Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 20 Oct 2024 09:16 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Imaginar el futuro

 

Por sí mismas, las disculpas del Estado monárquico español valen dos cáscaras de plátano y una puritita chingada. Porque, aparte de los lamebotas y bufones que animan el cotarro en las reales zahúrdas, nadie necesita gestos ni obras ni mucho menos sobras de una dinastía corrupta desde los tuétanos hasta los copetes. Sin embargo, ofrecer disculpas ‒protocolarias, diplomáticas, oficiales‒ por la matanza y el pillaje cometidos durante la conquista de América, resulta hoy más exigible y vigente que hace cinco siglos. Y no por cuestiones simbólicas ni por algún tipo de reivindicación sino porque nunca, hoy mucho menos que nunca, perderá vigencia la condena efectiva ‒además de protocolaria, diplomática y oficial‒ del vampirismo apátrida con sus previos y posteriores daños colaterales…

Desde siempre y hasta donde dure el tiempo no ha sido ni es ni será aceptable conquista, engaño, traición ni abuso y uso de la fuerza algunos. Hoy el deber más elemental y práctico obliga a la raza humana a optar entre la sobrevivencia y la catástrofe definitiva que le auguran las actuales invasiones de Rusia contra Ucrania y, en la cúspide, la depredación ‒de abolengo inglés, si no siempre en escena siempre sí tras bambalinas‒ que desde el siglo XIX cercenó la mitad de México y ha pertrechado a Israel en contra de Palestina, Líbano, Jordania, Siria, Egipto…, y que ahora arrodilla a Europa contra Rusia, con Ucrania por delante. Esto, sin olvidar las otras perenes guerras frías, sucias, legales, mediáticas, cuyo fin es la exterminación de lo otro mediante el terror que desplaza, incendia, extingue y vuelve páramo las superficies de la tierra codiciada…

Pedir perdón por atrocidades infligidas en nombre de emperadores subnormales y prognatos o de un crucificado culpígeno y ficticio, no puede, empero, limitarse a un mero ejercicio de memoria. Reconocer los crímenes cometidos al amparo de profecías y amenazas supuestas o fabricadas y aun auténticas, no basta. Tampoco basta admitir en toda su monstruosa impostura la promesa de una divinidad engendrada por el más inhumano de los cálculos ni pretextar la aportación de los idiomas que América salvó de la inanición zarzuelera, del doblaje y
del poltrón académico que “pudre, chinga y da dolor”. Nada de esto valdrá como acto de memoria pero sí como poder de imaginar...

Imaginar es desnudar lo tributado a la mayor gloria del más perfecto y abominable de los dioses. Es todo lo contrario de padecer nostalgias inducidas. Lo contrario de mentir alevosa o piadosamente llamando leyenda negra las profanaciones carnales y espirituales, los arrasamientos ecocidas y genocidas, la condena de la vida bajo la promesa y el signo de una cruz que lo mismo es y pudo ser la señal de la guillotina, del garrote vil, de las bombas de napalm y fósforo blanco, del lawfare y las fake news...

Imaginar consiste en encontrar riquezas perdidas, postergadas, esfumadas. En recuperar lo sustraído por perfidia o ineptitud, en sacar a lucir y a relucir lo oculto, en reiniciar todo aquello que por estar interrumpido, suspendido, pendiente, estorba la bendición del futuro y daña la salud del presente. Imaginar significa enmendar, enderezar, redimir, redimirnos. Limpiar algo de la nada que cargamos de la peor Europa y acrecentar la riqueza que no alcanzó a carroñar “La España de charanga y pandereta,/ cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María,/ de espíritu burlón y de alma quieta… que ora y bosteza… que ora y embiste…”, la madrastra con “Gobierno de alpargata y de capote,/ timba, charada,/ a fin de mes el sueldo,/ y apedrear al loco don Quijote”…

Imaginar será levantar con la memoria un futuro mejor, posible, nuestro.

 

Versión PDF