La voz del mar: Manuel García, música y canto desde Chile

- Mario Bravo - Sunday, 20 Oct 2024 08:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En esta entrevista, el cantante y compositor chileno Manuel García (Arica, Chile, 1970) navega en los orígenes geográficos y biográficos de su vínculo con la música. También elabora pensamientos sobre los colores en su arte y el papel que ocupa Arica, su ciudad natal, en su manera de vivir.

 

Manuel García (Arica, 1970) concluye su sesión de ensayo en una casona del barrio de Coyoacán, Ciudad de México. Allí charla con La Jornada Semanal y la conversación, mediante magia y memoria, súbitamente emana un olor a sal, desierto y embarcaciones pesqueras, como si las palabras hicieran una peculiar alquimia: aquí, el hogar de la infancia; allá, un circo arribando al pueblo, y la voz dulcísima de Judy Collins, en un vinilo, reprochando que “esa no es manera de decir adiós”. A continuación, las reflexiones de este músico heredero del talento de Violeta Parra y Víctor Jara.

 

El pez nuestro de cada día

Hoy en día, ¿a usted qué le dice el mar de Arica?

‒A causa de esa evocación del mar cuando fui niño, he buscado hacerme de una cabañita muy modesta cerca del océano Pacífico. Cincuenta años es una edad curiosa y uno mira realísticamente hacia el porvenir: sabes que mueren amigos y familiares. Es especial lo que me preguntas porque de ahí viene ese realismo hacia el futuro, pero también esa evocación profunda: la voz del mar es superimportante para mí. Y la he buscado. A pesar de estar en Santiago de Chile, ahí llegué hasta el mar porque de allí venía un canto que no sólo era la voz del mar, sino del pescador y de quien vende el pescado.

“Hacia los cerros y al desierto se instaló la gente que venía del sur de Chile a buscar expectativas en la frontera con Perú y Bolivia. Allí se generaba bastante industria automotriz y oportunidades que Salvador Allende quiso otorgar y las cuales, después, la dictadura omitió”, reflexiona el trovador y continúa con el dibujo de los mapas emocionales de Arica, ciudad del norte chileno: “Es un lugar identitariamente muy poderoso. Pareciera que allí no hay nada porque es un desierto, pero está la cultura andina, la frontera con Perú y Bolivia, los valles interiores y el pez nuestro de cada día. ¡Esa es la historia de ese mar!”

 

“Mi padre fue un portal”

¿Qué le dicen estos versos que su padre cantaba cuando usted fue niño?: “A los bosques yo me interno/ A echar mis penas llorando/ Y los bosques me contestan/ Lo que has hecho estás pagando.” ¿Cómo se crece escuchando eso, sumándole la música de Bob Dylan, Leonard Cohen y Joan Báez que su papá llevaba en discos al hogar familiar?

‒Era un canto profundo andino muy importante para nosotros. Muchas gracias por estas preguntas, que quede consignado: has leído, has estudiado y te sensibilizaste. ¡Me estás preguntando cosas muy importantes para mí! En la profundidad de esos cantos andinos se halla conectada la misma profundidad de Leonard Cohen cantando “Hey, That’s No Way To Say Goodbye”. Eso ya sonaba en mi casa a través de la voz hermosa de Judy Collins. Mi papá vibraba tanto con la música que a nuestro domicilio llegaban muchas personas que él conocía en su parranda y, entre ellos, gente andina muy maltratada por una dictadura que, hasta hoy, jamás ha reconocido a esas culturas en su aporte para la humanidad. Mi padre fue un portal. Él vibraba con el canto y la guitarra, y eso pasó a ser una tradición familiar que heredé a mis hijos, sin quererlo. Ese canto que tú leíste me conmovió de niño y me hizo acercarme a la música. ¡Uno no es más que un barquito de papel navegando en el mar! Las aguas que te conducen son las intenciones de la gente que te precede.

 

La abuela Gumersinda

‒“Se canta lo que se pierde”, dijo Antonio Machado. ¿Cuáles pérdidas hay en su biografía como para haber sostenido la guitarra y abrazar el canto como oficio?

‒Hay una pérdida muy grande: sentir extraviada a tu comunidad en sus ilusiones y sueños. La gente, al no tener oportunidades, se frustra… y cuando se frustra, se amarga… se violenta… y rompe cosas, golpea, mata a personas o se abandona. Las violencias intrafamiliares, los suicidios, la desazón, la amargura y la tristeza se veían muchísimo en el lugar donde me crié. Para un niño eso es una pérdida enorme: sentir que, cuando sales a jugar, alguien golpea a su esposa o a sus hijos en la casa de al lado.

 

Usted es uno cuando compone música, al ensayar, al grabar en un estudio o al subirse a un escenario; pero, ¿cuál es su mirada acerca del mundo cuando sale a la calle a comprar pan o cuando se sube al Metro? Le interrogo, en sí, por la vida.

‒Recién hablamos de las pérdidas cuando uno es niño. ¿Qué te queda ante las ilusiones extraviadas de tu comunidad? Un libro, la música o un rinconcito limpio. Yo solía barrer mi espacio, abría mi cuaderno y dibujaba. Ahí me instalaba y, entonces, el mundo se volvió algo muy interior: lectura y música. Salir al mundo a entregar tu canto proviene de una parte histriónica propia de mi abuela Gumersinda Collao Collao. Ella, cuando el circo iba al pueblo, me decía: “Manolito, si yo hubiese podido, ¡me habría ido con esa gente!” Fue una abuelita de conversaciones, de canto, de chistes, ¡lo que no sabía, lo inventaba!

