Infancia es destino: el arte de Lourdes Almeida
- Lucía García Noriega y Nieto - Saturday, 18 Jan 2025 23:23
Mi profesión tiene muchas reminiscencias de mi infancia y gran influencia de mi madre y de mi abuela materna viuda.
Recuerdo estar cerca de mi madre, jugando en el piso, imitándola y acompañándola en todas sus tareas, si estaba cociendo, o pintando, o en su galería de arte… Además, mi madre nos leía muchísimo; recuerdo fragmentos de la Ilíada y La odisea para niños, eran unos viejos libros enormes que mi mamá conservaba de cuando Vasconcelos fue secretario de Educación, fragmentos de historias épicas que se me quedaron grabadas. Fui una niña solitaria, creativa y fantasiosa, lo que se reflejaba en manualidades, me encantaba coser y hacer cositas para las muñecas, tenía un lugar secreto en el que me sentía segura, el walk in closet (vestidor) de mi mamá me servía de sustento y concentración, pasaba largos ratos creando mi mundo aparte, cortando y pegando fotos de revistas de arte y moda, al grado que llegué hacer un collage en la pared de mi recámara con temáticas diversas. Me fascinaba recortar fotos de revistas, compraba las muñecas para recortar, desde niña era acumuladora y eso tiene que ver mucho con mi trabajo, yo no soy de una fotito, soy de muchas fotos. Así empecé con mis colecciones, de monedas y estampillas postales, de envolturas de chocolates y chicles, les llamábamos oritos, los ponía en mis cuadernos y en mis libros; hasta el día de hoy sigo con esa práctica. En pocas palabras, he reciclado desde niña y lo sigo haciendo, y ese es un reflejo de mi estética creativa, que va de los mosaicos y ladrillitos de colores que recogía de la obra de El Palacio de Hierro Durango, que se estaba edificando, con los que construí la casa de mis muñecas… Cuando salía a pasear me la pasaba pepenando cosas en la calle que después usaba para jugar. Me encantaba salir a caminar sola, desde el kínder y preprimaria iba y venía sola a la escuela que estaba a dos cuadras de mi casa; eran otros tiempos.
Cuando mi mamá hacia mermeladas caseras, con los huesitos de la fruta me entretenía pintándolos con anilinas para jugar matatenas. O cuando acompañaba a mi mamá a la Escuela de Artesanías y ella tomaba sus clases de cerámica y barro, me daban un poco de arcilla; modelé varias piezas, un pajarito y otras. Sin embargo, no se piense que soy hija única, viví una infancia en el seno de una familia amorosa, dos hermanas mayores y cuatro hermanos, uno, un año menor que yo, con el que jugaba mucho y a quien desde pequeño le gustó hacer fotografía.
Hacer cosas con las manos
En la adolescencia encontré cerca de casa una escuela de manualidades. A cambio de que pudiera tomar todas las clases, entre ellas la de resina epóxica, la encargada me tomó como su ayudante para recoger y limpiar los talleres. Ahí aprendí a hacer todo tipo de manualidades y a crear objetos.
Mi gusto por la fotografía comenzó por la curiosidad de ver y rever el álbum familiar que tenía la familia de mi padre. Vivían en una enorme casa, mi abuela viuda, cinco hermanas solteras y al fondo, en una casa adosada, la única hermana casada con su marido e hijos. Eran las García Noriega, a quienes les preguntaba si podía ver sus fotos. También hacía lo mismo en casa de mi abuela materna, le preguntaba por sus fotografías, siempre me gustó mucho ver el álbum familiar. El gusto por hacer fotografía me llegó hasta los diecinueve años.
Cuando quedé huérfana a raíz de la muerte de mi mamá, caí en cuenta de que tuve la intención de preguntarle e indagar en el pasado, pero no lo hice. Fue a partir de entonces que me apliqué hasta llegar a saber más de genealogía y empecé a investigar y a preguntar a las tías que estaban vivas, tanto paternas como maternas.
