Isaac Asimov y la literatura como ciencia / Entrevista con Isaac Asimov Fitz Gerald, Jack Wolf y Joshua Duberman
- - Sunday, 24 Nov 2024 08:35
‒Quizá no dejemos mucho en lo que pueda habitar algo que no sean más que robots.
‒Denos treinta años y el reemplazo comenzará para ese entonces.
‒En sus narraciones sobre robots y en su Serie de la Fundación, usted esboza un probable futuro que también asumieron otros autores de ciencia ficción, quizá porque su visión fue más certera.
‒De hecho, todos los autores de ciencia ficción somos más o menos grandes amigos; habitamos un mundo pequeño y especializado en el que nos sentimos cómodos, y el sentimiento general es que las ideas son propiedad común: si a un escritor de ciencia ficción se le ocurre algo que es muy útil, otro puede ponerlo en sus propias palabras y utilizarlo libremente. Nadie, dentro de la literatura de ciencia ficción, va a acusar a otro de utilizar sus ideas; de hecho, tomamos prestado tan generosamente que no hay forma de saber de quién es la idea original. Por ejemplo, en mi novela Las bóvedas de acero (1954) era muy importante para la trama tener andenes móviles con un elaborado sistema de bandas laterales que permitieran trabajar ‒siempre inmóvil‒ a la velocidad de los andenes o hacerlo a la velocidad del medio circundante. Esto ya había aparecido unos años atrás en Las carreteras deben rodar (1940), de [Robert A.] Heinlein. Pues bien, lo tomé prestado sin ninguna preocupación. Estoy seguro de que Heinlein, al leer mi novela, habrá reconocido su método, pero ¿quién sabe de dónde lo sacó él mismo? Nunca dijo nada. Otra cosa sería que yo utilizara los detalles de su trama, que elaborara una historia tan parecida a la suya que nadie pudiera dejar de notarlo: eso es plagio. Pero utilizar la idea y construir tu propia trama o historia alrededor ella, es algo que hacemos todo el tiempo. Y ellos también lo hacen a partir de mi trabajo ‒por ejemplo, utilizan mucho mis tres leyes de la robótica‒ y son bienvenidos. No tengo nada que objetar.
‒Volviendo a lo que dijo antes sobre el reemplazo de la humanidad, Charles Elkins mencionó que su obra expresa la idea de que la naturaleza humana no puede cambiar. ¿Le parece una lectura justa?
‒También otras personas han señalado lo mismo acerca de mi Serie de la Fundación, que tiene lugar decenas de miles de años en el futuro. Aunque hay cierta evolución en la ciencia, en cambio, no la hay en el comportamiento humano, y existe una evolución inversa en la ciencia política; en otras palabras, volvemos a una especie de feudalismo.
‒Por eso hice la pregunta: para ver cómo racionaliza usted el escaso efecto de la ciencia y la tecnología en la propia naturaleza humana. En otras palabras, ¿no da por hecho que la naturaleza humana cambiará con la evoluciones dinámicas de la ciencia y la tecnología?
‒Bueno, es posible, pero ese no era mi propósito al escribir la Serie de la Fundación. Quería abordar particularmente la ciencia de la psicohistoria, que es algo que yo mismo inventé. En cierto sentido, era la lucha entre el libre albedrío y el determinismo. Por otra parte, buscaba crear un relato que fuera una analogía de La historia de la decadencia y caída del Imperio Romano [de Edward Gibbon, escrita entre los años 1776 y 1779], pero a una escala mucho mayor, la de la galaxia. Para ello tomé el aura del Imperio Romano y la amplifiqué. El sistema social, pues, se parece mucho al sistema imperial romano, pero eso sólo era mi estructura. Estudiaba química y física cuando comencé a escribir estas historias y sabía que, como las moléculas individuales de un gas se mueven de forma bastante errática y aleatoria, nadie puede predecir la dirección del movimiento de una molécula en un momento particular. La aleatoriedad de su movimiento funciona hasta el punto de que se puede predecir ‒utilizando las leyes de los gases‒ el comportamiento total del gas con mucha precisión. Sabía que si disminuye el volumen, aumenta la presión; si aumenta la temperatura, aumenta la presión y se expande el volumen. Sabemos estas cosas aunque no sepamos cómo se comportan las moléculas individuales. Me pareció que si tuviéramos un imperio galáctico, habría tantos seres humanos ‒quintillones de ellos‒ que tal vez se podría predecir con mucha exactitud cómo se comportarían las sociedades, aunque no se podría vaticinar cuál sería el comportamiento de los individuos que conformarían esas sociedades. Así que, sobre el trasfondo de un Imperio Romano amplificado, inventé la ciencia de la psicohistoria. Por tanto, a lo largo de toda la trilogía están las fuerzas opuestas del deseo individual y esa mano muerta de la inevitabilidad social.