El creador de discos como Retrato iluminado o Harmony Lane, entre otros, cierra sus ojos, mezcal en mano, y expresa: “Debo cuidar mucho esa intimidad mía. Entre más me recibe el público, eso alimenta más a mi mundo interior y me quedo muy tranquilo. Yo salgo a comprar el pan en chancletas, con el peor de los pantalones… Cuando hago el aseo en casa, a veces me pongo una especie de calzoncillo en la cabeza y me amarro los rulos. Me gusta mucho tener mi ranchito ordenado, eso me nació en la infancia: la carencia nos traía la oportunidad de preocuparnos por nuestro entorno. Salgo mucho a la calle, en ocasiones porque quiero comprarme un disco o descubrir una librería, y la gente me habla. Agradezco esa contención que el público te da, eso para mí es la comunidad.”

 

Los poderes de la magia

¿Cómo puede describir esos cinco o diez minutos en que el artista se cree Dios porque creó algo que, aparentemente, no existía en el mundo?

‒Jorge Luis Borges y Silvio Rodríguez refrendarían eso, imaginando a Dios como un viejo vagabundo o como un niño que juega. Creo que hay una comunicación con Dios, el todo o una energía cuando la existencia es coincidente con cosas mágicas. Mi timidez se rompe en función de la magia: imagina a un niñito llegando a un cumpleaños, en una esquina, seducido por los colores, la música y una piñata. Después, no se da cuenta cuándo ya está metido totalmente en la fiesta y llega feliz a su casa. Pensó que era tímido, pero tuvo diez amigos en una cofradía mágica mientras partían la piñata. Soy eso: muy tímido; sin embargo, me seducen muchas cosas mágicas.

 

En su proceso artístico, ¿qué papel juega la técnica? ¿Hay un disfrute en ese ámbito?

‒La técnica te desafía, pero también te regala cosas. Quita tiempo y frustra porque te enfrenta a tus limitaciones, aunque mediante ella se genera un paso nuevo y se avanza. Soy muy metódico y disciplinado. Trabajo mucho todos los días: abarco el área vocal, la lectura, cosas que te sensibilizan, el estudio y la investigación. Y, en medio, la práctica cruda y dura de estar con la guitarra para recorrerla de la manera más limpia y más musicalmente posible. Al igual que una bailarina, necesitas mucho músculo y esfuerzo para pisar un acorde con gracia. Estoy muy contento porque me vinculé a la familia García Ayala. Ellos son de Paracho, Michoacán: Abel García López, su esposa Verónica Ayala, y su hijo Abel García Ayala, para mí… ¡el mejor guitarrista, y he visto varios! ¡Paracho es mi nuevo templo y un lugar para aprender!

 

Una voz, una calma

Charlando acerca de genios de la guitarra, Manuel García evoca a uno de los referentes latinoamericanos en la modalidad eléctrica de dicho instrumento: Luis Alberto Spinetta. Con voz suave, como un rayo de sol en invierno, nuestro entrevistado comienza a cantar “Bajan”, uno de los temas musicales más emblemáticos del ya mencionado roquero argentino:

‒Esa canción para mí es muy especial. Inicia y me saca del mundo… llevándome a otro lugar: allí a donde va un niño frágil cuando descubre que la música es un templo invisible, pero que ahí está y puede refugiarse en él. Es un tema supermístico: “Tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo…”

 

¿Con cuáles colores vincula a la música que usted compone?

‒Creo que, por etapas, me he movido por distintos colores. He ido a lo ocre, pero también he tenido etapas donde brillaron más el rojo, el azul y el amarillo, básicamente en rocanrol. La guitarra eléctrica tiende a ser el amarillo, el bajo es azul y la batería puede ser verde. En la guitarra, el color siempre será más madera, café oscuro, enriquecido con destellos de matices vivos, es decir, el canto de los pájaros: amarillo fuerte ligado a un tucán o un colibrí. También el sinsonte que, sin color, finalmente alcanza colorido a través de su voz y eso es la trova.

 

Escucho su voz al interpretar temas musicales y la asocio con la vibración vocal de quien canta una nana para dormir a un niño. ¿Hay algo de arrullo y calma en ese instrumento suyo?

‒A ver, compañero [silencio]. Me demoro porque me dejas pensando un rato y a mí me gusta disfrutar los pensamientos. Wildflowers, de Judy Collins, se hallaba entre los discos que mi papá llevaba a la casa. Un disco precioso. Yo reproducía ese disco y sentía que Judy Collins me cantaba como una nana que sana de todas las dolencias que me preguntaste al principio. Tiene una voz superlinda y alta, y yo comencé a cantar con ella esas canciones, luego mi voz se transformó en una voz muy femenina, alta y colocada. Reconozco que, cuando canto, en el fondo estoy imitando esa voz que me calmaba.

 

Silvio y un retorno

Si pudiera regresar a ese mar de la infancia en Arica, junto al niño que usted fue y también al lado de sus hijos: Emilio, Santiago y Luciano, ¿qué recomendaciones les daría?

‒Primero, cantaría un tema de Silvio Rodríguez, “Generaciones”, el cual trata de un viejo y de un niño jugando en el mar. Después les diría que sigan la voz del mar, de ahí venimos. En la Biblia dicen que vinimos del polvo de la tierra y allí volveremos. Por el contrario, afirmo que vinimos del mar y al mar volveremos.

 

 

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