Cartas para pensar / Entrevista con Jezreel Salazar
- Mario Bravo - Saturday, 18 Jan 2025 23:13
Academia y cultura
‒¿Qué halló usted en esa comunicación escrita que no pudo encontrar dentro de los espacios virtuales universitarios, mismos que habitó durante el confinamiento?
‒Había una necesidad de expandir el espacio. Intentamos construir reflexión y comunicación, más allá de los lugares acotados en que estábamos inmersos. Iván Peñoñori y yo nos conocíamos de antes, compartimos lecturas y pláticas, pero ninguna correspondencia. Se lo propuse y vimos la escritura personal como un espacio para hablar de lo colectivo. La escritura autobiográfica puede tener una dimensión política. A diferencia de los medios audiovisuales, las cartas permiten sopesar ideas, discutir a fondo y repensar la vida cotidiana, así como el espacio público. Buscaba un formato que se saliera de ciertas lógicas, tanto de la academia como del campo cultural mexicano. En el primer caso, me refiero a ciertas escrituras cada vez más formales, acotadas, y en donde se suprime al yo para construir discursos objetivos y científicos. Con respecto al ámbito cultural, me parece cada vez más conservador y despolitizado en ciertos sentidos. Junto a Iván asumí al ensayo no sólo como algo estético, que permite acumular capital simbólico, sino como un espacio para pensar la realidad y problematizar el mundo; en la literatura mexicana hay mucho ensayo, pero poco pensamiento.
Daño cero
‒En esa correspondencia reflexionan sobre la tecnología, el cuerpo, la moralidad y el espacio. ¿Cuáles son las repercusiones sociopolíticas desde esos ámbitos tras el fin de la pandemia de Covid-19?
‒Hubo una serie de lógicas relacionadas al temor a los otros, al contagio, al contacto y al salir hacia el espacio público. Socialmente ya estaban presentes esas lógicas, pero se remarcaron tras la pandemia: ahora vemos políticas cada vez más férreas con respecto a la individualización, sobre cómo lidiar con el conflicto y con el otro. Hoy en día, casi siempre la política dominante se perfila a la exclusión, al ostracismo, al rechazo en lugar del diálogo. Al otro se le mira como amenaza por su diferencia. Al salir del confinamiento se remarcaron ciertos imaginarios urbanos en donde el otro ya no es territorio para enriquecerte ni para la convivencia. El espacio público ya no es un lugar para estar, sino para transitar y huir, un lugar meramente de paso. Estamos ante imaginarios vinculados con la inmunidad. Cada vez más los vínculos están construidos bajo la lógica del daño cero: que no te dañen ni te agravien, como si no fueran esencialmente una afectación.
Tecnología y presencialidad
‒Si en lo intelectual la correspondencia aquí citada le reportó una oportunidad para pensar al mundo, personalmente, ¿qué le aportó?
‒Mantenerme conectado con el exterior. Además, representó un ejercicio de autoanálisis para darle sentido a las incertidumbres y a las sensaciones de anormalidad que todos vivíamos. No sé si la escritura tuvo una función terapéutica, pero sí fue algo parecido a una autovigilancia.
‒Hábleme sobre las huellas dejadas por la pandemia en los vínculos humanos actuales.
‒Tenemos menos capacidad para la presencialidad. En aquel momento de pandemia, la tecnología fue una salvación al abrirnos canales de comunicación, pero hoy el espacio público sigue entra§ **ndo en el espacio privado: muchos trabajos los hacemos vía Zoom al estar en casa, cada vez estamos más en contacto mediante texto o audio, y menos a través de llamadas telefónicas en donde escuchas tonalidades de voz y grados de humanización. Incorporamos formas aislantes y deshumanizadoras, pues las redes sociales se volvieron no sólo un espacio de salida, sino que es únicamente allí donde sabemos algo acerca de ciertas personas.
Lógicas inmunitarias
‒En el lazo entre tecnología y cuerpo, pareciera que se acrecentó la sensación de una constante disponibilidad, particularmente con el uso de mensajería instantánea, así como la facilidad para bloquear al otro y fiscalizar sus gustos. ¿De qué manera analiza usted si ese fenómeno se trasladó a la vida cotidiana en el cara a cara?
‒Durante la pandemia, a través de un botón, uno podía conseguir algo por Uber Eats sin conocer todos los procesos de explotación y precarización laboral que estaban detrás. Lo mismo con la capacidad de la tecnología para construir una subjetividad mediante dispositivos como el like, el bloqueo o desamigar a alguien. Eso se te interioriza y es muy fácil que se rompan los lazos colectivos en una época donde las relaciones se hallan fragilizadas.
‒¿Será que después de la pandemia nos cuesta más esfuerzo reapropiarnos de los espacios públicos, entre ellos, los destinados a la protesta social?
