Entre luces y sombras: la vida de José Vasconcelos

- Sergio Ugalde Quintana - Sunday, 20 Oct 2024 08:26 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La biografía de José Vasconcelos (1882-1959), personaje multidimensional, controvertido y polémico en la historia de México, escrita por Rafael Mondragón, 'El largo instante del incendio. Ensayo biográfico sobre José Vasconcelos', es el eje de este artículo que, con acierto, pondera las virtudes y fallos del libro, y comenta los aspectos esenciales de la personalidad y la obra del intelectual y político mexicano. Y afirma: “Se trata, ante todo, de una narración filosófica que persigue una propedéutica del presente para salvarnos de los fantasmas que rondan nuestra historia.”

 

I

Recientemente, Rafael Mondragón publicó un breve y sustancioso libro sobre el arte de escribir biografías en el siglo XIX. A partir de los trabajos del chileno Miguel Luis Amunátegui, quien escribió en torno a la vida y pensamiento de figuras como Andrés Bello ‒el famoso gramático y humanista venezolano‒, Francisco Bilbao ‒el inventor del concepto “América Latina”, alumno y contrincante del propio Bello‒ y Simón Rodríguez ‒el republicano radical que fundó experimentos pedagógicos en todo el continente y fue maestro de Simón Bolívar‒, Mondragón reflexiona sobre la tradición autobiográfica del siglo antepasado.

La forma en que se escribieron esas vidas tenía una clara intención propedéutica: se contaban anécdotas que simbolizaban la unión entre vida, lenguaje y pensamiento de cada uno de los biografiados. Me gustaría recordar un pasaje de la vida de Rodríguez, contado por Amunátegui y analizado por Mondragón: el polémico y provocador pedagogo ofreció una cena al Presidente de la recién fundada República de Bolivia, José Antonio Sucre, y a los integrantes de la élite económica y social de la región. Rodríguez había sido encargado por el propio Sucre para desarrollar un proyecto pedagógico que había despertado varias polémicas y había sido estigmatizado como una escuela para prostitutas, borrachos y mendigos. Debido a su picaresco estilo de vida, Rodríguez no tenía vajilla en su casa. Fue así que decidió comprar unos utensilios donde servir los alimentos para sus distinguidos invitados. Cuando todos ellos llegaron y vieron la mesa puesta quedaron asqueados y molestos al ver que la cena se les había servido en unas bacinicas. Los invitados se “excusaron” de no probar alimentos y el huésped los conminó a hacerlo dado que lo importante no es donde se sirven las viandas sino el sabor de las mismas. Además, argumentó, eran utensilios nuevos que no habían sido usados.

La anécdota sintetiza de manera muy clara el carácter provocador de este republicano radical del siglo XIX. Hay en esa historia un gesto que debe leerse como un emblema para entender la unión entre vida, ideas y pensamiento en quien fue el maestro de Simón Bolívar. Es muy clara la predilección que Mondragón tiene por los personajes biografiados por Amunátegui. Hay en ellos una experiencia vital que le es simpática: esas figuras son clave en la tradición de un pensamiento y de una actitud radical de las izquierdas en el continente. De Rodríguez ya dimos una muestra. De Bilbao es necesario decir que no sólo fue el inventor del concepto “América Latina”, también fue el mentor de las sociedades mutualistas de artesanos y promotor de las prácticas y las ideas anarquistas en el Cono Sur.

La pregunta, ante este escenario, resulta evidente: ¿por qué Rafael Mondragón, después de escribir un libro sobre el arte de contar las vidas de personajes radicales del siglo XIX, decide redactar una biografía sobre José Vasconcelos, un personaje a todas luces ajeno a su experiencia vital? (El largo instante del incendio. Ensayo biográfico sobre José Vasconcelos, El Colegio Nacional, México, 2023). Ya en la primera línea de su libro se manifiesta esa extrañeza: “Dentro de la literatura mexicana, José Vasconcelos es uno de los escritores que más duelen. En este libro quiero hablar de las razones de ese dolor. Demasiadas promesas, pero también fracasos.” Conforme avanza el volumen, Mondragón nos muestra que, en algunos momentos de lucidez, ese personaje perseguido por las sombras que fue Vasconcelos permitió e incitó aspectos luminosos en la cultura mexicana. Los ejemplos son conocidos: promovió una expresión artística plástica que fue ejemplo para todo el continente e inundó las paredes de muchos edificios públicos; incitó una idea de maestro y pedagogo heroico, que sale a buscar a sus educandos en plazas, vecindades, barrios pobres, poblaciones rurales encalladas entre montes; propició un movimiento de jóvenes entusiastas que impulsaron su campaña presidencial con la esperanza de renovar una Revolución que ya veían degradada. Por eso al final de su libro Mondragón acepta, pese a todas las oscuridades del personaje biografiado, que él mismo, Rafael Mondragón es un vasconcelista:

 

