Sergio Leone,el cineasta que reinventó los géneros
- Rafael Aviña - Sunday, 10 Nov 2024 07:29



Ennio Morricone (1928-2020) mantuvo una enorme amistad y sociedad cinematográfica de por vida con Sergio Leone (1929-1989), quien lo convenció para musicalizar Por un puñado de dólares, el primero de sus spaghetti westerns en 1964. Asimismo, la banda sonora de Morricone para la última de la trilogía, El bueno, el malo y el feo, está considerada una de las más influyentes en la historia del cine y fue incluida en el Salón de la Fama de los Grammy en 2009. En aquel entonces, Morricone fue rechazado por sus compañeros por componer melodías populares y música para “películas de vaqueros”, cuya fama se catapulta cuando decide concertar una serie de filmes del viejo oeste dirigidas por su antiguo compañero de la primaria: el citado Sergio Leone.
La reinvención del viejo oeste
Se trata de una trilogía de obras maestras en su fase más irónica, desparpajada y cruel: Por un puñado de dólares, Por unos dólares más y El bueno, el malo y el feo, protagonizadas por Clint Eastwood, un actor que tuvo que emigrar a Italia para convertirse en estrella. Filmes fundamentales en los que Leone, apoyado en un espectacular trabajo de imágenes, un hábil montaje, y sobre todo la característica música de Morricone, obtuvo un crudo retrato del western y de la guerra civil estadunidense.
En efecto, una de las mayores renovaciones a un género que parecía terminado a principios de los setenta, la aportó el talentoso Leone con sus relatos plagados de cinismo, acción y humor negro. Personajes de una amoralidad delirante y vueltas de tuerca en tramas donde reina la ambición y el sadismo. Escenas antológicas como ese virtuoso travelling circular alrededor de unas tumbas mientras se escucha el tema “El éxtasis del oro” de Morricone, la secuencia del duelo final en el cementerio, o el equívoco entre soldados confederados y de la Unión a causa del polvo en sus uniformes en El bueno, el malo
y el feo.
Responsable del notable documental Friedkin sin cortes (2018), el italiano Francesco Zippel regresa con otra obra excepcional centrada en la máxima figura del spaguetti western imitada en todo el mundo, incluyendo México como lo demuestran El Tunco Maclovio, Los marcados y Todo por nada, de Alberto Mariscal. Sergio Leone, el hombre que inventó América
(Sergio Leone -L’italiano che inventò l’America, 2022), inédita en México, muestra esa otra faceta de un realizador obsesionado con sus sueños, como llevar hasta sus últimas consecuencias un proyecto sobre la creación de la mafia en Estados Unidos que pudo haber surgido en paralelo a El Padrino (1972), de Francis Coppola, le llevó once años levantar y que, por culpa de sus distribuidores (Warner Bros) acabó por costarle el infarto que terminó con su vida en 1989, sin que pudiera terminar el que sería su siguiente proyecto sobre la batalla de Leningrado.
Con los filmes en las venas
Uno de los puntos más fuertes consiste en la serie de testimonios de figuras imprescindibles como Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Robert De Niro, Steven Spielberg, Darío Argento, que trabajó con él, y con Bernardo Bertolucci en el guión de Érase una vez en el oeste; Clint Eastwood, a quien trastocó en estrella y se convertiría en notable director de cine gracias a sus enseñanzas (y a las de Don Siegel, su otro gran tutor-realizador), el productor Arnon Milchan, que produjo Érase una vez en América y terminó por colapsar cuando los ejecutivos de la Warner decidieron reeditarla y exhibirla en dos partes y, por supuesto, Ennio Morricone, coautor musical, aportando sus sonidos y música a las tramas de Leone.
Sergio Leone, el hombre que inventó América habla de sus inicios familiares, con su padre Vincenzo Leone, que usaba el seudónimo de Roberto Roberti, un creador antifascista que fuera realizador de cine y actor, y su madre, diva de cine silente: Edvige Valcarengh, quien usaba el apelativo de Bice Waleran. Es decir, Sergio Leone creció con las imágenes fílmicas en las venas; sin embargo, no fue sino hasta su adolescencia que quiso saber por qué su padre se dedicó con tanta vehemencia a ello y así fue que decidió él mismo sumergirse en su totalidad en el séptimo arte.
El documental deja de lado sus inicios como asistente de director en obras clave como Ladrones de bicicletas, Quo Vadis, Helena de Troya, y aunque suplió brevemente a Mario Bonnard en Los últimos días de Pompeya y a Robert Aldrich en Sodoma y Gomorra, en realidad su primera película oficial es El coloso de Rodas (1960), inscrita en la misma corriente de la mayoría de aquellas: el cine de péplum o películas de romanos (o griegos). No obstante, decidió ironizar y presentar al protagonista del filme como una suerte de playboy en tiempos de la antigua Grecia con el galán estadunidense Rory Calhoun, la bella italiana Lea Massari (actriz de Michelangelo Antonioni y Louis Malle) y el galán francés George Marchal, para contar la historia del héroe Darío que, disfrutando de unos días de descanso en el puerto de Rodas, verá perturbado su sosiego debido a una revuelta de esclavos que luchan contra la opresión del perverso tirano de la isla y buscará la alianza con los fenicios para aplastar la rebelión.