‒Sí hubo una ruptura con la capacidad de construir proyectos colectivos y otras formas de hacer política. En algún momento fue un mecanismo de compensación eso de ir a buscar la otredad como una salida al encierro. Tengo la impresión de que cada vez vivimos más en lógicas inmunitarias y menos comunitarias: sentimos la necesidad de una profilaxis social en el espacio. Eso es una marca del neoliberalismo y está presente mediante mecanismos de fiscalización, control y persecución. Por ejemplo, en uno de los temas que aparece en las cartas: la crítica, la cual se mira como algo negativo. Hace poco, en una publicación literaria, apareció una convocatoria para enviar reseñas, pero la única regla advertía a colaborar con críticas de libros que te encanten. ¡Es la lógica de no perturbar ni de hacer un ejercicio de discusión ni polémica!
‒Esas identidades de hierro, ¿no están más presentes en la virtualidad y no tanto en la presencialidad física?
‒En México hay mucha hipocresía heredada de la cultura priista de mantener las formas. En efecto, en la virtualidad percibes eso, pero nunca a fondo sino sólo con ataques o dichos insinuados. También se relaciona con que el espacio virtual sustituyó una parte del espacio público.
Hombres y cartas
‒En su comunicación epistolar se asoma un yo mirando al mundo, pero en ustedes noto una dificultad para afirmar sentimientos con relación a lo más privado y personal de sus vidas.
‒Por un lado, dos hombres escribiéndose cartas personales rompe con la lógica de la literatura epistolar más asociada a lo femenino. Por otra parte, esa ausencia de sentimientos en nuestra correspondencia responde a mi vínculo con el propio Iván. Nunca hemos sido de confesarnos intimidades, sino que somos amigos vinculados a los libros, a las ideas y al campo intelectual. Quizás tenga que ver con masculinidades tradicionales y la dificultad para hablar entre hombres sobre las carencias afectivas, los fracasos amorosos y los dolores. En efecto, acerca de eso charlo con amigas y no tanto con amigos.
‒¿Es un vicio del campo intelectual?
‒Recuerdo la correspondencia entre escritores como Octavio Paz y Alfonso Reyes, por ejemplo; y es cierto: abordan más la discusión de las ideas y la diplomacia, los intercambios culturales y la literatura. A la cabeza no me viene una conversación, entre hombres, que transite por una cuestión de vínculos, cuidados, relaciones…
Una herida por nombrar
Jezreel Salazar no duda en afirmar cuál es la herencia psicosocial que la pandemia de Covid-19 legó a la humanidad:
‒Dejó un trauma. Lo pienso en términos psicoanalíticos como heridas o formas de afectación que nos marcan, tanto individual como colectivamente. Siempre vivimos experiencias de traumas y de dolor, por ello deberíamos asumirnos como sujetos con rupturas, degradaciones, imposibilidades e impotencias.
‒Psicoanalíticamente hablando, si hay salida para ese trauma, pasaría entonces volver palabra aquello que partió al territorio del inconsciente, eso que neuróticamente se enuncia mediante el cuerpo o el lapsus. Actualmente, ¿qué necesitamos nombrar?
‒Las violencias y los deterioros vividos como parte de un sistema terrible, aunque dicho sistema no se halla afuera, sino dentro de nosotros.
Hoy, a la hora de hacer política, pensamos que el horror está en el exterior y que los otros son la amenaza. Siempre la responsabilidad le corresponde a alguien más; pero no: incorporamos esas formas de dominación clasista, racista, machista y colonialista. No sólo debemos preguntarnos qué nombrar, sino cómo nombrarlo. Y allí asumir a la crítica como una autocrítica. Es necesario construir formas de enunciación más allá de la superioridad moral.
Un lenguaje incompleto
‒¿La escritura es su mejor camino para nombrar lo que no se halla visible socialmente?
‒Creo que sí, pero también están el cuidado de las relaciones y la vida cotidiana, por ejemplo. La escritura permite sentir y vislumbrar, así como poner en palabras, aunque siempre queda en algo a medias, incompleto. Juan Rulfo decía que nadie hablaba bien en todos los idiomas y nadie podía decir al mundo en todos sus sentidos: el único que lo intentaba era el Papa y hablaba mal en todas las lenguas. Creo que debemos apuntar a un lenguaje incompleto, a sujetos siempre en medio de procesos, impotentes; pero, al mismo tiempo, construyendo un mundo distinto en nuestros lugares.
‒Un lenguaje incompleto es otra de las heridas que cargamos…
‒Sí. A pesar de eso, intentemos hablar del mundo, sobre todo de aquello prohibido hasta por las sociedades más progresistas. Aquello que no dices se vuelve síntoma, dolencia, enfermedad y reproducción de un poder.