Marc Caellas, John Berryman et al. poesía y suicidio
- Alejandro García Abreu - Sunday, 24 Nov 2024 09:00
Cuando Verónica se suicidó dejó una carta en la que me mencionaba como su mejor amigo y ofrecía una “sincera disculpa.” Lo sé por su prima más cercana, que en 2003 me lo confesó en el funeral. Su entrañable familiar me llamó vía telefónica para darme la funesta noticia. El cuerpo de mi querida amiga, relativamente pequeño, oscilaba como un péndulo en un árbol en el jardín de su casa horas antes. Nunca pude leer la carta, por petición expresa de su madre. En la medida de mis posibilidades, lo entiendo. Por supuesto, me hubiese gustado leer esa despedida. Imposible, aunque lo solicité, seguramente de manera arbitraria. Pero en esa carta final, en la nota de suicidio de una de las personas más entrañables que he conocido, yo existía. Mis propias ideaciones suicidas persisten. Después de dos décadas, aproximadamente, mi anhelo de lectura persiste. La extraño mucho. Pienso que debería estar aquí, con nosotros. Se trata de una de las pérdidas más brutales en mi existencia. Pero gracias a Marc Caellas –y a su extraordinario libro Notas de suicidio– puedo imaginar esa despedida. Elegí el siguiente fragmento del libro del escritor barcelonés de manera fúnebre. Ni siquiera compete al vínculo que Verónica y yo tuvimos, pero se aproxima a una especie de sentimiento fatalista. El fragmento versa sobre el genial John Berryman, elogiado hasta el día de hoy, por mí, por Caellas y un sinfín de críticos literarios. Aparte, padecimos, Berryman y yo, la misma enfermedad.
La nota de suicidio desechada
El poeta estadunidense John Berryman tuvo desde niño una relación cercana con el suicidio. A los diez años descubrió el cadáver de su padre, que acababa de pegarse un tiro. Esa imagen le inspiró un poemario que fue premiado con el Pulitzer de poesía. Los que le conocieron hablaron de su carácter perverso, alcohólico y manipulador. Berryman sentía que la vida es aburrida. Lo escribía en sus poemas y se arrepentía de ello, se daba cuenta de que hay días en que el cielo brilla y el majestuoso mar anhela abrazarnos con dulzura, días que nosotros mismos brillamos y anhelamos. Entonces recordaba lo que le decía su madre a menudo cuando era niño: “Cada vez que dices estar aburrido significa que no tienes vida interior.” Así, el poeta llegaba a la conclusión que carecía de vida interior, porque estaba muy
aburrido.
El 7 de enero de 1972, aburrido y desesperado, saltó al río Mississippi desde un puente de Minneapolis, con tan mala fortuna que no cayó al agua, como esperaba, sino en la orilla. En lugar de ahogado murió asfixiado con la cabeza atrapada en el barro. Parece ser que saludó al conductor de un automóvil con la mano mientras caía, lo que explicaría el error de precisión.
Su mujer, Kate, encontró en la papelera una nota de suicidio dirigida a ella, escrita en la parte delantera de un sobre: “Oh, mi amada Kate, hiciste todo lo que pudiste. Soy un desempleado y una molestia. Perdóname, vuelve a casarte, sé feliz.” El que salta al vacío no le debe ninguna explicación a los que se paran a ver.
Los editores de Caellas, en La uña rota, citan a Enrique Vila-Matas: “No tengáis prisa, sin la posibilidad del suicidio ya me habría matado hace mucho tiempo.” Tras leer la nota suicida de Berryman quedo desamparado, evidentemente roto por dentro. Recuerdo a Verónica. Evidentemente la extraño. El dolor persiste. Como dije previamente, las ideaciones suicidas persisten. Espero que Caellas no se quite la vida. Quisiera que un día me conceda una entrevista. No nos conocemos todavía, pero lo admiro. Al contrario de su magnífico libro, sería vital para mí. La decadencia prevalece. Me uno a su visión del mundo. Me aferro al recuerdo de Verónica. La oquedad en el ser prevalece. Sigo aquí.