La otra escena
- Miguel Ángel Quemain | [email protected] - Sunday, 24 Nov 2024 08:44
En “Las artes escénicas frente a un proyecto político de transformación” (Paso de Gato, 94) , la investigadora del Citru, Patricia Chavero, hace un recuento del fracaso serial de las políticas teatrales que dieron un giro significativo a partir de la pandemia de Covid-19 que canceló la escena presencial poco más de dos años. Se trata de una recolección de hechos e ideas que muestra el panorama triste y hueco de una política cultural muy pobre hacia la escena. Todos los actores involucrados, estados, municipios y gobierno federal, fueron paralizados por el centralismo, esquemas discriminatorios y de subordinación.
El gobierno federal se presentó como transformador del escenario nacional, pero no logró replantear las dinámicas establecidas, en lo cultural, por lo menos setenta años antes, y mucho menos reconfigurar la dinámica clientelar que el salinismo propuso como relación de subordinación a través de Conaculta.
El esquema cultural que prosperó en el salinismo consistió en poner un botín en medio de un conjunto de caciques para que se lo disputaran, y contentarse con administrar el reparto en un territorio muy visible (becas, viajes, homenajes nacionales) y otro muy discreto (la creación de proveedores del sector cultural que se enriquecerían, como impresores, diseñadores, o rentando sus inmuebles, o dando mantenimiento a la infraestructura cultural, en fin).
El otro territorio fue el mediático: publicidad para medios amigos que convirtieron el periodismo cultural en una práctica dedicada a poner los reflectores en la cartelera cultural y reproducir el discurso oficial, que aplaudía las creaciones artísticas menos vinculadas con lo social y más adheridas a los discursos de vanguardias y consensos que aplaudían a los artistas de festivales internacionales.
Hay artistas profesionales en festivales que son empresas muy sólidas, de gran calidad técnica y artística, que pueden hacer giras hasta de dos o tres años con elencos que tienen muy calculados sus relevos. Esos conjuntos dan la impresión de ser vanguardias y marcar la agenda del gusto de públicos a menudo muy conformistas que se pueden sorprender muy fácilmente a partir de reciclar propuestas prestigiosas de antaño.
Eso lo facilitó la creación de una figura que parece una especie de Vasconcelos reencarnado (desde su creación, Conaculta fue presidido por figuras intercambiables pero del mismo signo social y político) que puede operar en un medio cultural muy dominante, heredero de privilegios porfiristas y postrevolucionarios, y domesticado a base de terrones de azúcar que permitieron la gran ilusión de diversidad cultural.
Salinas se deshizo, gracias a la furia flamígera de Octavio Paz, de un sector muy progresista de funcionarios del corte de Víctor Flores Olea, más cercanos a la disidencia que protagonizó Cuauhtémoc Cárdenas, y sustituirlos por una corte de funcionarios cultos (y creadores) que no pararon de besarle la mano.
La llegada del siglo XXI ya evidenció el mecanismo, su resistencia y permeabilidad a los cambios y su capacidad de convivir durante doce años con la administración panista que mostró también su adaptabilidad a un medio cultural muy alejado de esa entelequia que AMLO denomina pueblo bueno y sabio, pero que se caracteriza por una elevada dosis de antiintelectualismo y fobia a la pedantería que identifica con lo académico, y que considera auténticas esas formas de domesticación que logró imponer primero Televisa y luego las televisoras comerciales que aparecieron en el camino.
Refiero este contexto porque el texto de Patricia Chavero pone en evidencia la imposibilidad del gobierno federal para ofrecer una perspectiva cultural sin clientelismos, empantanada en la sospecha hacia los creadores. Y de parte de los afectados, la incapacidad de contar con una base social que los defienda, como la que hoy en Argentina trata de salvarse del derechismo implacable de Milei.