‒Entonces, ¿sería exacto decir que, para usted, las leyes de la historia son tan inexorables como las leyes de la física?
‒Bueno, yo quería que lo fueran para esta historia en particular. Podría escribir fácilmente otro relato en el que adoptara una postura distinta. Es muy importante recordar esto. Es bastante seductor suponer que lo que se dice en un relato es algo en lo que cree el autor. Muchas veces es verdad, pero no necesariamente ocurre así todo el tiempo. Con frecuencia a un autor se le ocurre una idea que tiene la ventaja de ser interesante, emocionante, dramática, pero que él personalmente no acepta. La incorpora por el bien de la historia. Por ejemplo, escribí docenas de historias de robots, todas ellas concebidas para demostrar que no hace falta tener el complejo de Frankenstein: los robots están protegidos por las tres leyes, los seres humanos saben que no corren peligro, etcétera. Cuando alguien me pidió que escribiera lo que yo consideraba la historia definitiva sobre robots, decidí que la única forma de hacerla “definitiva” era sortear las tres leyes de la robótica y reescribir el tema de Frankenstein. Y así lo hice. El título de la historia es “¿Qué es el hombre”. Escribí el relato y todos los que lo leyeron asumieron que yo creía que los robots acabarían siendo un peligro para los seres humanos. De hecho, recibí varias cartas de lectores indignados, diciendo que cómo se me ocurría traer a colación el tema de Frankenstein cuando me había pasado tantos años criticándolo.
Los propios dioses: otras leyes
‒Uno de los reproches que se hacen a la representación de la ciencia ficción es que da por hecho que las leyes que hemos descubierto ‒las que funcionan en la Tierra‒ son necesariamente las mismas que funcionan en toda la galaxia o en el universo, y que esto no puede ser del todo cierto.
‒Bueno, los científicos saben que esto no es necesariamente el caso, y siguen buscando pruebas que lo demuestren, pero hasta ahora no las han encontrado. Y los escritores de ciencia ficción, por otro lado, en ocasiones han sugerido que las leyes son diferentes y han basado sus historias en ello, pero en general no lo hacen porque todo se complica. Mi novela Los propios dioses (1972) trata acerca de dos universos en los que las leyes de la naturaleza son distintas; simplemente cambié ligeramente una ley de la naturaleza e intenté averiguar las consecuencias. No es fácil. En la ciencia ficción se puede violar casi cualquier supuesto, siempre y cuando se sepa cuál es, se conozca que se está violando y el lector lo advierta también. Desgraciadamente, en muchos casos quienes escriben ciencia ficción violan las leyes de la naturaleza, no porque quieran demostrar algo, sino porque ignoran cuáles son esas leyes.
Esto siempre se nota, y genera que ese tipo de ciencia ficción sea inferior.
‒A veces es complicado saber exactamente cuáles son las leyes de la naturaleza.
