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- Alonso Arreola | Redes: @escribajista - Sunday, 20 Oct 2024 09:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
David Gilmour ha vuelto

 

David Gilmour regresa al aire con Luck and Strange, álbum de maestría guitarrística y lírica existencial. Una exploración de la memoria y la mortalidad erigida junto a Charlie Andrew, joven productor con numerosos galardones en Europa.

Pese a su atmósfera melancólica y a un temperamento reflexivo de baja velocidad, el éxito de la obra en Inglaterra fue inmediato (alcanzó el número uno apenas salió), lo que reafirma la relevancia del artista en la música británica.

Según sus propias palabras, el título alude a ese extraordinario momento de “suerte” o epifanía en que muchos de su generación, especialmente durante la postguerra, pudieron tener ideas que los movieran hacia un futuro renovado.

Acaso sea por ello que el entendimiento con su mujer, la escritora Polly Samson, sea tan prolífico y duradero (llevan treinta años juntos). A ella se deben muchas de las mejores letras que ha cantado Gilmour, fuera o dentro de la última reencarnación de Pink Floyd. Y esta no es la excepción.

De Fausto y su pacto con el Diablo (“Pipper’s Call”) al poema por su aniversario de bodas (“Dark and Velvet Nights”), los versos de Samson fluyen finamente amoldados a un fraseo que nos resulta más que conocido: clásico.

La gran novedad, empero, es que su propio hijo, Charlie, también colaboró en las palabras. Ello completa un álbum familiar en que destaca Romany Gilmour, hija y vocalista en “In Between Two Points”, una bellísima versión a The Montgolfier Brothers.

Sobre ese tema en particular, Gilmour ha dicho que desde los años noventa ocupa un sitio preeminente en su cancionero favorito; que grabarla resultó especialmente importante pues siempre pensó que era un éxito a la espera de justicia.

Cuánta razón tiene. Esa introducción a cuatro notas, constante, repetitiva, renaciendo con el paso de los acordes, resulta el vehículo perfecto para el arpa y la voz de Romany, quien acompaña a su padre en la gira mundial que comenzara en septiembre. Una participación encomiable, muy por encima de las que otros vástagos han hecho con su famosa parentela.

Notables son, asimismo, las participaciones de dos cómplices cercanos: Guy Pratt en el bajo y Steve Gadd en la batería, insustituibles al soportar los sueños del exPink Floyd, pero también contrapeso para la imaginación de Will Gardner, quien compuso y dirigió las orquestaciones y los arreglos corales. Pequeño paréntesis merece Gadd, otrora acompañante de Paul Simon y uno de los bateristas más originales y versátiles de la historia.

Todo ello, combinado con la mítica guitarra Telecaster modificada del genio, nos lleva a un estado de tensa placidez. Algo raro. Un descanso que mantiene en vilo, que se sabe pasajero. El preludio de una escalada que se acerca lenta e inevitablemente. Y pausa.

Sirva como descanso una afirmación añadida: los solos de don David, a sus setenta y ocho años de edad, siguen siendo una sustancia fundamental, magnífica. Digamos que fluyen como su voz: cansados pero monumentales. Tiernos pero abisales.

En este punto, lectora, lector, hay que decir algo que siempre desata polémicas. Hoy más que nunca creemos que David Gilmour está muy por encima de Roger Waters. Hablamos de su excompañero de banda y quien se perdiera en los laberintos de la contradicción política. Un talentoso artista cuya renovación anida en arcaicas provocaciones, mas no en el ritmo de la inspiración que dilata frutos de peso y brillo.

A estas diferencias ideológicas se suman las empresariales. Ambos comparten autorías que grandes corporaciones se pelean para su explotación en años venideros. Si lograran un acuerdo la cifra sería inmensa. (¿Recuerda cuántas semanas estuvo el
Dark Side Of The Moon en los primeros 200 lugares del Billboard? 741.)

En fin. Dejémonos de data e historias. Apenas termine las tres sentencias siguientes, vaya y escuche esta maravilla. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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