El pensamiento epigramático de Andrés Sánchez Robayna

- Alejandro García Abreu - Sunday, 13 Oct 2024 09:23 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El español Andrés Sánchez Robayna –uno de los escritores contemporáneos más importantes de habla hispana– trabaja con una metodología particular: conceptúa piezas poético-filosóficas que apelan a la contundencia y a la brevedad. En este ensayo se explora la radicalización de su literatura.

 

El poeta, el ensayista

Una de las voces más trascendentes de la poesía de los siglos XX y XXI en nuestra lengua, el español Andrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952) es un portentoso ensayista. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona y obtuvo el doctorado en 1977. Su obra poética comenzó en 1970 con Día de aire e incluye libros como Clima (1978), Ti ta (1981), La roca (1984), Palmas sobre la losa fría (1989), Fuego blanco (1992), Sobre una piedra extrema (1995), El libro, tras la duna (2002), La sombra y la apariencia (2010) y Por el gran mar (2019). Publicó, en 2023, En el cuerpo del mundo, que contiene su poesía completa hasta ese año. Escribe: “El poema busca arrojar luz sobre el ser y sobre la existencia. Busca, en sentido estricto, la iluminación.”

Entre sus volúmenes heterodoxos de ensayo destacan Para leer “Primero sueño” de sor Juana Inés de la Cruz (1991), La sombra del mundo (1999), Deseo, imagen, lugar de la palabra (2008), Variaciones sobre el vaso de agua (2015), Jorge Oramas o El tiempo suspendido (2018) y Borrador de la vela y de la llama (2022). Diarista excepcional, ha publicado La inminencia (1996), Días y mitos (2002) y Mundo, año, hombre (2016).

 

Ingenio, fragmentación, cohesión

En los mencionados libros heterodoxos opera de una manera particular: en muchos crea composiciones poético-filosóficas breves –inscripciones próximas al aforismo en algunos casos–, sólo aparentemente aisladas, que expresan penetración de ingenio y un estilo refinado. Lo explica en Cuaderno de las islas (Lumen, Barcelona, 2011): “he caído en la cuenta de que esas notas habían adquirido, con el tiempo, un cierto carácter unitario y podían leerse de manera seguida”. Narra que “la mayor parte de estas anotaciones estaban en papeles sueltos o figuraban en distintos cuadernos (muchos de ellos, por cierto, cuadernos de viaje). Ha sido precisa una cierta labor de ordenación y de criba y, en más de un caso, de reescritura”.

Otro libro inclasificable de Sánchez Robayna funciona con las mismas pautas, pero radicalizadas. Reflexión sobre la escritura –y la existencia–, Las ruinas y la rosa (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024) es “un libro en formación, un libro que ni acaba ni puede acabar aquí” (como Cuaderno de las islas). Joan Tarrida, su editor, lo define como un cuaderno “abierto” de reflexiones. “Después de toda clase de fantasías y caprichos, este es el resultado de lo que creo un abandono de cualquier proyecto o designio razonable. Muchos de estos apuntes, como podrá comprobarse, responden a una simple transcripción de sensaciones o, mejor aún, de lo que llamaría pensamientos sensitivos”, dice Sánchez Robayna. Continúa: “¿Qué queda aquí entonces, encuadernado a modo de libro, usurpador de su apariencia? Vencido al final por lo puramente fragmentario, decido hacer frente a los hechos.”

 

La secuencia de apuntes

Para el autor y el editor se trata del “pensamiento fragmentario o epigramático como expresión viva del espíritu”. Recuerdo que en la Antigüedad griega y latina, el epigrama era una inscripción de carácter funerario y dedicatorio. La secuencia de apuntes contiene ambas nociones y muestra el pensamiento visionario de Andrés Sánchez Robayna y su capacidad de establecer vasos comunicantes entre los más diversos conocimientos. Subrayé los siguientes pasajes de Las ruinas y la rosa.

 

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Atribuido a Picasso: “Todo el mundo desea comprender el arte. ¿Por qué no intentan comprender el canto de un pájaro?”

 

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El testimonio de las víctimas (de los supervivientes, en realidad) es el testimonio de la conciencia humana misma, si pudiera ser observada y registrada en toda su pureza (“la ley moral en mí”). Es lo que debería ser nuestra conciencia. Y no lo es. Problema irresoluble. “La única manera honesta de resolver el asunto –esto es, de suicidarse– es vivir”, escribe Kertész.

 

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“La definición de lo Bello es fácil: es lo que desespera”, escribe Valéry. De acuerdo. Pero es aún insuficiente. El misterio permanece. Porque resulta que amamos lo que nos desespera.

 

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Me quedo pensando aún sobre la significación del legado humanista, o más bien sobre sus avatares modernos. ¿Qué imagen de “lo humano”, en el sentido de Camus, ofrece hoy el ser humano mismo, qué versión da de sí? Aunque son los más inquietantes, los escritos sobre las atrocidades de la historia en la pasada centuria no se deben únicamente a las víctimas. Algunos pensadores, novelistas y poetas han sabido acercarnos también al centro mismo del horror.

 

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¿Cuándo terminaste de comprender –si has terminado de comprenderlo– que el mal es el elemento común a todas las ideologías, mejor dicho, a todas sus realizaciones políticas?

 

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