‒Por eso es mejor tener conocimientos científicos, aunque no necesariamente formales. La gente olvida que los grandes revolucionarios de la ciencia conocían a fondo lo que estaban revolucionando. Es decir, Galileo conocía la física aristotélica. Vesalio conocía la anatomía galénica y Newton comprendía todas las teorías del universo. Nadie ha revolucionado la ciencia sin conocer lo que había anteriormente. Mucha gente que me escribe cartas con nuevas teorías del universo no tiene ni la más remota idea de cuáles son las teorías actuales. Y no se puede trabajar bajo ese método.
‒Algo fuera de este tema: usted mencionó que si los robots están en condiciones de tomar el poder en algún momento en el futuro, que así sea. Esto me recuerda a Sam Moskowitz, quien, en libro Seekers of Tomorrow, habla del clásico debate ‒me parece que ocurrió en 1938‒ entre usted y Donald Wollheim: en caso de invasión, ¿debería la Tierra rendirse a una civilización superior? Si no recuerdo mal, su postura era que los terrícolas debían luchar contra ese sometimiento.
‒Todas las opiniones deben considerarse a la luz de los tiempos: 1938 fue el año de Munich, y cuando preguntaron: “¿Debemos rendirnos a una civilización invasora?”, era imposible pensar en la derrota de los nazis simplemente porque parecía que eran más poderosos e iban a ganar. En ese momento yo dije: “No, hay que luchar hasta la muerte”, porque rendirse iba a ser mucho peor que luchar hasta la muerte: estás mejor muerto, o al menos yo lo habría estado, ya que soy judío. Y eso se reflejaba en mi posición. Obviamente los tiempos cambian, y ahora que la guerra termonuclear puede destruir a la humanidad entera no puedo aceptar el argumento de mejor muerto que rojo. Estoy perfectamente dispuesto a aceptar el argumento de mejor muerto que rojo a título individual: si prefieres morir antes que rendirte a los comunistas, ¡bien! Pero, ¿es sensato exterminar a toda la raza humana antes que ceder al comunismo? Si te rindes, puede que en alguna generación futura puedas ganar. La muerte de toda la raza humana, en cambio, es definitiva. Es muy posible que, en diferentes momentos de mi vida, haya ofrecido distintas respuestas a la misma pregunta.
‒Los propios dioses fue su primera novela de ciencia ficción en bastante tiempo. A lo largo de los años sesenta usted publicó libros y artículos en revistas con los que la gente podía ampliar sus conocimientos científicos. ¿Por qué lo abandonó y volvió a escribir ciencia ficción?
‒En primer lugar, nunca dejé de escribir ciencia ficción: siempre escribí uno o dos pequeños relatos de vez en cuando. No redacté ninguna novela de ciencia ficción porque me interesaba escribir otras cosas, y una novela requiere mucho tiempo. No creo que pueda escribir una novela en menos de siete meses, y en esos siete meses, incluso cuando no estoy escribiendo, pienso mucho en la novela. En cambio, si escribo otras cosas, todo va muy rápido, no tengo que pensar sin parar y puedo escribir un libro al mes. Para mí es divertido. Me gusta teclear, me gusta producir libros; no me gusta pasar noches en vela pensando que tal vez debería cambiar la trama para incluir esto o aquello... ya sabes, se hace muy difícil. La ciencia ficción es lo más difícil que hay para escribir, y yo soy esencialmente una persona perezosa, así que me gusta redactar otras cosas cuando puedo. Incluso las novelas de misterio son más fáciles de escribir. La novela de misterio, Asesinato en la convención, la concluí en siete semanas. No podría escribir una novela de ciencia ficción en siete semanas. No podría.
‒¿Podría ser más específico sobre por qué, además de la demanda de tiempo, la ciencia ficción es mucho más difícil de escribir?
