Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 01 Dec 2024 09:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Barbarie

 

La disyuntiva planteada por Rosa Luxemburgo, socialismo o barbarie, se ha venido cumpliendo como profecía trágica desde la derrota de la Revolución de 1918 en Alemania, que era vital para consolidar la Revolución soviética de 1917. Desde entonces, mientras la opción socialista se aleja de los desposeídos, los propietarios solucionan sus crisis recurrentes llevándose la vida entre las patas.

El presente da de sobra para morir de la pura vergüenza por las cincuenta mil víctimas del genocidio que se comete en directo ante el mundo desde octubre de 2023. La barbarie es el Gólem, un fantoche europeo con disfraz de pueblo elegido, que viola inmunidades diplomáticas, asesina a domicilio y acribilla parejo a gentiles y a semitas ‒judíos incluidos‒ que aspiran a vivir ‒¡a vivir!‒ en su tierra, hasta hacer de Palestina el portaaviones de EU en Oriente Medio, el bastión geopolítico del hijo del Frankenstein anglosajón, la bestia que estira la liga para probar la resistencia a su codicia. Pero además de la inminencia de la guerra nuclear, padecemos otros exterminios por la misma gula de agua, gas, minerales, sangre..., exterminios igual de dolorosos, como el del Congo, aunque la cobertura mediática, hipnótica y cómplice, los haga menos perceptibles.

El caos exportado como colonización mental, delincuencia organizada, migraciones sin control, consumismo y otras adicciones, es el pretexto del vecino para meterse hasta la cocina de una casa rica en litio, petróleo, plata, níquel. Y para justificar intrigas diplomáticas, tejemanejes de sus agencias de espionaje, la subvención de organismos patronales con móviles políticos y, llegado el caso, una incursión armada, el vecino plantea la conveniencia de calificar como terroristas a los narcotraficantes de su traspatio. De ahí que la vocería narcoprianista pregone noche y día, por tierra, cielo y mar, la misma cantinela.

Aquí la barbarie se travistió de modernización con el arco de los fraudes electorales que trazó el régimen narcoprianista inaugurado por Carlos Salinas de Gortari y culminado con la guerra de Felipe Calderón y Titino Peña Nieto… Gradual o de golpe, la barbarie es barbarie aunque no aparezca así a primera vista, o aunque la ejecuten socialistas realmente existentes; la barbarie es el negocio redondo de las guerras monetarias y culturales que también, como las de bombardeos y artillería, abren las venas y dan patente de corso al tráfico de drogas y de armas, al cobro de piso, al desplazamiento por terror, al mercado de la inseguridad, a las desapariciones forzosas, al desgarramiento del tejido social, a los desollamientos del sentido. Que no haya dudas ni esperanza, el Yahvé de la usura y el despojo cumplirá sus amenazas hasta donde pueda, hasta donde lo permitamos.

Cuando hay razones para la desesperanza no hay que apelar a la esperanza sino a los propósitos claros y a la organización en torno a éstos... La movilización popular sin organización es un guajolote sin cabeza, es masa que se dispersa en el limbo de lo cotidiano después de gritar consignas cada vez menos de fondo y más formales: hasta la victoria siempre, la lucha sigue, vivan los nuestros, mueran los contrarios, no se olvida, venceremos… Y, lo mismo, a la organización inmóvil le salen telarañas, se convierte en calabaza o en secta, en grillas partidistas desfondadas y deformes, como el PRI, como el PAN, como el ala priista de Morena, como eso que ni es Verde ni es nada, como aquello que ni a Movimiento llega y mucho menos a Ciudadano…

 

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