Mi abuela materna tenía dos espacios con fotografías, el primero en la entrada; era una salita rodeada por una hermosa escalera curva, ahí la abuela tenía colgados varios retratos, destacaban las miniaturas que ella realizó de sus diez hijas, verdaderas obras de arte pintadas por su propia mano. Junto a su recámara, en el boudoir (tocador), había otro tanto de fotografías muy bellas.
Conseguir las fotos de la familia Nieto ha sido tarea de años. La tía Margot, hermana de mi madre, tenía álbumes de fotos que nunca pude recuperar, otras las fui rescatando en viajes que hice a San Luis Potosí capital y a Cerritos, donde nació mi abuelo Rafael Nieto. Me las ingenié para reproducirlas a partir de álbumes familiares. Por ejemplo, la fotografía de la bisabuela Juana estaba enmarcada en casa de un primo hermano de mi mamá. Al pasar el tiempo, alguien encontraba otra foto y me la mandaba, así las he ido reconstruyendo para recrearlas.
De las García Noriega, mi tía Lola decidió heredarme todo el archivo de la familia que ella y sus hermanas tenían, afortunadamente estaban en muy buen estado y muy bien conservadas. Poco a poco, con ayuda de los primos fui completando el archivo, ya que a los hermanos de mi papá les gustaba mucho la cámara y tenían muy buenas fotos de familia. El tío abuelo Saturnino era buen fotógrafo y siempre mandaba sus fotos desde Colombres, Asturias, lugar de origen de la familia. También tuve la fortuna de heredar dos blusas y un corsé de la abuela paterna, son las piezas de la instalación de la exposición.
Cuando empecé a hacer foto lo hacía de manera intuitiva y con la idea de hacer fotos de portafolio; sin embargo, a la larga tenía algo que llamo sentimiento madre, es decir que la mayoría de mis proyectos tienen que ver con la familia y con la infancia, por ejemplo, cuando hago el proyecto de sirenas Lo que el mar me dejó, es en recuerdo de las historias épicas. Muchos de mis proyectos tienen recurrencias. Al callejear de niña, adonde iba había altarcitos: a la entrada del mercado te encontrabas un altar; Juanito, el de la panadería, tenía su altar junto al horno; el Chino, en su estanquillo, tenía altar; en el cuarto de las muchachas en la azotea había toda una serie de estampas religiosas pegadas en la pared con paspartú y diamantina; el Charifas, en su puesto de periódicos en la esquina, tenía su altar; en casa de mi abuela paterna tenían su altar. De tantos recuerdos he creado varios de mis proyectos de santos y de altares: La Guadalupana (que forma parte de la colección permanente en el Museo de la Villa de Guadalupe) y Corazón de mi corazón, que está ahora expuesta en el Museo de Arte Moderno.
Empiezo con la Polaroid por consejo de Juan José Gurrola. Él me dijo: “¡Tienes que usarla! Es una revolución en Europa.” La Polaroid me acercó a la parte lúdica de la fotografía, al juego, el combinar cosas. Las fotocomposiciones son como la desconstrucción, que de lejos tengas la sensación de ver algo y al acercarte son muchas cosas que no son nada convencional. Me sucede también cuando coso la ropa, no la hago estructurada, siempre la hago chuequita, des-estructurada, me gusta ese juego y esto me ha llevado a continuar haciendo mi propia ropa.
Curiosamente recuerdo un artículo que publicó una revista italiana hablando de David Hockney y del belga Stefan de Jaeger, que fue de los pioneros en utilizar Polaroid SX 70, y de mi trabajo, en el que comentaban que, en diferentes partes del mundo, con esa cámara se les ocurría hacer esas múltiples combinaciones. Muchas veces ese trabajo viene de la intuición y muchos otros trabajos vienen del inconsciente, que finalmente para mí son la misma cosa.
En mi proyecto La vida de cuadritos, varias piezas tienen temas con referencias de mi infancia, la banca típica del parque, mi mamá fumando, fondos de muros de colores con cortes en diagonal y horizontal. El collage que siempre me encantó, todo lo que tenía que ver con recortar, era un reflejo de trabajo manual. Me acuerdo de una piel elegantísima de mi mamá que recorté para hacer abrigos para mis muñecas.
