Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 29 Dec 2024 10:41
En la columna anterior (15/12/2024) se hizo mención de uno de los objetivos principales de la presente Bienal de la Habana, a saber, salir de los espacios museísticos a las calles para convocar a propios y extraños a participar en proyectos interactivos estrechamente ligados a las comunidades, generando un impacto sociocultural en un tono acorde al lema del evento ‒Horizontes compartidos‒, que nos habla de la integración del arte con la vida cotidiana. Dos proyectos mexicanos se desarrollaron en ese contexto: Convivio. Intercambio de saberes, cuidados y vida cotidiana con adultos mayores del escultor colombiano-mexicano Álvaro Villalobos fue una práctica performativa entre adultos mayores de México y Cuba en la que se propició un diálogo en torno a los cuidados en la tercera edad. Habrá quienes piensen qué tiene que ver esto con el arte, pero en realidad acciones como ésta ponen en relieve una de las premisas fundacionales de la Bienal, que es la posibilidad de explorar medios creativos más allá de las obras convencionales como una herramienta para cambiar el mundo. El intercambio de saberes y experiencias entre los participantes quedó plasmado en dibujos y testimonios escritos que se exhiben en la Galería Frida Kahlo.
El Colectivo Cherani (con miembros de la comunidad purépecha de Cherán que dio lugar a un experimento único de autogobierno y autonomía en nuestro país) realizó un mural en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam y otro en el municipio de Marianao, en colaboración con el proyecto Akokan (en Yoruba, “desde el corazón”), acompañado de una intervención performativa con los niños del barrio de Los Pocitos. Su filosofía creativa quedó expuesta en una ponencia en la Escuela Experimental de Arte: “Arar en el mar. Desdibujando los límites entre prácticas artísticas y prácticas pedagógicas”.
Detrás del muro (Dedelmu) es una galería a lo largo del malecón habanero donde participan alrededor de cincuenta artistas provenientes de catorce países, entre ellos tres mexicanos: Sergio Gutman (CDMX, 1960) presentó la escultura de casi 4 metros de altura titulada Contramatrices, una pieza geométrica en base a líneas rectas y curvas que se intercalan con el movimiento del espectador creando un atractivo efecto visual. Victoria Molina Vargas (CDMX, 1988) desarrolló un proyecto de colaboración con mujeres de La Habana para crear un mural efímero sobre un muro en un lote abandonado en el que vemos desde lejos, a manera de trompe l’oeil, un rostro femenino conformado por círculos de colores adheridos y cuya imagen se va perdiendo al aproximarse. Los círculos, elementos que no tienen principio ni fin, son metáfora de la vida y el eterno femenino. Con la obra Déjanos en paz, publicidad, el artista conceptual Enrique Argote (CDMX, 1988) elabora una crítica en torno al abuso del recurso de la publicidad en el sistema capitalista, a través de trece sombrillas de sol marcadas con logotipos de negocios que funcionaban en Cuba antes de la Revolución, dispuestas sobre el suelo a manera de escultura efímera. Quizás la pieza estéticamente más espectacular de la Bienal es El árbol de las mil voces del escultor francés Daniel Hourdé (1947), colocada en la Plaza de Armas, un proyecto titánico de la galería mexicana Picci Fine Arts y el curador Aldo Flores, quien estuvo a cargo del montaje de la obra a lo largo de cuarenta días previos a la inauguración. La monumental obra en acero inoxidable, de casi 12 metros de altura, representa un árbol cuyas hojas evocan las páginas de más de mil libros de autores de todo el mundo como metáfora de la libertad de expresión.
A sus cuarenta años de existencia, y contra viento y marea, la entrañable Bienal de La Habana deja mucho de que hablar y, sobre todo, reflexionar, en torno al papel del arte en un mundo cada vez más deshumanizado: el arte como un soplo de viento que refresca nuestra apesadumbrada realidad global.