Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Saturday, 18 Jan 2025 23:58 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En buen mexicano

 

“Duro y a la cabeza”: esta es la frase con la que Orlando Ortiz, magnífico narrador y notable maestro literario, abría la sesión de críticas y observaciones en los talleres de cuento y novela que impartió durante muchos años y es así, duro y a la cabeza, como conviene dar inicio a lo que sea menester decir acerca de la ya bastante traída y llevada Emilia Pérez, película que ha suscitado toda suerte de comentarios, desde un panegirismo bastante poco sustentado hasta una denostación más bien prejuiciosa.

Lo primero sería mandar a la chingada ese chovinismo ramplón que ha querido volver defecto la nacionalidad del francés Jacques Audiard, guionista y director de la cinta. Ni modo que una persona no nacida en México tuviese prohibido hablar de este país; que lo haga bien o mal –entendidos los adjetivos no respecto de si arroja flores o estiércol, sino de cómo le haya quedado la película– es otra cosa, pero si el origen fuese requisito habría entonces que ponerle diez mil peros o de plano tirar a la basura, entre otras cosas, todo lo que Sergei Einsenstein filmó en México, y pos no.

Lo siguiente sería bajarle un par de rayitas al encomio que ha querido ver en Emilia Pérez un discurso de reivindicación transgénero, porque la neta no es pa’ tanto. En efecto, el personaje central cambia de género pero, aunque naturalmente a lo largo de la historia tiene cierto peso específico, dicho cambio no es el centro de gravedad de la misma. Lo que sucede en la trama a partir de la transformación genérica no tiene que ver, ni de lejos, con el activismo LGBT+ o con un proselitismo defensor del derecho a decidir la propia identidad, ni siquiera con la realidad de muchas personas transgénero que cotidianamente se ven enfrentadas al prejuicio, la descalificación y la marginación social. Nada de eso, pues a Emilia Pérez le va muy bien: ella se dedica a sus asuntos sin que nadie la cuestione al respecto.

Después habría que hablar precisamente de los asuntos a los que Emilia Pérez dedica su tiempo y sus ingentes recursos económicos, comenzando por el origen de los mismos: tuerce bastante la puerca el rabo a causa de que, según esto, el implacable e inatrapable narcotraficante que ella fue antes de ser ella –otrora Juan Montes el Manitas, hoy Emilia Pérez–, ahora pone tiempo y varo al servicio de la búsqueda de desaparecidos, que en una enorme medida lo son precisamente a consecuencia de la violencia causada por el narcotráfico. No lo pensó Audiard y no parecen pensarlo tampoco los elogiadores del filme, pero esta supuesta conversión de criminal a redentor social no sólo sabe a sueño guajiro sino que los deudos de las decenas de miles de desaparecidos han de sentir como si les dieran una patada en los güevos o en el culo: ora resulta que quien me hizo víctima también puede ser mi benefactor. Ahí sí de plano que no mamen.

Aún quedarían cuestiones por deplorar, verbigracia el despropósito formal de poner a cantar y bailar a la gente: ¿de veras creen que el género fílmico “musical” es la mejor opción para abordar temas como la violencia del narco, la corrupción y los desaparecidos? Luego está la decisión, increíble tiro en el pie, de prescindir casi al cien por ciento de actores y actrices mexicanas para contar una historia de mexicanos en México; no es la primera vez que pasa pero en este caso se nota mucho, y para mal. Súmese que Audiard no quiso filmar aquí, reconoció no haber escarbado ni un poquito en la cultura local y sí, en cambio, “homenajear” a las telenovelas mexicanas; hágame usted el recabrón favor. Una más: decía el maestro Orlando Ortiz que los malos narradores, cuando no sabían cómo terminar el cuento, metían a los protagonistas a un coche, el coche se estrellaba, aquellos morían y tan tan. Créase o no, Emilia Pérez acaba precisamente así, y vale madre si se trata de un espóiler.

Por último quedaría lamentar la pésima puntería léxica –por cierto, uno de los defectos más visibles del filme–, que hace hablar a los personajes en un español que quién sabe dónde se hablará, porque aquí para nada, y es por eso que estas líneas han sido pergeñadas en buen mexicano, pa’ que se den un quemón.

 

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