El feminismo y todo mi tema de género me viene de tanta tía, por eso en el proyecto actual son personajes tan importantes. Llegó un momento en que dudé si incluirlas porque ocupaban mucho espacio, reconsideré que nunca fueron personas ajenas, marcaron mi vida, tanto las maternas como las paternas. Mi mamá es la más chica de diez hermanas, mi padre tuvo seis hermanas, todas tuvieron que ver conmigo y percibo en mi imaginario que todas me trataron muy bien; esa influencia me ayudó para realizar el proyecto Mujeres de cuerpo entero, que se expuso en La Casa del Lago, y que visibiliza a la mujer por su importancia.
Mi orgullo desde niña ha sido que mi mamá fuera pintora. Aparte de su obra personal, en casa nos pintó a colores el abecedario y las tablas de multiplicar en las cortinas. Pintó en el techo los ocho planetas del Sistema Solar totalmemnte a escala y de manera lúdica, como personajes; pintó aves y paisajes en vasos y en vajilla; teníamos una educación visual continua. Los libros no estaban de adorno, los disfrutábamos y siempre se nos inculcó la lectura; recuerdo la colección La Pinacoteca del Arte, preciosa. Una de mis pasiones era limpiar libreros y libros y eso fue formando mi cultura intelectual y visual.
Viajes y escuelas
Lo mío viene de mi inconsciente, con una madre artista e intelectual y una familia de la que, como he dicho, me siento muy orgullosa y a la que le importaba el arte. Mis dos abuelas pintaban, las visitas a los museos eran prioridad; mis tías, además de ser intelectuales y cultas, eran pianistas, bailarinas, pintoras, cocinaban, cantaban en el coro, daban servicio a la comunidad, llevaban el dispensario, todas eran artistas cosiendo, en el bordado y el tejido, hacían patrones, esa es mi esencia.
Más tarde aparecen los viajes, de niña viajé poco, dos viajes a Estados Unidos, después me fui a vivir a Italia, a Florencia, era muy joven, tenía veinte años, empiezo una vida cultural que nunca ha terminado, estudiaba dibujo en donde se encuentra el David de Miguel Ángel, en la Escuela Libre de Desnudo de Bellas Artes, y mi maestro de desnudo, Manuchi, me dijo: “Lourdes, usted es mi mejor alumna porque es la más disciplinada, pero lo suyo no es el dibujo, tiene la mano muy dura.” Sin embargo, fui la única alumna a la que le dio una carta de recomendación para que pudiera ir a los Uffitzi a estudiar originales de Miguel Ángel. “De todos los renacentistas, usted vea de todo, vea mucho, busque la forma de expresarse.” Me sirvió enormemente, porque ese archivo me permitió desarrollar otro aspecto para complementar mi creatividad, la investigación.
Recuerdo que mi madre nos hizo muchos libros de tela, tenía sus tijeras de piquitos y los encuadernaba cosidos y pintados a mano, le quedaban hermosos. Eso me influyó para hacer mis posteriores libros de tela. También de ahí me quedó la curiosidad de la encuadernación, estudié y tomé tallercitos de encuadernado, después lo dejé y ya de grande retomé esa inquietud, ahora me encanta encuadernar.
El libro de artista surge en la época del Taller de la Luz, a raíz de la exposición de Martha Hellion, Gabriel Macotela y Yany Pecanins, donde presentaron libros de artista, los tres del Taller de la Luz dijimos “esto es lo nuestro”; sin embargo, desarrollarlos completamente no fue en los años ochenta; se fue dando poco a poco, yo empecé a bordar fotografías en los noventa, aún las
conservo.
