Tomar la palabra
- Agustín Ramos - Sunday, 29 Dec 2024 10:48



Corrido
Este caballo que te digo, el que mi difunto capitán le había confiscado al subteniente, era otra cosa. Bayo, cabos negros, raya de mula. Uy.
Si de por sí no sabía estarse sosiego, con el cambio de dueño anduvo peor. Se volvió pajarero y por nada se ponía duro y duro a mordisquear el freno. Y ni se diga el día que te cuento. Anduvo todo brioso y peor tantito desde que comenzó a pardear. El cuero de las ancas y del pecho se le estremecían como sofrenándolo para que no pegara carrera antes de tiempo…
Ya había pardeado y el pelotón de avanzada dilataba en regresar, así que el capitán mandó hacer alto, se bajó del bayo y caminó al mezquite que estaba en una loma. Fui atrás de él, era su asistente.
El bayo dejó de mascar el bocado, se quedó así, mira, sin rascar la tierra ni hamaquear el pescuezo, quietecito, puede que hasta sin resollar. ¿Amarrarlo, para qué?, si nomás íbamos a echar
un ojo.
Mi capitán, cigarro en boca, sin encender. Delante, nada, sombra. Un lucero arriba. Le acerqué el cerillo, sentí su bigote, ni siquiera volteó. Y tampoco alcanzó a completar la primera fumada porque, pum, un balazo le entró por la nuca.
El animal pegó chica carrera, desapareció con el humo de tabaco que ya no se enroscó en la cara del capitán porque, pues, ¿en cuál cara? Uta, creo que antes de que la bala saliera con rumbo hacia el lucero yo ya estaba pecho a tierra.
Caí agarrado a las botas del capitán y él así, mira, parado, tambaleándose pero parado, sin darse cuenta de que su cabeza estaba estrellada como sandía en el suelo.
¿Cómo no me iba a salpicar? Salpicó hasta las ramas del
mezquite. Todo quedó del asco, todo menos el contriorte de las botas, que olían como si acabara yo de darles grasa, todo menos también el bayo, porque anda vete del bayo y del subteniente.
Justicia mayor (fragmento)
Les habíanos cerrado cuanto paso y rendija ondi pudieran se escurrir esos salvajes, ansí que más sitiados no podían tar. Y a eso añude asté lo más prieto de lo prieto de la sierra de Tuto, ¿pos cómo?
Pos con todo y todo, ¿no va siendo que a mitá de la nochi nos cain encima oyando auuu? Yo taba yo agapado en un otate y, cuas, “tome, endino pelón juesú”, juntamente coscorrón y retobo en mi mollera, haga de cuenta víbora chirrionera, sentí como espuelazo caduno de los ñudillos abriéndome diun solo zape cachucha y cuero, veasté namás cuántas puntadas ameritó la maldá.
Echaban maldiciones y risas que qué diablos ni qué brujas, si hasta mania se daban parriarnos pescozones. Por ramas y brenias andaban, por tuitos laos menos por atajos, veredas y caminos de Dios ondi a juerza debían pasar si jueran seido cristianos, pero qué va. Como coyotes hambriados sostaron la caballada y lebrestaron el follaje, tal zanates, oiga.
Y a los que guardábanos el flanco del paderón no nos jue tan pior. Digo, yo digo, porque minuscabados y zurrados de susto, con las manos despellejadas de a tiro por bajar como pinacates, pero vivimos pa cuentarlo. En cambio a la caballería, que cargó de frente, le llovió lo más jijo de los jijazos, no a punio limpio ni a retobos, qué más habrían querido los probes companieros, sino a hachazos y aladridos, “mueran, perros juelamala”, afigúrese.
Yal clariar vimos la calamidá, cabezas como alcachofa en mole diolla y cuacos a la mitá, záscatelas, partíos desde el belfo hasta lanca por hachas y machetes cinchados de tronco a tronco de los robles pa que se destazaran solitos con su mesmo correr en esa escuridá diande, a lo muncho, los filos parecían ramas caidas o
ni eso parecían porque ni siquiera se bían de ver.
Minomás cómo se me peluzna el cuero namás diacordarme.