Sin saberlo, aquel bibliotecario de provincia me convirtió en un vasconcelista. Por eso escribí este libro avergonzado ante la violencia de un hombre que destruyó a las mujeres que lo amaron y apoyaron, y que no supo cuidar los dones que el espíritu humano le pidió desarrollar en su país y su época. También lo escribí agradeciéndole por tantos regalos que me permitieron crecer: una Universidad transida del espíritu de la utopía; libros hermosos que fueron editados bajo su impulso; el fervor de generaciones de maestros que, como él, se convirtieron en profetas sociales y defensores de su comunidad, y también, en ese lugar íntimo de la infancia, el regalo de un enemigo, pálida sombra de ese monstruo extraordinario, debatiéndose en un mundo hecho de ruido y furia, que todavía hoy me recuerda el deber de no caer en la trampa del resentimiento: honrar la vida y sus regalos, aceptar gentilmente el legado de la noche y permitir la avenida de tiempos mejores y distintos al nuestro.

 

La escritura y la lectura de la vida de Vasconcelos persigue, tal como Rafael lo había destacado en el caso de las biografías de Amunátegui y el siglo XIX, una función terapéutica: repasar una historia para hacerse cargo de ella y al mismo tiempo exorcizarla. Nombrar una vida significa, en este caso, hacerse cargo de sus consecuencias y desprenderse de ellas. Si siguiéramos la reflexión de Mondragón sobre la escritura biográfica en el XIX sería importante identificar entonces las anécdotas y los gestos de la vida de Vasconcelos donde se encuentra de manera intensa la articulación de un legado al mismo tiempo luminoso que sombrío.

 

II

Entre los distintos gestos que se pueden rastrear en el libro de Rafael Mondragón el primero que llama la atención, y que destaca por su fuerza visual, es el del niño Vasconcelos que, amedrentado por una horda infantil de gringos, en una escuela estadunidense en la frontera con México, acepta la navaja que un compatriota le ofrece para defenderse y detener las golpizas. La violencia fue conjurada con mayor violencia. Los golpes, por supuesto, se detuvieron. También tenemos otro gesto muy potente de Vasconcelos cuando Mondragón nos lo pinta como un personaje atormentado y fuera de sí que persigue, loco de celos, a Elena Arismendi por Estados Unidos. Estos dos primeros gestos pueden verse en consonancia con la prédica de un heroísmo autoritario y violento que caracterizó, según testimonios de sus contemporáneos, el actuar institucional de quien fuera rector de la Universidad Nacional y secretario de Educación Pública. Es el mismo personaje que, después de experimentar la amargura de no haber llegado a gobernar este país, destruye sus ideales y asume un racismo impresentable y un antisemitismo abiertamente pronazi. Este último aspecto, quizá el más oscuro en su vida, se concretó y difundió en la revista Timón. Sin embargo, Mondragón no sólo destaca el lado oscuro de su biografiado; también ensalza los gestos positivos de Vasconcelos: una figura que promovió el ideal de un maestro entregado a su comunidad; que
enalteció la práctica de la edición y promoción de libros de forma ejemplar; un inquebrantable promotor de revistas; un incansable creador de bibliotecas públicas y personales.

La pregunta es inevitable: ¿cómo salir de esa bruma de sombras en la cual se vio envuelta la trayectoria de José Vasconcelos? Me parece que Rafael Mondragón utiliza tres estrategias para salvarse del agobio y salvar esta vida tumultuosa y tormentosa. La primera estrategia es narrar la trayectoria vital de tres mujeres extraordinarias que acompañaron a este generador de tormentas: Elena Arismendi, Gabriela Mistral y Silvia Mistral. Arismendi había estudiado enfermería en San Antonio Texas, donde había entrado en contacto con Francisco I. Madero y su familia. Iniciados los combates de la Revolución Mexicana, Arismendi increpó a la presidenta de la Cruz Roja de México pues no quería ayudar a los heridos en el conflicto; fue así como convocó a crear un órgano alterno y salir al campo de batalla a socorrer a los heridos. Maderista convencida, creó y fundó la cruz blanca. Vanegas Arroyo difundió un corrido sobre Arismendi y estampó, en sus pliegos sueltos, la imagen de la enfermera con un par de cananas al pecho. Acusada de insubordinación, buscó un abogado que la defendiera. Así fue como encontró a Vasconcelos. Con él inició un largo y accidentado vínculo profesional y pasional que terminó con la persecución desesperada de Vasconcelos tras ella.

