Mujeres con alas: poesía uruguaya contemporánea / Entrevista con Elisa Mastromatteo

- Mario Bravo - Sunday, 03 Nov 2024 09:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Uruguay, año 2004. Una joven escucha el disco A Contraluz de la banda La Vela Puerca. En su habitación, la muchacha canta: “Llega la batalla/ y contra él estalla/ algún día va a escampar/ y como sale de esta/ quiere la respuesta/ sabe que no es escapar.” Hoy, ya adulta y de visita en México, la autora de Tan simple como eso y Días quietos charla con La Jornada Semanal antes de la presentación del poemario digital Todo es muy simple… y sin embargo. Poetas uruguayas actuales, en el cual participa con doce textos.

 

Silencio

La poesía de Elisa Mastromatteo (Montevideo, 1988) es un cajón de recuerdos: la niñez, un barrio callado, unos abuelos quietos, rutinarios, y tangos escuchándose en la radio: “Una de mis salvaciones era la escuela. Lloraba cuando debía faltar, pues me enfermaba mucho. En esos días, de nuevo, venía el silencio”, rememora la poeta y precisa cuáles son las postales infantiles alojadas en su memoria:

‒Al fondo de mi casa estaba el taller de papá, ahí sí me encontraba en paz conmigo misma. No interactuábamos mucho, sólo gestos, cada quien en lo suyo. Mi madre es profesora de literatura y eso hizo que la casa estuviese llena libros. Yo agarraba títulos que eran para “grandes”, y ella me facilitaba poesía.

 

Restos de alfajor

¿Qué emociones predominaron en su niñez?

‒Aburrimiento y tristeza. Fui una niña triste durante los domingos. Me acuerdo de decirle a mi madre: “No sé qué hacer… inventame un juego”. A veces, la ansiedad me abordaba en momentos importantes como mi cumpleaños. Y, cuando llegaba, lo disfrutaba un montón, pero al día siguiente, volvían la tristeza y las vivencias nostálgicas.

En su poema “Memoria”, dicho registro emocional se asoma:

“Mis abuelos ya no son esos viejitos/ oliendo a talco/ en el patio de la casa.// Son otros en mi memoria/ distintos/ a los que fueron.// Mis padres tampoco son/ aquellos que se recostaban lentos/ en la bruma siniestra/ del cansancio/ tan valientes el domingo/ a la hora del almuerzo.// Yo misma ya no soy/ la niña con restos de alfajor/ en las manos/ y una casa entera que habitar/ a la hora de la siesta.”

 

Un camino

“La poesía nunca me soltó”, expresa Elisa Mastromatteo al hablar sobre cómo ha encarado las turbulencias propias de la vida. Y agrega:

‒Me ayuda a salir de la incomodidad, de algún recuerdo tormentoso. En ocasiones, me pregunto qué estaría haciendo si no escribiera poesía. La respuesta: si pudiera, abrazaría a mi abuela y diría las cosas que no dije a quien ya no está. En esa imposibilidad que la vida me plantea, la poesía se me ofrece como un camino.

 

En usted la memoria es una gotera constante, perturbadora.

‒Recordar tiene una parte de sufrimiento. Es tentador decir que sí quisiera dejar de ejercer tanta memoria. Tanta intensidad es agotadora y eso no te permite vivir con mayor simpleza.

Aproximarse

En su poema “En esos días”, enlista bellezas cotidianas que colindan con esa simpleza…

‒Mi papá, al verme aburrida siendo niña, me proponía salirme al balcón de la casa y anotar todo lo que viera en la vereda. Y escribía historias con eso. Lo cotidiano se convirtió no sólo en aquello que acontece a diario, sino que, con esos elementos, puedo hacer algo más: miro por una ventana y, de pronto, descubro algo maravilloso. Es importante llevar eso a un papel para que, de algo tan pequeñito, quede un registro y después llegue a otra persona. Por ejemplo: la vejez, que es conmovedora, así como las dificultades que las personas enfrentan para vivir. En ocasiones eso maravilloso no sólo se ve en un hombre o en una mujer, sino en un paisaje o en la noche.

 

Algo siempre queda por fuera del lenguaje, ¿no es así?

‒Por suerte. Si todo fuese nombrable, ¿cuál sería la gracia? ‒afirma la poeta y sentencia que “la poesía está en lo innombrable”‒. Nombrar es aproximarse a una cosa. Si la tocamos, podemos romperla y estropear la multiplicidad de interpretaciones que uno puede hacer sobre una pintura, un poema o una canción.

 

Un refugio

¿Usted cómo anda por la vida en Montevideo?

‒Alguna vez, Ida Vitale dijo: “Se piensa que el poeta es alguien que vuela”. Y yo diría: sí y no. Sí, porque a veces camino por Montevideo y siento que me desprendo; pero, al mismo tiempo, pienso que el semáforo está en verde o en rojo. También debemos caminar como cualquiera lo hace. Suceden diferentes situaciones en ese desprendimiento: me olvido de cosas y de lugares… ¡Volá, sí, aunque también debes cuidarte! Volar es un refugio que, paradójicamente, también conlleva riesgos. Si uno se pierde en ese refugio, te perdés a vos mismo… No hay que quedarse mucho ahí.

 

La habitación

¿La escritura poética es una casa o sólo es un hotel de paso?

‒Para escribir preciso que algunas cosas cotidianas estén resueltas. Sólo cuando eso se calla un poquito, entonces puedo sentarme a escribir y no al estar en el ruido del conflicto. Escribir un poema es más una habitación dentro de la casa l

 

 

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