Dos horas de sol y Acapulco como profecía

- Alejandro Badillo - Sunday, 03 Nov 2024 08:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Recientemente muy golpeado por la naturaleza, el puerto de Acapulco ha visto subvertido su paraíso en más de un sentido, al menos el que fue “para las estrellas de Hollywood y la clase alta mexicana de mitad del siglo XX”, y que ahora se esfuerza en conservar. La novela de José Agustín (1944-2024), Dos horas de sol, publicada en 1994, cuya trama se desarrolla en el famoso puerto, parece que tenía ya desde entonces ciertos dotes premonitorios.

 

En el imaginario popular, la década de los noventa se ha consolidado como los años de los sueños y promesas incumplidas. En particular, el final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari abrió una Caja de Pandora que enfrentó con la realidad las fantasías de la apertura económica y la privatización del Estado. El progreso prometido por el libre comercio se diluyó con la desigualdad económica y la violencia creciente en el país reflejada, a la postre, con el asesinato del candidato priista a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo de 1994.Entre las obras publicadas en aquellos años destaca la novela Dos horas de sol, de José Agustín (1944-2024), de 1994. La obra es interesante no sólo porque dialogó con la realidad de aquel tiempo sino porque, tres décadas después, puede entenderse como una suerte de profecía sobre Acapulco (lugar en donde se desarrolla la trama) y su papel como símbolo de prosperidad devenida en colapso en el país. Dos horas de sol sigue, por supuesto, la apuesta de José Agustín, un estilo que imitarán, con desigual fortuna, escritores de generaciones posteriores: una prosa que juega con lo coloquial y que, al mismo tiempo, no renuncia a crear una estética que mezcla la sonoridad y el ritmo de las frases. Sin embargo, la novela también apuesta por un contenido simbólico más allá de la crítica social que se puede encontrar en sus páginas. En este caso el puerto de Acapulco se convierte en una inmensa metáfora del México de fin de siglo y una inquietante perspectiva de lo que vendría después.

Dos horas de sol recrea el viaje de trabajo a Acapulco de Tranquilo Pensamiento y el Nigromante. El objetivo es hacer un reportaje sobre el paraíso vacacional para la revista La Ventana Indiscreta. Ambos, como sucede en la narrativa de José Agustín, representan estratos concretos de la sociedad mexicana: el primero es el prototipo del yuppie con aspiraciones intelectuales y, el segundo, un clasemediero ilustrado venido a más gracias a la publicación patrocinada por su amigo. Más allá de la trama puntual de Dos horas de sol conviene analizar el paisaje que despliega frente a nosotros y entender los personajes como continuación de los primeros protagonistas del escritor. El primero que viene a la mente es, por supuesto, Gabriel Guía, el estudiante de La tumba, novela inicial del autor publicada en 1964, en pleno auge de la contracultura y el comienzo de una narrativa (practicada principalmente por los escritores de La Onda) que desmitificaba el canon de la literatura mexicana.

Hay, además, una visión profética en Dos horas de sol respecto a Acapulco. Destaca la naturaleza como límite a los deseos humanos. En 1993, un año antes de la publicación de la novela, el huracán Calvin (que alcanzó la categoría 2) azotó el puerto y mató, según reportes, a treinta y siete personas. Este fenómeno meteorológico es, de facto, uno de los personajes principales de la obra. Los dos amigos –alteregos generacionales de José Agustín quien en aquella época rondaba los cincuenta años–, intentan completar su reportaje para promocionar el destino turístico. Chilangos que aún creen en la época dorada de Acapulco –utopía vacacional para las estrellas de Hollywood y la clase alta mexicana de mitad del siglo XX–, se enfrentan a una tarea que se vuelve, con el paso del tiempo, imposible. Por un lado, la tormenta transforma al puerto en una versión borrosa de sí mismo y, por otro, se entregan a los deseos que provoca esa suerte de tierra de nadie que lo mismo ofrece mujeres que drogas para aguantar la fiesta. Sin embargo, así como los protagonistas de la novela buscan resucitar su encanto sexual perdido, Acapulco niega sus encantos de antaño. Las mujeres que conocen Tranquilo y el Nigromante los mantienen en un perpetuo coitus interruptus. En medio de todo esto hay una cartografía de la podredumbre: funcionarios corruptos, narcotraficantes que controlan extensos sectores de la ciudad, guaruras con permiso para matar, caos vial y la pobreza que comienza a desbordarse desde la periferia amenazando la tranquilidad de la élite que aún cree en Acapulco.

La novela de José Agustín presenta a Acapulco como un aquelarre perpetuo que promete olvidar la escisión que lo moldea y que permite su funcionamiento. La pobreza creciente que habita en los márgenes del paraíso es la otra cara de las burbujas de privilegiados que pueden darse el lujo de gastar su dinero sin sufrir demasiadas consecuencias. Tranquilo y el Nigromante, boomers por antonomasia, normalizan el rito de iniciación que viven en el puerto, pues forman parte de la peregrinación de turistas chilangos a finales del siglo XX, potenciadas por las crisis. La corrupción, el tráfico de drogas, la contaminación, la pobreza, la explotación laboral, la aglomeración urbana empezaban a gestar lo que explotaría, de forma violenta, años después.

En este 2024 Acapulco sufrió el embate del huracán John, segundo desastre climático que vive el puerto en apenas dos años. Como sucedió después del huracán Otis, la ayuda apenas sirvió para maquillar el perpetuo colapso del paraíso vacacional. El primer objetivo, como se pudo comprobar, fue rescatar la infraestructura hotelera que sirve a los vacacionistas y que ofrece trabajos mal pagados a los sectores populares que intentan sobrevivir en un entorno cada vez más adverso y sujeto a una omnipresente violencia. La crisis climática convertirá a Acapulco en un lugar cada vez más erosionado. A pesar de esto se emprenderá una constante e inútil reconstrucción. Dos horas de sol permite, justamente, esa lectura: una idea de felicidad que intenta ignorar los hechos a toda costa y que se sostiene solamente por el deseo. Las drogas que consumen los personajes de la novela, encerrados en hoteles y departamentos, mientras la tormenta se abate en el puerto, son una desesperada forma de evasión y no un vehículo para imaginar. Por esta razón, más allá del humor que intenta el autor por medio de las bromas entre los amigos, leemos una historia triste. El optimismo de los amigos que viajan a Acapulco resume el que se vendió, eficazmente, en los años noventa y que ahora, treinta años después, se revela como una broma cuyos efectos aún intentamos entender.

 

Versión PDF