Elena fue promotora del feminismo y una figura clave para entender la defensa de los derechos humanos en el país. La segunda mujer de la que habla Mondragón llegó en junio de 1922 al puerto de Veracruz. Se trataba de una profesora con
una intensa actividad pedagógica en comunidades indígenas y en barrios marginales de obreros. Era una autodidacta que había ganado algunos premios literarios, pero que se negaba a publicar sus poemas en un libro. Cuando llegó a México, Gabriela Mistral acababa de pasar por una polémica muy desagradable en su país. La habían nombrado directora de una escuela para señoritas en Santiago de Chile y la contrincante al puesto, una mujer poderosa con muchos vínculos políticos, desató una feroz campaña en su contra. Se dijo que no tenía título universitario y que no había publicado realmente nada. Vasconcelos la invitó al proyecto educativo que realizaba. En esos días, el secretario de educación estaba creando distintas escuelas técnicas en el país. Una de ellas estaba dedicada a la educación de mujeres. A esa escuela le puso por nombre “Gabriela Mistral”. El balance que sobre los intelectuales mexicanos hizo la chilena, durante el tiempo que vivió en México, fue muy semejante a lo que veinte años después Pablo Neruda, su compatriota, diría sobre el campo literario y cultural del país. Mistral aseguró que los intelectuales mexicanos no tenían ideales sociales. Neruda aseguró que lo mejor de México eran sus pintores y sus agrónomos. Mistral hizo grandes amigos entre profesores rurales e indígenas. Aquí publicó su primer libro de poemas y dos grandes proyectos educativos: su libro Lecturas para mujeres y su otro libro Lecturas clásicas para niños.

La tercera mujer en la que se detiene Mondragón es la anarquista catalana, nacida en Cuba, Hortensia Blanche Pita. Junto con su pareja, el anarquista catalán Ricardo Mestre, se refugió en México en los años cuarenta y fundó la Editorial Minerva, proyecto emblemático para la tradición anarquista en México. Silvia y Ricardo llegaron huyendo de la barbarie fascista de España. En México ella se vio obligada a trabajar en la revista fascista de José Vasconcelos: Timón. Con las imágenes de estas tres mujeres, Rafael Mondragón narra oblicuamente la trayectoria de Vasconcelos; ellas son su estrategia para salir de las sombras de este personaje y mostrar las luces que lo rodearon.

Pero Mondragón también desarrolla otra estrategia para salir del mundo sombrío de Vasconcelos: decide leer al polémico rector a partir de las diversas tradiciones de las izquierdas que confluyeron con él en los distintos momentos de su trayectoria política y cultural. Rafael Mondragón resalta, por ejemplo, las figuras de Abraham Arellano, coordinador de la campaña de alfabetización del rector Vasconcelos y anarquista convencido; menciona a Eulalia Guzmán; establece paralelos entre ciertas concepciones de Francisco Bilbao y la noción de Trinidad en el rector; busca acercamientos entre las ideas de José Carlos Mariátegui, el primer marxista latinoamericano, y las concepciones de Vasconcelos sobre el papel de los indígenas y los grupos populares en la Revolución Mexicana; destaca la figura de Carlos Pellicer, joven estudiante, voluntario alfabetizador, que terminó en prisión al lado de José Revueltas en 1922; resalta la figura de la feminista de izquierda Laura Rudy, que llega con Mistral, su pareja desde entonces; subraya la siluetas de los diversos jóvenes vasconcelistas que se unieron al movimiento de la candidatura en 1929: Elvira Vargas, Andrés Henestrosa, Antonieta Rivas Mercado, Bustillo Oro, Mauricio y Vicente Magdaleno, Germán de Campo; en todo este recorrido, Mondragón también resalta la importancia que tuvieron Tolstoi y Gandhi para Vasconcelos.

La tercera estrategia para salir de las sombras es destacar las prácticas de lectura que desarrolló el joven provinciano José Vasconcelos cuando llegó a Ciudad de México. Max Stirner y Max Müller son destacados en las primeras páginas. El primero por el universo anarquista; el segundo, por las filosofías orientales que le ofreció a Vasconcelos en sus libros. Müller, hay que decirlo, también fue uno de los responsables de la creación del paradigma sobre lo ario en la filología del siglo XIX. La relación entre filología y racismo es todavía una de las vertientes que habría que detallar más en relación con algunos personajes del Ateneo.

Finalmente, el proceso de narración de la vida de Vasconcelos, con las estrategias para sortear las sombras, desarrolladas por Mondragón, viene acompañado de un constante proceso de actualización de esta vida y de esa trayectoria. Por ejemplo, el cinismo de Vasconcelos que cuenta sus visitas a las prostitutas le recuerda al narrador de esta biografía a su tío borracho, que se vanagloria de sus aventuras en medio de una fiesta. O también los recuerdos de Margit Frenk sobre el ambiente filonazista que permeaba la cultura mexicana en los años cuarenta. Así, este ensayo biográfico es más que un recuento y un recorrido por datos, fechas y situaciones. Se trata, ante todo, de una narración filosófica que persigue una propedéutica del presente para salvarnos de los fantasmas que rondan nuestra historia y nuestro porvenir, pero también para vislumbrar los destellos fulgurantes de un proyecto que todavía anhelamos concretar.

Versión PDF