‒¡Oh! Eso es muy fácil. En la ciencia ficción ocurren dos aspectos: en primer lugar, está la trama, las complicaciones de los acontecimientos; esto es lo mismo en una novela enigmática; pero, en segundo lugar, tienes que construir una nueva sociedad si deseas escribir una buena historia de ciencia ficción. Esta sociedad, si se elabora correctamente, debe ser tan interesante como la propia trama; en otras palabras, el lector debe tener tantas ganas de leer sobre la sociedad como de ver el desarrollo de la trama. Pero no hay que subordinar una cosa a la otra; no hay que permitir que la trama sea tan intrincada y densa que no se pueda ver el fondo a través de ella. Por otra parte, no hay que dejar que el fondo sea tan prominente que se pierda de vista la trama que se desarrolla delante de él. Por tanto, al final hay que mantener ese equilibrio perfecto, como creo que lo mantengo, por ejemplo, en Las cuevas de acero. Es difícil conseguirlo. Tienes que pensar, escribir y reescribir mucho, mientras que en las novelas de misterio utilizas la sociedad actual. Por supuesto, cuando escribes artículos ni siquiera tienes que lidiar con un argumento.
‒El estilo de Los propios dioses parece muy diferente al de su obra anterior, especialmente la caracterización y la idea de un mundo alternativo. ¿Era la primera vez que lo abordaba?
‒Bueno, rara vez incluí seres extraterrestres en mis historias; algunos pensaban que la razón era porque no podía manejarlo. Supongo que eso me irritó un poco; así que, cuando escribí Los propios dioses, situé deliberadamente gran parte del tema central en otro universo y elaboré un conjunto de extraterrestres que no sólo eran criaturas humanoides, no sólo seres humanos con antenas, sino realmente distintos en todos los aspectos posibles. Me esforcé tanto por demostrarles que podía lograrlo que elaboré lo que me parece ‒y algunos estarán de acuerdo‒ la mejor historia de extraterrestres jamás escrita. Además, mis novelas y
relatos nunca contienen sexo explícito y muy rara vez incluyen algún romance; mi explicación, cuando alguien pregunta, es que soy una persona pura, al menos en mi vida ficticia. No suelen creerlo y dicen que simplemente no tengo capacidad para tratar el sexo, de modo que, en el otro universo de Los propios dioses, elaboré esa parte de la trama completamente relacionada con el sexo, en cada línea, de modo que la trama no tuviera sentido sin el sexo y todos sus detalles. Por supuesto, es sexo extraterrestre y, por tanto, nada parecido al nuestro; pero no es algo que importe.
Evolución de la psicohistoria
‒Me gustaría hacerle otra pregunta sobre la Serie de la Fundación y su visión de la psicohistoria. Mucho de eso, al menos teóricamente, me recuerda a los actuales think tanks [grupo de expertos que investiga y analiza temas de interés general] y al Instituto Hudson y otros más. ¿Tenía algo de eso en mente?
‒No, porque lo esencial de Fundación apareció en una serie de ocho relatos en [la revista estadunidense] Astounding Science Fiction. Toda la noción de psicohistoria está en el primer relato, que se publicó en el Astounding de junio de 1942; fue escrito en 1941, cuando yo tenía veintiún años. Eso fue mucho antes de los think tanks, y no tenía conocimiento de ellos cuando lo escribí.
‒Prácticamente todos los lectores que han hecho públicas sus opiniones sobre la Serie de la Fundación se centraron exclusivamente en lo que usted mismo subrayó: la noción de psicohistoria que opera en ellos. Sin embargo, me parece que, al menos la trilogía original, se inspira en una concepción muy diferente. Acaba de recordarnos que los primeros relatos de su trilogía aparecieron más o menos al mismo tiempo que, por ejemplo, El villorrio (1940) y “El oso” (1942), y me parece que estos relatos de Faulkner contienen cierto parentesco con los suyos. Lo que quiero decir es que sus relatos también parecen pertenecer a la tradición estadunidense de la fábula, ya que presentan aventuras y hazañas de proporciones legendarias. Por lo tanto, me pregunto hasta qué punto usted los concibió como tales, y también hasta qué punto su posterior y exclusivo énfasis en las fuerzas psicohistóricas ‒es decir, impersonales‒ que actúan en ellos es el resultado de la influencia de sus intérpretes.
