La Virgen de Xochitlaoztoc

- Diego Arturo Robles Barrios - Saturday, 26 Oct 2024 08:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

Visitando el pueblo de San Miguel Cuauhtenco, en octubre del año pasado, fray Alonso de Acosta escuchó que no muy lejos de ahí, en otro poblado más adentro en la sierra, había una cofradía de doce indios que se decían los Doce Apóstoles, y que estos indios salían de noche y andaban de cerro en cerro y de cueva en cueva haciendo sus brujerías, y que traían consigo a una mujer que llamaban María Magdalena con la que practicaban aquelarres y tenían sus conciliábulos con el Diablo, y que así enviaban las lluvias y los buenos temporales, y que daban muchas riquezas a quienes lo quisiesen, y que tenían otros tantos encantamientos muy famosos entre los naturales todos de esas tierras.

Fray Alonso escribió al Padre Provincial para darle noticia de tan graves idolatrías, pidiéndole expresamente además que mandase a otro presbítero de la Orden para la averiguación de las cosas que le fueron referidas y la extirpación, en caso de ciertas, de estos horrores del demonio, pues su avanzada edad y su delicada salud no le permitían emprender el viaje por el monte y arrostrar lo que allí hallare. Habiendo leído la carta de fray Alonso y discernido sus informaciones, el Padre Provincial delegó la tarea a fray Doménico Ricci a sabiendas de cuan religioso y buen cristiano era, y cuan celoso del servicio de Dios, de la Orden y de los indios, y cuan bien hablaba su lengua materna.

Fray Doménico partió en vísperas de Miércoles de Ceniza con la dicha comisión al encuentro de fray Alonso, que lo acogió gustoso en su parroquia y le relató con detalle y desasosiego las infidelidades que le habían sido señaladas, exhortándolo a que estuviese muy sobre aviso de las tretas de Lucifer, suplicándole que enmendase estos agravios e hiciese con ello honra a Dios y a su Santa Fe y el bien a sus ovejas. Fray Doménico se dirigió entonces adentro en la sierra al poblado llamado Xochitlaoztoc para reunirse con los indios y conocer de su propia boca y en su propia lengua los testimonios sobre la mentada cofradía y otros pecados de ritos antiguos.

En Cuaresma, luego del feliz recibimiento y las debidas liturgias, fray Doménico escuchó con el tiento y la piedad que eran menester las declaraciones que la asamblea de viejos principales y todas las gentes del pueblo le hicieron atendiendo solícitos a su noble inquisición, en las cuales se quejaron primero del estado de abandono y orfandad en que se hallaban desde hacía más de veinte años por causa de que ningún pastor se había presentado en su capilla, consagrada a Nuestra Señora de la Asunción, a decir misa y administrar los sacramentos. Se quejaron además de los atropellos y las injusticias que constantemente recibían por parte de las autoridades municipales, que no reconocían los títulos primordiales de sus tierras, y de los terratenientes vecinos, que estaban ávidos de las riquezas de su monte. Sobre la María Magdalena y sus Doce Apóstoles confesaron que habiendo comenzado éstos su ministerio los niños se bautizaron en la Santa Fe, los enfermos recuperaron la salud, las cosechas abundaron y la Virgen de su capilla se revistió de flores, y añadieron que no había herejía en ello puesto que todo lo hacían en nombre de Jesucristo Nuestro Señor y conforme a las enseñanzas de los primeros padres misioneros.

