Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 20 Oct 2024 09:21 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La picaresca y el poder (II y última)

 

“Un político mexicano es peor que un miembro de la mafia”: la frase es de Luis Spota y, como en la novela homónima, en la película Casi el paraíso uno de los personajes se la dice a un joven timador profesional de origen italiano que, usurpando el nombre de Ugo Conti –príncipe en la novela, conde en la película–, ha decidido quedarse en México con el único objetivo de hacerse rico a costillas de la que se solía conocer como “clase política mexicana”. Huyendo de su conquista más reciente, una mujer estadunidense entrada en años a quien ya no podrá seguir exprimiéndole no sólo manutención completa sino lujos y una vida disipada, Conti se aprovecha del deslumbramiento más bien hormonal, pero también de clase, que ha provocado en la hija de un secretario de Estado cuya ambición en curso es convertirse en el próximo gobernador de Oaxaca.

Ambición, poder y podredumbre son los ejes temáticos que gobiernan tanto a la novela de Spota como al guión que, en coescritura, realizaron Edgar San Juan e Hipatia Argüero Mendoza. Mayoritariamente fieles a la historia original, lograron traducir al cine la atmósfera literaria de sordidez disfrazada con aspiraciones de glamour obtenido a punta de billetes que permea la historia concebida por Spota, sin disminución alguna: no hay, en Casi el paraíso, un solo personaje éticamente irreprochable sino todo lo contrario; unos más que otros, todos tienen algo que ambicionar, alguien a quien pueden traicionar o de quien aprovecharse, y el énfasis está puesto en el ridículo que aquellos nuevos ricos mexicanos a quienes “por fin les hizo justicia la Revolución” no tienen empacho en cometer, siempre que les dé como recompensa un encumbramiento económico que no dudarán en suponer también social, de clase. Por eso, Conti la tiene tan sencilla para engatusar a la hija del secretario pero, ignorante de los recovecos retorcidos del sistema político mexicano y de la mente de sus protagonistas, lo que el falso conde ignora es que, utilizando a los demás, al mismo tiempo él es utilizado.

“Dios lo hace y ellos se juntan”, dice el refrán y, como a todos les conviene seguir las reglas de un juego que si no se sabe jugar elimina sin piedad al perdedor, todos aprovechan lo que el otro puede aportarles en beneficio de la propia ambición. Tutti contenti, al final incluso el Pigmalión de Conti –este último, en realidad, un expresidiario en la miseria, hijo de una prostituta, bien entrenado por otro falso noble italiano, también preso pero poderoso, que le enseña el arte del engaño y la simulación– aparece en una foto de familia junto con su criatura, esposa y suegros incluidos.

 

Antes no es exactamente como ahora

Donde la cinta se aparta de la fidelidad a la novela es donde falla: por más que quieran forzarse las similitudes y continuidades entre una época y otra, así como las que puede y debe haber respecto del talante de los miembros –políticos o no– de las llamadas esferas del poder, es inviable por inverosímil asumir que tal como eran las cosas en 1956 son en el presente. Casi el paraíso, la película, omite aludir a la filiación político-ideológica del gobierno al que ficcionaliza, como si fuera posible borrar de un solo plumazo casi siete décadas de historia, y de ese modo da por hecho el fondo de un concepto equívoco y cegato: el que se resume en la frase ignara según la cual “todos los políticos son iguales”. Excesos como un Presidente de la República yendo a ver y a sobajar a un Conti torturado demuestran lo anterior, y no es por cierto la única pifia derivada de obligar a una trama a que funcione idéntica en dos realidades muy distintas. No habría problema si la cinta no tuviera la intención que se supone: la crítica al poder desde la perspectiva de sus vicios y vergüenzas, “puesta al día” por el coguionista y director Edgar San Juan omite cambios, quiere ver como invariables y absolutos usos y modos ya periclitados o, cuando menos, modificados, y entonces alude a una realidad que ya no existe tal como la asume y la presenta, pero también fuera de la ficción.

 

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