Pensando en hacer un proyecto de mi familia, me pregunté por qué no hacerlo a nivel nacional y emprendí el camino de Retrato de familia. La nación mexicana, lo realicé hace treinta años y me llevó a recorrer la República Mexicana. Para programarlo realicé un guión-investigación que reflejara quiénes somos todos los mexicanos y para planear qué familias iba a fotografiar en cada estado, de 1992 a 1994. La logística fue complicada, por medio de contactos y amigos, conseguir apoyos diversos e iniciar el recorrido: en auto, caminando y en varias ocasiones hasta en burro, porque no había modo de acceder a algunas comunidades que había seleccionado. En estos múltiples recorridos siempre me acompañó alguien, tuve que aproximarme a la gente con mucho respeto, el primer acercamiento lo hacía sin cámara y, claro, siempre les expliqué que la base de mi proyecto era mi propia familia y que quizá terminaría en un libro. Fue esa sinceridad lo que a la gente le gustó.
La Organización de las Naciones Unidas declaró en 1994 El año Internacional de la Familia, lo que coincide con el año en que terminé el proyecto y es la razón por la que fui invitada a exponer en el Centro Cultural/Arte Contemporáneo, de la Fundación Cultural Televisa.
Líneas del tiempo en imágenes
Siempre parto de una idea, esa idea se va modificando al realizarla, es muy importante tener una estructura y, dentro de esa estructura, tener un guión de lo que voy a hacer o un título y desarrollarlo, tener una idea semilla y desarrollarla. En ese proceso me permito improvisar, cambiar, modificar y, de esa manera, al ir trabajando van surgiendo otras ideas. Karen Cordero (curadora de la muestra Alias Vitas: Mi linaje femenino (que se expone actualmente en la Fototeca Nacional en Pachuca, Hidalgo) decía que en el transcurso de la curaduría seguirle el paso a alguien a la que se le ocurren cosas y más cosas es muy difícil.
A partir de la superposición de fotografías del mismo tamaño, en la misma pose, de diferentes generaciones de mis ancestras, busco en esos reflejos las emociones, me paso horas observando las fotografías históricas de mi familia; siempre sentí que me parecía a las Nieto, cuentos que se cuenta uno, entonces yo me decía: soy más parecida a la familia de mi madre, la parte física, el ADN, y en estas observaciones acabo por darme cuenta de que en realidad soy totalmente García Noriega, que soy más parecida a la familia de mi padre, aunque tuve un rechazo hacia mi abuela paterna porque era una mujer muy dura que apenas me veía y que jamás me abrazó o me dijo alguna palabra bonita siendo su penúltima nieta, creo que la treinta y cinco; tuve la impresión de que no le interesaba.
Mis ancestras paternas no me gustaban porque todas tienen un gesto muy adusto, severo, gente que vivió una vida agrícola y en climas gélidos, gesto que también atribuyo a la rigidez religiosa. En esa observación me di cuenta de que yo era totalmente como ellas y ahora, en la tercera edad, tengo el mismo gesto, lo que me reafirma en la creencia de que las emociones y el gesto se heredan. Pienso en este gesto heredado porque no soy una persona rígida; soy estructurada, pero no rígida, y en mi vida nunca he tenido que sufrir esos climas tan severos, ni he trabajado el campo.
Más adelante, al investigar a fondo a mi familia materna, en los árboles genealógicos y en los mapas, me informo de que todas mis familias ancestrales también fueron de agricultores; mi confusión se dio por haber vivido una abuela en su casa espectacular de gente rica, sin saber que venía de familias de agricultores con una vida durísima. Familias que vivieron y se forjaron en el camino real de tierra adentro, y al dar por hecho que todas mis ancestras venían de San Luis Potosí, vengo a saber que vienen de Jalisco, de Aguascalientes, de Zacatecas, del centro de México, y obviamente llegan a diferentes partes de San Luis Potosí.
Ahora sé a ciencia cierta que ambas familias eran de agricultores. El campo nos enseña de forma enriquecedora, lo difícil que ha sido forjar una patria, trabajar y vivir de la siembra o de la ganadería, con todas las inclemencias e incertidumbres, como sería el caso de perder toda una cosecha, y llevar una vida realmente cuesta arriba y sus consecuentes migraciones.
Mi búsqueda es para visibilizar, visibilizar, visibilizar constantemente a las mujeres ignoradas; fue la razón del primer tomo de mi investigación sobre fotógrafas nacidas hasta 1920, titulado Zurciendo la Historia.
