerza lenta por los más atroces medios, que volvieron legales. El crimen organizado no hace más que emular estos métodos empleados por los acumuladores, que siguen nutriéndose de la acumulación por despojo. A estos grupos pertenecen los modernos Ares que, pese a representar menos del uno por ciento, ostentan el poder a nivel mundial e instigan a la violencia y a las guerras, importándoles un bledo los daños que causen con tal de mantener el poder y acumular más capital. Si no encontramos cómo detenerla, esta ridícula fracción ocasionará la sexta extinción masiva de las especies y, a corto o mediano plazo, el fin prematuro de todo lo humano.