Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 03 Nov 2024 09:48



En el FICM22 se llevó a cabo el estreno –mundial, como les gusta decir– de Pedro Páramo, que viene a ser la tercera o tal vez cuarta aproximación a la novela homónima, cumbre de la literatura universal, escrita por Juan Rulfo en 1955. Las anteriores, realizadas en los años sesenta y setenta, cometieron tantos despropósitos y pifias –incluyendo lo que más de uno siente como una lejanía insalvable entre la extraordinaria profundidad del texto literario y la pobreza/superficialidad de lo que sus hacedores reflejaron en pantalla–, que muy pronto pasaron al prudente olvido, del que sólo salen para ser, no sin razón, una vez más vilipendiadas.
Así las cosas, Rodrigo Prieto, director y coguionista de la nueva adaptación, sabía de la camisa de once varas en la que se metió. Archiconocido por su trabajo de cinefotografía, ganador de un montón de Arieles y otros premios internacionales, nominado tres veces a los Oscaritos, el egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica a finales de los años ochenta apenas había dirigido alguna cosa antes de osar tanta ambición como la implícita en llevar al cine, una vez más y esperando que funcione, una obra que, como el resto de la brevísima y magnífica escrita por Juan Rulfo, se le resiste al cine con tozudez notable.
El menos peor
Para fortuna no sólo y no tanto de su realizador, sino para la de los espectadores y de ellos, en particular, quienes amamos sin reserva el universo muerteonírico rulfiano, cabe decir que este Pedro Páramo cinematográfico es el menos peor de todos, comenzando porque no comete el despropósito de poner a alguien como John Gavin en el papel de Páramo, como sucedió en la versión de Carlos Velo (1967), pero desgraciadamente el más reciente cacique fílmico de la Medialuna no tiene la fuerza de Manuel Ojeda, el Páramo de la versión a cargo de José Bolaños (1978). El de Prieto, interpretado por Manuel García Rulfo –actor menos que mediano, con buen callo televisivo pero evidentemente limitado–, parecería tener como principal haber el apellido y no su desempeño histriónico porque su Páramo le sale mayoritariamente tibio, de a ratos casi timorato, y será el sereno pero que levante la mano quien haya leído la novela y se imagine a un Pedro Páramo medio pasmado, dubitativo, de pronto comedido… De nuevo para fortuna de esta versión reciente, el peso específico dramático-actoral no está puesto en Páramo sino en Juan Preciado, que interpreta muy bien Tenoch Huerta: desastrado, confundido, deseoso de entender a dónde se metió o dónde se halla en realidad desde que pisó Comala, va de visión en visión y de muerto en muerto y es a través de su mirada como el espectador puede apreciar lo que parece la principal intención de Prieto: la creación de esa atmósfera que todos llamamos rulfiana, precisamente la que, en versiones anteriores, brilla por su total ausencia. No cabía esperar menos de un cinefotógrafo bien consciente de que, tratándose de un filme y no de un texto, la imagen más que la palabra es la que debe de contar el cuento. El diseño icónico de otros personajes y sus situaciones colaboran en la construcción de dicha atmósfera: Dolores Heredia, estupenda como Eduviges; Giovanna Zacarías felizmente irreconocible como la Cuarraca; Héctor Kostsifakis muy bien como Fulgor Sedano; Roberto Sosa magnífico como el cura de Comala; incluso Ilse Salas como la Susana San Juan cachonda e incestuosa que corresponde… Por tanto talento desplegado es lástima, se insiste, que Pedro Páramo personaje le quite puntos a un reparto que supera lo eficiente y alcanza lo memorable.
El final de la película, traslación que quiso respetar a la letra el de la novela, merece comentario aparte, desgraciadamente por fallido: el trastocamiento del cacique a un literal montón de piedras es filmado tan desde lejos que casi no se aprecia, y quien desconozca el texto apenas puede darse cuenta de cómo acaba la suerte de Páramo y su mundo de ficción. Es lástima. (Continuará.)