Isabel Allende Bussi y el golpe de estado en Chile: un testimonio impresionante
- - Sunday, 17 Nov 2024 08:53
He escrito que el movimiento estudiantil del ’68 y la experiencia socialdemócrata de Salvador Allende (1970-1973) fueron los hechos políticos que marcaron mi juventud. Del 3 de noviembre de 1970 al 11 de septiembre de 1973, seguí con pasión día tras día los acontecimientos de Chile, como si fuera una novela que se desarrollaba difícilmente espléndida, luego empezaba a oscurecerse, seguía un tambaleante declive y terminaba en un múltiple infierno militar. Debemos reconocer que, en el desastre económico y político echeverrista, una medalla de oro del entonces presidente mexicano la representó la política de puertas abiertas a nuestro país a los exilios chileno, uruguayo y argentino. En el primer caso, desde la primera semana del golpe, prioritariamente a la esposa y a dos de las hijas (Hortensia, Isabel y Carmen Paz), y a los nietos de Allende.En un breve libro testimonial, impresionante, angustioso, 11 de septiembre: esa semana (Editorial Debate), Isabel Allende Bussi (n. 1945), hija menor de Allende, relata la semana del 9 al 15 de septiembre de 1973, lo que le sucedió a ella y a su familia, hechos que desconocíamos prácticamente del todo.
Doña Hortensia e Isabel habían llegado de México el domingo 9 de septiembre, donde estuvieron una semana. Allende fue a recogerlas al aeropuerto de Pudahuel. La noche del lunes 10, en una cena en la residencia presidencial de la calle Tomás Moro, en la comuna de Providencia, Allende y colaboradores hacían planes. Entre ellos se encontraban esa noche Orlando Letelier, a quien asesinaría un comando pinochetista en Washington en 1976, Augusto Olivares, quien se suicidaría en La Moneda la mañana siguiente, y Carlos Briones, gerente general del Banco Central. No imaginaban ni de lejos lo que acaecería en unas horas. No imaginaba Isabel que estaría con su madre y también con su hermana mayor Carmen Paz (n.1941) de vuelta en México el domingo 16.
El martes 11 en la mañana Isabel se entera del golpe. De inmediato se dirige en su Fiat 600 a La Moneda. Su esposo Romilio decide no detenerla. Se lleva a los dos hijos. Isabel llega al Palacio de la Moneda después de sortear impedimentos. Entra por la puerta de Morandé 80, que utilizaba su padre y que Pinochet, en su odio sin fisuras, clausuró durante su dictadura de oprobio por diecisiete años. Entre la salida de su casa y la llegada a La Moneda después de las nueve de la mañana, Isabel no alcanzó a oír los cuatro discursos de su padre por Radio Magallanes, y sólo podría oír después el último, que toda la vida lo llevaría como una llaga resplandeciente en el cuerpo y en el alma. En el famoso discurso, dicho a las 9:03 de la mañana, Allende sentencia: “Yo no voy a renunciar”, y más adelante bella, utópicamente: “más temprano que tarde se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. A La Moneda ya había llegado su hermana Beatriz (Tati), quien se suicidaría cuatro años más tarde en La Habana.
Los sesenta y siete que llegaron a estar allí supieron que estaban ahogados en una ratonera: tenían todo el ejército en movimiento. No dejaban de oírse disparos y cañonazos. Allende obliga a salir a las mujeres. Pide a su hija Isabel que relate por el mundo todo lo ocurrido, quien, junto con su madre, así lo harán.
Y empezó la huida desesperada de las mujeres desde La Moneda (Isabel, Tati, la periodista Frida Modak y la cubana Nancy Julien), quienes con angustiosa suerte logran refugiarse en casa de Alicia Rojas, directora adjunta de la Biblioteca del Congreso Nacional, en la comuna de Providencia. Cerca de la dos de la tarde, con el bombardeo de la Fuerza Aérea y el fuego de artillería, quienes están en La Moneda deciden rendirse. Bajan con una bandera blanca. Antes de salir como último, Allende entra al salón Independencia, se sienta en un sillón y, con una AK47, se dispara en la boca. Poco después de las cuatro de la tarde Isabel se entera de la muerte de su padre. Más tarde sabrían que un grupo de asesores que se quedaron como últimos fueron aprehendidos, fusilados, desaparecidos.
