Carl Sagan o la pasión por el conocimiento
- Luis Tovar - Sunday, 29 Dec 2024 10:22



La ciencia es más que un conjunto de conocimientos: es una manera de pensar, una manera de interrogar con escepticismo al Universo con la delicada comprensión de la falibilidad humana.
Carl Sagan
De visita en el barrio donde creció, con elocuencia que seduce de tan cálida y serena, un hombre adulto que ronda los cuarenta y tantos años rememora sus primeras exploraciones: vista con los ojos del niño que ya no es, apenas unas cuantas calles lejos de la que fue su casa, la distancia le parecía enorme y, llegado cierto punto, inalcanzable por infinita. Sencillamente vestido de suéter cuello de tortuga y chaqueta café, aquel hombre concluye la evocación de su infancia, mira a la cámara –es decir, nos mira– y, al menos por un segundo, él y nosotros somos Uno; escucharlo y recordarse uno mismo en circunstancias idénticas es inevitable: sin importar la edad o el lugar donde se nació, ¿quién escapa de las fronteras que marca su propio desconocimiento, sino a través del persistente, arduo, complejo, pero no por eso menos hermoso proceso de empujar dicho límite siempre un poco más allá?
Podría decirse que ese hombre en la pantalla, de nombre Carl Sagan, nunca dejó de ser aquel niño que creció en el Brooklyn de los años treinta y cuarenta. Lo único que cambió, y de manera espectacular, fueron los alcances de su mirada: de la Calle 3 se extendieron hasta los límites del Cosmos.
El divulgador
De no haber sido por el cáncer, que el 20 de diciembre de 1996 tuvo a mal privar a la humanidad de uno de sus más notables integrantes, Carl Sagan habría cumplido noventa años de vida el pasado 9 de noviembre. Cosmólogo, astrónomo, astrofísico, astrobiólogo, ensayista y catedrático titular en las universidades de Cornell y Harvard, el neoyorquino nacido en 1934 obtuvo una celebridad inusual para un científico –sólo comparable a las de Albert Einstein y Stephen Hawking, por mencionar dos que compartieron siglo–, consecuencia de la que resultó siendo su faceta más conocida, como divulgador científico, creador y conductor de la serie televisiva Cosmos (y el nombre, inevitablemente, hace que en los oídos de la memoria suenen una vez más, entrañables, profundas y al mismo tiempo etéreas, decididamente cósmicas, las partituras compuestas por Vangelis).
Transmitida originalmente por la cadena pública televisiva estadunidense PBS del 28 de septiembre al 21 de diciembre de 1980, compuesta apenas por trece capítulos con una duración aproximada de una hora cada uno, Cosmos corrió la misma suerte feliz de su principal creador: trascendió sus horizontes y se convirtió en mucho más que aquello para lo cual podría haberse supuesto al principio. Actualmente, la que sin duda es la más importante serie documental científica –y no sólo por ser pionera sino, sobre todo, por la manera sutil, inteligente, accesible y apasionada para hablar sobre temas que a la mayoría les parecen inaccesibles, incomprensibles, “sólo para especialistas”–, en la que Sagan habla lo mismo del origen del Universo que del de la vida en la Tierra; la historia de la ciencia que
de la Historia en sí; de la evolución de las especies que de la contaminación ambiental, más un muy largo etcétera, ha sido vista por una cantidad incalculable de espectadores que debe rondar los mil millones y contando, a los que debe sumarse la cifra igualmente millonaria, indeterminada y creciente, de quienes han accedido a Cosmos en su formato de libro.
A Sagan posiblemente le provocaría una sonrisa considerarlo así: el número de personas que han entrado en contacto con el Cosmos tiende al infinito…
El científico
No todas las consecuencias del éxito y la fama son venturosas: Sagan lo comprobó después del tremendo suceso mediático que Cosmos supuso, cuando no pocos colegas suyos se dieron a la tarea mezquina de minimizar, relativizar o de plano despreciar su labor como científico, pretendiendo verlo apenas como un muy eficaz divulgador. No puede sensatamente hablarse así de quien, además de su cátedra universitaria, la formación dentro y fuera de la misma de al menos un par de generaciones de nuevos científicos hoy activos, así como la publicación de una veintena de volúmenes –Vida inteligente en el Universo, El cerebro de Broca, Los dragones del Edén, La diversidad de la ciencia, El invierno nuclear...–; además de todo eso, antes de su prestigio mundial formó parte del equipo de científicos de la NASA que, en 1976, estaban a cargo de la misión Vikingo a Marte –de hecho, Cosmos fue el afortunadísimo resultado de la preocupación que Sagan tenía porque, no obstante su enorme relevancia, dicho proyecto espacial estaba recibiendo demasiado poca atención mediática.
Insensato, por lo demás, regatearle méritos a un científico que se cuenta entre los primeros que advirtieron, con datos duros, incontestables y desgraciadamente acertados, no sólo del peligro, auténtica espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de la humanidad entera, de que ésta se aniquile a sí misma victimizada por su propio saber, vía el armamentismo nuclear, sino también acerca del calentamiento global –nueva y vigente daga damocliana–, tan temprano como en los años ochenta del siglo pasado, derivado de sus estudios sobre la temperatura superficial en el planeta Venus.
El viajero
El 14 de febrero de 1990 –es decir exactamente hace treinta y cuatro años, diez meses y quince días, contados hoy 29 de diciembre de 2024– la sonda espacial Voyager 1 capturó la imagen más sobrecogedora de cuantas cámaras fotográficas han captado o podrán captar en un futuro incierto: conocida como Un pálido punto azul, fue tomada a la pasmosa distancia de 6 mil millones de kilómetros de la Tierra; era el tramo que la Voyager 1 llevaba recorrido desde su lanzamiento, hace cuarenta y siete años, tres meses y veinticuatro días, el 5 de septiembre de 1977. Es preciso el esfuerzo de la mente para imaginar semejante distancia, y otro aún mayor para pensar que, cumplidos 30 mil años de singladura, la Voyager 1 apenas habrá salido de la Nube de Oort, es decir, la región esférica compuesta por miles de millones de minúsculos cuerpos helados que constituye la última frontera del Sistema Solar. Abrumadora, o desoladora según la suerte que la humanidad corra en el porvenir, resulta la idea de que, si a la sonda no la detiene nada –o nadie–, dentro de 570 mil años habrá de pasar cerca de un par de estrellas sin más nombre que el de su catalogación astronómica y que, como la Tierra y el Sol, dependiendo del punto desde donde sean vistas, no son sino otro par de pálidos puntos en medio de una oscura inmensidad a duras penas concebible… salvo en virtud de la ciencia, definida por Carl Sagan como se lee en el epígrafe que abre estas líneas, en una entrevista concedida un par de meses antes de que el cáncer acabara con su vida, una vida que –siendo él, como nosotros y como todo en nuestro mundo, polvo de estrellas– fue como éstas: apenas un parpadeo pero hecho de pura luz.