Quinta expansión de Tonantzin

- Antonio Valle - Sunday, 22 Dec 2024 06:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

metáforas y atisbos, trama y

urdimbre de hilos multicolores…

Miguel León-Portilla

 

Estamos aquí para comprender un inestable horizonte de sucesos:

 

*

Meses atrás, cuando advirtieron que la guerra era inaplazable, mucho antes de que iniciara el puente Guadalupe-Reyes, en un remoto día de muertos del siglo XXI, un albañil y creador de palimpsestos se aseguró de que no le faltara el aguardiente. Por la turbación que le provocaban las noticias, o la parodia mortal con el que las redes jugaban con su mente, seguía hablando solo:

Total, mi reina; mi suerte ‒como la de todos– ya está echada.

Decidió pasar la última noche –o acabar de morirse– despacito, entre canciones de Caifanes y aguardiente. Después de probar apenas su sardina con el arroz de nochebuena, alucinó con fenómenos de energía nuclear; vio bunkers rusos, de Ucrania y alemanes, niñas palestinas entre escombros, mexicanos huyendo en los túneles del Metro. Entre la oscuridad y el silencio, matemáticamente absolutos, salió a la calle y se tiró a esperar la muerte que en cualquier momento descendería del cielo. Por alguna remota coincidencia comenzó a cantar “Antes de que nos olviden”, hasta que suavemente el himno de la revuelta se fue ensamblando con “Break on trough” del Rey lagarto: “La noche divide al día/ Trato de correr/ Trato de esconderme/ Para atravesar al otro lado.”

El poema del chamán fragmentó en dos su cabeza; en medio del eclipse sólo quedaron saltando las chispas del cipactli-pedernal. Todo sucedió muy rápido; tras las bolas de fósforo que descendieron por la copa de la noche estallaron los escupidores y los cohetes. Dentro de aquella borrascosa masa de energía le pareció ver flotando a una muchacha que, envuelta en un manto de turquesa, comenzó a latir con el beat del corazón del albañil en extinción. Un segundo antes aquella esquina del tiempo sólo era una ruina, un basurero emocional, milenario y tóxico.

La joven percibió su dolor; su respiración entrecortada, conoció la última esperanza de alcanzar la intersección. Por la gracia –algunos insisten que la gracia sólo es un instinto de conservación–, el artífice se arrastró en el lodazal contaminado. Cuando la muchacha vio su espalda con filas de escamas radioactivas, encendió una pantalla de obsidiana, donde el albañil pudo ver cómo cientos de años antes “ella” había resuelto su desdicha:

A mediados del siglo XVI, dentro del corazón del monte, conservabas el mismo ser, sólo que en lugar del corazón de la locura, te apagabas dentro de un jaguar. Además de la admirable tinta de tus rosetones, traías el cuerpo engastado con pústulas de la viruela. Hoy, como entonces, corriste la laja de tu mente, desplegaste azul cielo en un amate y te acostaste en la noche bocarriba a contemplar la posición de las estrellas.

Por un efecto hipnótico de la aparición, el albañil hundió las manos dentro del mangle ahora curativo y plástico. Las palabras de la muchacha se fueron cubriendo por series de danzantes x (el artista las visualizó como hilos plateados de energía). Mientras terminaba de abrirse la puerta del solsticio, la nodriza de agua y viento terminaba de contar la historia:

El jaguar sensible salió del corazón del monte con las pústulas de la peste secas. Supo que siglos atrás, o adelante, sólo con amor fue posible soportar la incomparable aventura de existir.

Cuando la muchacha comenzó a subir por las escaleras del sueño, el maestro sintió la vibración cromática de un exvoto temblando en sus manos. Entre plantas de nochebuena y cempaxúchitl el albañil supo que había llegado a la casa de la mente, a la casa de un lenguaje donde las palabras se convierten en imágenes.

 

*

Además de un texto de Fray Bernardino de Sahagún, en la misma vieja biblioteca digital los arqueólogos encontraron las palabras: toque nahuaque: el cerca y el junto; antiguo sistema en el que simpatizan conciencia e inconsciente, ética y estética, física cuántica y filosofía. Es posible que los artistas de esta historia, empleando el procedimiento mítico que narra el códex, encontraran la forma para resguardar al ser y al tiempo. Tal vez en un universo paralelo los bits del jaguar y del lagarto continúan fluyendo en ondas secuenciadas. De ser cierto, cuando estalló la guerra del fin del tiempo, el albañil se acercó hasta un portal de aguamarina, oro y obsidiana; y tal vez ahora y aquí mismo, donde alguna vez existieron edificios deslumbrantes que cegaron a los cielos; moviéndose entre el canto de los ahuehuetes, latiendo en el núcleo atómico de las chinampas o espejeando en el humo de copal, todavía existan pasos –o santuarios– que ensamblan a la Vieja ciudad de hierro con estos cuerpos de agua. Siguiendo el mismo procedimiento matemático, tampoco es imposible imaginar que por esos cruceros fluya la misma energía de regreso. Seguramente el artista del siglo XVI comprendió que, entreverados con las milpas y las nopaleras, habría sobrevivientes de la epidemia pavorosa; que entre edificios y esquinas derrumbadas en el siglo XXI, algún joven desconocido y una muchacha solitaria necesitarían estar cerca y junto a una invencible encrucijada de tiempo. El jaguar, que se había transfigurado en un tlamantinime, escribió La flor de fuego primordial, poema en el que giran en el infinito la virgen, la madre y la amada niña. Finalmente, el albañil, visionario creador de palimpsestos, añadió esta promesa a la pintura de su exvoto: Flota entre relámpagos la fuente/ que a sí misma se inventa.

 

 

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