Al ver en retrospectiva mi trabajo todo se concatena, cada proyecto nuevo ha sido una secuencia de los anteriores. Espero que al visitar la exposición Alias vitas: Mi linaje femenino en la Fototeca Nacional, el público encuentre una obra que le inquiete. El día de la inauguración me encontré con algunas personas que lloraron. Una de ellas me comentó: “Me moviste porque me recordó que también me pasó eso.”
En la exposición hay fotografías que trabajé en formato más pequeño, porque hacen referencia a recuerdos íntimos que no quise obvios o confrontativos; es el caso del tríptico en el que me presento yo de niña con ese grito, soy yo, pero no soy yo, es mi hermano abusador, la persona que me hizo sentir de esta manera y porque yo me tengo que poner ahí, porque cuando tú eres niña
y te pasa una situación como la que yo viví te sientes humillada y vulnerable; lo que está escrito en rojo, que no se puede leer, dice: “el grito, son las emociones que yo sentía de niña y que nunca pude hablar con nadie”.
He abundado en el conocimiento de la ciencia que estudia la herencia de las emociones, la epigenética, de la que se conoce muy poco porque la gente no quiere hablar de la violencia intrafamiliar, de las emociones, buenas o malas. Mi obra trata el tema con sutileza, como una estrategia de resistencia.
En el diseño del tablero de la Línea de tiempo incluí información para visibilizar a notables mujeres de la historia que vivieron al mismo tiempo que mis ancestras, sus contemporáneas, siglos en que todo estaba prohibido, que no podían ni siquiera heredar, o estudiar, mucho menos tener un negocio propio, que por eso no existen, que por eso las borraban, porque el representante o tutor era el que salía a la luz; no obstante, son esas mujeres las que nos educaron, las que nos antecedieron.
Me costó realmente mucho trabajo elaborarla, me concentré sobre todo en fotógrafas, se me ocurrió porque me importa mucho mi contexto familiar, no quiero que se quede esa información en un álbum de familia personal.
Quiero enriquecer la reflexión sobre el tema, que se pueda entender en qué contexto se desarrollaron las vidas en aquel tiempo para algunas de mis ancestras que estaban en el rancho teniendo veinte hijos. Es el caso de mi tatarabuela por el lado materno, y cuando investigo por qué ella no tiene hermanos, encuentro el acta de defunción de su madre que murió a los veinte años, al dar a luz a ella. Al trabajar durante horas con Inteligencia Artificial, para saber cómo lucía de joven, a partir de una de sus últimas fotos, es de ahí que sale su hija, mi bisabuela. A partir de semanas de trabajo en IA es como descubro a mis ancestras, todas hermosas, hasta las adustas. Posteriormente, al bordar esos retratos, de los que no hay antecedente en pinturas o fotografías, al estar tanto tiempo recreándolas, las fui aceptando a todas… Se trata de una investigación de treinta años para llegar a esta genealogía de sólo mujeres. La parte más compleja fue el hecho de que es el hombre que da el apellido; era encontrar a mujeres que heredan otro apellido, encontrarlas cuando no tienen nada que ver conmigo con el nombre de solteras.
En esta exposición, Alias Vitas, estoy hablando de las vidas de mi linaje femenino, tratando de comprender quiénes fueron no sólo mis abuelas, sino las bisabuelas, las tatarabuelas. Lo que más me costó imaginar fue si sabían escribir, si sabían leer, ese conocimiento que hoy es por ley. De dónde le viene a mi abuela materna ese interés por la educación, si era autodidacta, aprender idiomas por medio del fonógrafo, el educar a todas sus hijas al igual que a sus hijos.
Mi bisabuela materna, la madre de mi abuelo, le dio una importancia vital a la educación de sus dos hijos. Ella que fue parte de esos veinte hermanos, que era la mayor y no la dejaron estudiar mientras estudiaban sus hermanos, de dónde le viene un amor por la educación. Uno de sus hijos se casa con una mujer que también tiene amor por la educación, porque esa mujer autodidacta, mi abuela, es la que educa a sus diez hijas.