En cuanto al origen de los dones de María Magdalena, los testigos afirmaron que ésta, hija de José López Oxeb, campesino, y María Pukuj, curandera, ambos distinguidos cristianos y con cargo en la comunidad, cumplidos los quince años comenzó a tener visiones del Crucificado en sueños y que cierto día, mientras buscaba hierbas por el monte, dio con una cueva donde Nuestro Señor Jesucristo yacía en su cruz llorando, y le dijo que lloraba de dolor por ver el sufrimiento de sus hijos, y que había venido a liberarlos, y que la había escogido a ella para dar su mensaje y restaurar su Reino. Entonces los Doce Apóstoles descendieron como estrellas del firmamento y ungieron con poderes a la María Magdalena, y la santificaron y la tomaron por beata y cabeza, y regresaron luego todos al pueblo con esta revelación y este evangelio. Los indios expresaron también que en un principio no creían en lo que ella decía, hasta que varios de ellos soñaron a Nuestra Señora de la Asunción suplicando que escuchasen a María Magdalena, su hija, porque ella de nuevo levantaría su capilla. Hicieron caso entonces de esto y desde aquel momento así han ido la María Magdalena y su cofradía de Doce Apóstoles predicando y obrando sus milagros por los cuatro rumbos, refugiándose en las cuevas aledañas donde aparece el Crucificado y manifiesta su voluntad. Finalmente, los indios dijeron a fray Doménico que la beata y sus cofrades estaban en su desierto y ayuno, y que si él quisiese conocerla y entrevistarse con ella personalmente habría de esperar a la Semana Mayor, que todos en el pueblo muy gustosos lo tendrían por huésped y se sentirían muy honrados de celebrar juntos la Pascua.

Fray Doménico aceptó con agrado la proposición y en sus oraciones de Vísperas se encomendó al Padre Fundador de la Orden para recibir luz en su discernimiento y en su actuar. Esa misma noche en su vigilia tuvo la visión de Cristo, de cuyas llagas brotaba un manantial de flores, y sintió en su pecho grandísimas aflicciones, y halló consuelo en sus lágrimas, y el viento le murmuró algún suspiro en la lengua de estos indios, y sintió en su rostro la caricia que le hacía la María Magdalena, y rezó con ella y con los Doce.

En Viernes de Dolores, después de deliberar largo rato, escribió al Padre Provincial una misiva con el estado de su averiguación, en la cual afirmaba que nada impío había en los naturales de Xochitlaoztoc ni maligno en la María Magdalena, que todos eran buenos cristianos pero desvalidos, y que las advertencias de fray Alonso eran equivocadas por desconocer éste su lengua y sus costumbres. Solicitó además permiso para servirles de párroco y velar por sus almas, pues ya mucho tiempo habían permanecido a su merced en el desamparo de la Iglesia y sólo con un buen pastor estas ovejas no habrían de descarriarse.

El Domingo de Ramos entró al pueblo la María Magdalena acompañada de su madre y los Doce Apóstoles, y fue acogida con palmas y gran alborozo, y llevada después al encuentro de fray Doménico, quien al verla cayó de hinojos y arrobado se soltó en llanto. Éste se dispuso a celebrar con todo el pueblo los misterios de la Pascua, y lavó sus pies, y repartió el vino, y multiplicó el pan, y oró con ellos en el huerto, y aguardó con ellos la noche del Éxodo, y sufrió con ellos el Calvario.

En Viernes Santo, luego del Viacrucis y las Siete Palabras, mientras caminaba la Procesión del Silencio, una leva ruin reclutada en otras partes de la República por los terratenientes y las autoridades de la zona abrió fuego en contra de las gentes congregadas en la plaza de Xochitlaoztoc so pretexto de conspiración y sedición, matando a mansalva en el acto lo mismo niños que mujeres y varones y ancianos. Fray Doménico derramó su sangre sobre el Santísimo Cristo de la Agonía, dejando con Él y en Él su vida. La milicia se desbandó cobardemente tras el horror y, en connivencia con el gobierno, se refugió impune en el anonimato de la sierra. María Magdalena y sus Doce Apóstoles resultaron ilesos por gracia de Dios. Salieron de entre los muertos y el espanto con grandes penas y plañidos. Huyeron cargados de tristeza hacia el monte, y a su paso dejaron un rastro de lágrimas, y hallaron luego socorro con Cristo en su sepulcro, adentro de sus llagas, en la cueva de las flores. María Magdalena instaló ahí mismo su ermita, donde brota el venero que riega la selva, y cada uno de los Apóstoles se hizo montaña alrededor suyo para resguardar el sigilo de su oración y el secreto de su llanto a los pies del Crucificado.

 

Versión PDF