El miércoles 12 el esposo de Beatriz (Tati), el cubano Luis Fernández Oña, logra recogerla de casa de Alicia Rojas y llevarla a la embajada de Cuba. Fernández Oña recomienda a Isabel que telefonee a la embajada de México. Isabel lo hace y le contesta el propio embajador Gonzalo Martínez Corbalá, quien va por ella.
Hortensia Bussi, que estaba en otra casa, no supo que su esposo había muerto. El día 11 no la dejaron ver la televisión ni oír el radio. Ya enterada muy temprano el miércoles 12, doña Hortensia acompaña, sin que le dejen ver el cuerpo, el ataúd con su marido al cementerio Santa Inés de Viña del Mar, el cual por mucho tiempo no se sabría en cuál tumba estaba.
El embajador mexicano, Gonzalo Martínez Corbalá ‒quien comportaría, hasta la ruptura de relaciones, con una valentía que linda con el heroísmo, al refugiar y salvar a centenares de chilenos‒, va a recoger a la familia. Doña Hortensia no quería ir al exilio; hábilmente Martínez Corbalá la disuade para que sea, mientras tanto, su invitada en la embajada. Llega a la casa Carmen Paz, la hija mayor de Allende. Ya está, salvo Beatriz, reunida la familia. Helicópteros y disparos no dejan de oírse. Van madre, hermanas, Frida y Nancy en el coche de Martínez Corbalá.
El jueves 13 empiezan tumultuosamente los allanamientos y las detenciones. Los hijos de Isabel son llevados a la embajada. También llegan los primeros refugiados. Los militares, a lo largo de Chile, detienen, torturan, ejecutan. En esa semana ultiman, escribe Isabel, cerca de cuatrocientos opositores o que les parecen a los militares que son opositores o que creen que tienen algo que ver. Como solidaridad y protección ‒se temía la entrada para detenerlas‒ a doña Hortensia empiezan a visitarla embajadores al recinto mexicano.
El sábado 15, acompañada de Gonzalo Martínez Corbalá y por los embajadores de Suecia, India, la URSS, Israel y Guatemala, van al aeropuerto de Pudahuel a tomar el avión a México. Parten a medianoche. Vuela con ellas y otras perdsonas el propio embajador. Cuando cruzan la frontera con Perú en el avión se oye de todos y todas un solo grito de alivio.
Ignoraban que ese mismo 16 de septiembre el capitán Pedro Barrientos y una cáfila de militares, después de cuatro días de torturas, ultimaban, en un acto infame, al famoso cantante Víctor Jara de cuarenta balazos en el Estadio Chile y arrojaban
el cuerpo en la calle. Lo enterrarron en un humildísimo nicho de la avenida México en el Cementerio General de Santiago. El 23 de septiembre Pablo Neruda murió a causa del cáncer o aceleraron su muerte por envenenamiento (se discute todavía), como asesinaron en una cirugía digestiva en 1982 al expresidente demócrata cristiano Eduardo Frei, que, de cooperar sin cortapisas con las Fuerzas Armadas para el golpe, se había vuelto su crítico. Ignominiosamente Pinochet perseguiría y mandaría matar a los ministros de la Unidad Popular, entre ellos, algunos muy allegados, como a José Tohá, el 15 marzo de 1974; al general Carlos Prats y señora, en Buenos Aires, el 30 de septiembre de 1974, y a Orlando Letelier, en Washington, el 21 de septiembre de 1976. El primero, estrangulado en el hospital; los otros dos en atentados que los hicieron trizas e hicieron trizas los automóviles.
Durante los años siguientes a 1973, Isabel y su madre cumplieron la encomienda de Salvador Allende de llevar su ideario, los hechos ocurridos en su mandato y, desde luego, las atrocidades de la Junta Militar.
El 4 de septiembre de 1990 los restos de Salvador Allende fueron trasladados desde el cementerio de Viña del Mar al mausoleo de la familia en el Cementerio General de Santiago. La caravana fue apoteósica.
Isabel regresaría a Chile en 1989. Sería diputada por el Partido Socialista desde 1994 a 2010 y de 2010 hasta ahora y terminará su segundo período en 2026. La hija de Beatriz (Tati), nieta de Allende, en una espléndida paradoja, es actualmente ministra de la Defensa en el gobierno de Gabriel Boric.
Emerson lo designaría un hombre representativo. Más por su legado y por su ejemplo, Salvador Allende es una de las grandes figuras del siglo XX.