Un olor agrio y denso

- Alejandro Montes - Sunday, 20 Oct 2024 09:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

Todos le decían Anc pero se llamaba Luis. Su apodo era la reducción de anciano. Cuando lo conocí, él pasaba los veinte años y su rostro ya guardaba surcos de arrugas que, combinados con su piel lechosa, sus pelos rubios, crespos, lo hacían ver con vejez prematura.

En esos años de los noventa fumábamos marihuana en las calles de la vieja Ciudad Satélite. El Anc era el único que se inyectaba. Preparaba su fix en una jeringa para xilocaína: mezclaba nubain con cocaína: esperaba a que el color de la sustancia fuese blanco y el líquido no tan espeso. Cuando estaba todo listo dirigía la filosa punta hacia la vena de su antebrazo izquierdo y, como si fuera la de un arpón tras el lomo de una ballena, ¡sobre y zas!, inyectaba el contenido para revolverlo con su sangre. Después del chute, la sonrisa del Anc era siniestra en fondo, en forma.

Un día sentenció que robaría el Oxxo de la avenida con la pistola de diábolos que le regaló su papá en algún cumpleaños. Todos nos burlamos de él, pues quien conociera un poco al Anc sabía que era un simple drogadicto sateluco, incapaz de ir más allá de extraer dinero a su mamá o malvender la plancha o la tele de su casa para comprar coca, no más. Lo hizo: le salió bien el numerito. El Oxxo que se chingó el Anc fue uno de los primeros que pusieron en Naucalpan (después la plaga se extendería por todo el país). Su plan fue sencillo: esperó a que no hubiera gente, intimidó al encargado con su vieja pistola de diábolos; le ordenó que echara el dinero de la caja a una bolsa de plástico. Salió corriendo en contraflujo de la avenida por si llegaba la policía hasta esconderse en la bomba de agua potable que abastece toda Ciudad Satélite.

La noticia en el periódico Ecos de Satélite fue más que un triunfo para el Anc: “¡A plena luz del día roban y la policía ni sus luces!” Cuando leía la noticia su sonrisa era igual de siniestra que cuando se arponeaba. Con el dinero del atraco fue a Tepito; compró varios gramos de coca para revender. Se las dio de jefe durante una o dos semanas por las calles de circuitos satelucos, así como en la preparatoria abierta donde iba: se coronó como el padrino. En esos días veíamos con respeto al Anc.

La madre del Anc, mujer rubia con nariz aguileña, no era estúpida; descubrió la movida de su hijito. Esculcó todas sus pertenencias hasta encontrar el lugar donde escondía los gramos: detrás de la fotografía de su papá muerto. Enfrente del Anc los tiró por el escusado diciendo que no soportaría ningún narcotraficante en su mismo techo; enseguida lo corrió de la casa. El Anc no lo pensó: disparó a su madre con la pistola de diábolos. Le alcanzó a dar en el pie izquierdo. Después salió como si nada de la casa materna. Mientras nos contaba, el Anc soltaba de golpe su sonrisa opaca: todos callamos al mirar sus gestos de ira desfachatada: “La vieja se lo ganó, ella sabe por qué, al rato se le pasa el coraje...”, decía mientras apretaba entre sus manos el retrato de su papá.

 

Versión PDF