‒Debe estar al tanto de que, entre todos los escritores de éxito, soy probablemente el menos leído. De joven leía indiscriminadamente en la biblioteca local, lo que significaba, en su mayor parte, narrativa del siglo XIX e historia del siglo XX. Cuando crecí lo suficiente como para pasar a la literatura del siglo XX, ya era muy tarde: estaba demasiado ocupado escribiendo como para leer otra cosa que no fuera material directamente relacionado con mi obra. Esta confesión viene a cuento para explicar que nunca ‒hasta el día de hoy‒ leí una sola palabra de lo que escribió Faulkner. No lo digo ni para alabarlo ni para culparlo, sino simplemente para indicar que nunca me influyó directamente. Es probable que haya sido influenciado por alguien que fue influenciado por Faulkner, pero no tengo forma de saberlo. En cuanto a la psicohistoria frente a la fábula… Si tengo héroes fuera de lo común es porque la pulp fiction [novelas de ciencia ficción publicadas en revistas] siempre los ha tenido (La Sombra, Doc Savage, etcétera, que leí y me influyeron).
Sin embargo, no era eso lo que me interesaba. Desde el principio me interesó la psicohistoria y tuve cuidado de demostrar que los héroes, cuando tenían la psicohistoria de su parte, ganaban; cuando no, perdían. Por supuesto, mi fascinación por la psicohistoria cambió con el paso de las décadas. En los años ochenta llegué a la conclusión de que la psicohistoria no llegaría a ninguna parte si las formas de pensamiento humano, los sistemas sociales humanos, etcétera, no cambiaban radicalmente. A partir de Los límites de la Fundación (1982) dejé de hacer hincapié en la psicohistoria como herramienta y comencé a considerar sistemas sociales fundamentalmente diferentes: el de la primera Fundación, el de la segunda Fundación, el de Gaia. Esto continuó en mis dos novelas de robots de los años ochenta, Los robots del amanecer (1983) y Robots e Imperio (1985). Y lo prolongué hasta mi último libro, Fundación y Tierra (1986).
‒Me gustaría hacerle una pregunta sobre la ciencia ficción como literatura. Usted ha escrito durante el período de mayor cambio en la ciencia ficción. ¿Qué análisis haría sobre la dirección que está tomando actualmente este género?
‒La ciencia ficción es la única rama de la narrativa que está floreciendo. En general, la narrativa está de capa caída en comparación con lo que era cuando yo empecé a trabajar en este campo. En aquella época había docenas y docenas de revistas pulp; había slicks [revistas de gran calidad dedicadas a la difusión científica] que publicaban narrativa; había todo tipo de publicaciones literarias trimestrales, y los editores estaban ansiosos por publicar novelas. El escritor principiante tenía muchos lugares a los que acudir. Hoy en día, los pulps han desaparecido; las slicks que quedan no publican narrativa; no hay trimestrales literarios; a los editores no les gusta publicar literatura, especialmente escritores noveles. En consecuencia, los jóvenes que quieren escribir se encuentran en un dilema. Como sólo la ciencia ficción está floreciendo, muchos de ellos escriben dentro de este género: el resultado es que hay una cierta dilución de la ciencia ficción. Se está volviendo más literaria, más experimental en su estilo, menos ciencia ficción, porque muchos de los escritores no son expertos en ciencia. No creen que deban serlo; no creen que debamos tener ciencia ficción sino ficción especulativa en la que se conjetura sobre el futuro en el estilo que se quiera. Y supongo que tienen razón. Más tarde, mientras tengamos futuro, la ciencia ficción se ampliará, se diluirá y se extenderá hasta abarcar toda la narrativa. Creo que los que escriben narrativa van a tener que tener en cuenta ciertas tendencias de la ciencia ficción, sobre todo que la sociedad cambia cada vez más deprisa. Dentro de este amplio campo de la ciencia ficción, habrá un campo más estrecho, más a la antigua usanza, conformada enteramente de científicos. Yo seguiré en ese campo más reducido.
Traducción de Roberto Bernal.