Érase una vez...
Después de El coloso de Rodas Leone inicia su obra más personal con la “trilogía del dólar” o del “hombre sin nombre”: Por un puñado de dólares (1964), Por unos dólares más (1965) y El bueno, el malo y el feo (1966), protagonizadas por Clint Eastwood portando un gabán roído (usado más tarde por Michael J. Fox, en Volver al futuro 3) y un puro entre los labios. La primera, por cierto, inspirada en Yojimbo (1961) de Akira Kurosawa.
Leone reinventó el género por excelencia de Hollywood y lo confirmaría con esa pieza maestra que es Érase una vez en el oeste (1968), con un reparto espectacular que incluye a Henry Fonda, Claudia Cardinale, Charles Bronson, Gabrielle Ferzetti y Marc Wolff, entre otros, y un guión de Bertolucci, Argento, Leone y Sergio Donati. Narra la historia de un granjero viudo de origen irlandés que vive con sus hijos en una zona pobre y desértica del oeste americano. Prepara una fiesta de bienvenida para Jill, su futura esposa, que viene desde Nueva Orléans. Pero cuando Jill llega, se encuentra con que una banda de cuatreros los ha asesinado a todos. Una película de enorme violencia y belleza, y una metáfora sobre la civilización con la llegada del ferrocarril, filmado en los estudios italianos Cineccita, Almería, La Calahorra, cerca de Granada, y en los mismos escenarios estadunidenses donde John Ford rodó la mayor parte de sus películas.
Algo similar ocurre con Érase una vez la Revolución, llamada también Héroes de mesa verde (1971), filmada en México, un proyecto que Leone evitó hasta donde pudo y que originalmente sólo lo produciría. No obstante, consiguió un relato en suma entretenido: una visión de la Revolución Mexicana tan extravagante como excesiva, para la cual Morricone compuso una de sus mejores bandas sonoras y un tema musical bellísimo: “Dopo l’esplosione.” La película fue censurada en nuestro país por casi diez años; el motivo, el tratamiento que Leone y sus guionistas hicieron del país y de la Revolución, por cierto, no muy alejado de las cintas con Pedro Armendáriz y María Félix. Rod Steiger encarna al bandolero mexicano Juan, que se relaciona con James Coburn en el papel de Sean, miembro del Ejército Republicano Irlandés, traicionado por un amigo que llega a México para apoyar la Revolución. Juan comenta que la Revolución la planean los ricos mientras comen y la ejecutan los pobres, también aclara que está muy bien dotado al igual que Pancho Villa.
El sueño realizado… y traicionado
En paralelo, le llevaría doce años producir su gran proyecto: Érase una vez en América (1983), que adapta la novela de Harry Grey sobre la vida de un gángster de origen judío, para ofrecer una impresionante metáfora de los valores que conformaron a Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX. Once Upon a Time in America, protagonizada de manera magistral por Robert De Niro y James Woods, representa uno de los grandes documentos sobre la mafia y sus valores de lealtad y ética criminal como antecedente de las obras del cine mafioso de los noventa, ambientada entre 1921 y 1968. El filme abre y cierra en un fumadero de opio con De Niro esbozando una amplia sonrisa y relata, a principios del siglo XX, la historia de amistad entre David Noodles Aaronson, un pobre niño judío, y Max Bercowicz, un joven de origen hebreo dispuesto a llegar lejos por cualquier método en los suburbios de Manhattan y que, junto con otros chicos, conforman una banda que prospera rápido en los tiempos de la Ley Seca (1920-1933), para trastocarse en breve en capos mafiosos.
Como lo relata el documental, su duración era de casi cuatro horas: 225 minutos, y fue reducida a poco más de dos horas contada de manera lineal y no a través de flashbacks y flashforwards, a cargo del editor de las cintas de Academias de policía, Zach Staenberg. A Leone aquello le provocó a la larga problemas con el corazón y murió en 1989 dejando inconclusa la preproducción de Leningrado.
Por último, otras aportaciones son los cálidos testimonios de sus dos hijas: Rafaella y Francesca y su hijo Andrea, así como la información de críticos de cine como Noel Simsolo y el director de la Cineteca de Bologna y, sobre todo, los espléndidos y desconocidos materiales de archivo, grabaciones de audio y, por supuesto, la presencia y el testimonio del propio Sergio Leone en un documental fabuloso que no tiene desperdicio alguno, como aquella escena del puente dinamitado por error antes de que las cámaras rodaran en El bueno, el malo y el feo, película que mi padre, fascinado, me llevó a ver en un lejano 1969.