La otra escena
- Miguel Ángel Quemain | [email protected] - Saturday, 18 Jan 2025 23:39
El camino de la orquídea, autoría, dirección y actuación de Alejandro Juárez Carrejo, pertenece a un género de obras y montajes que están obligados a permanecer entre nosotros por la carga cultural, temática, política y artística que las hace confluir en un presente continuo que las modifica y enriquece.
Ese proceso es lo que permite y hace necesario que un trabajo de sus características no se detenga, a pesar de los riesgos que puede tener un intérprete tan creativo como él de sentirse perseguido por una especie de monotonía, de monotonía militante y activista, pues enfrentarse de manera sostenida con un trabajo así, enmarcado en la responsabilidad y el deber, puede conducir a un gran cansancio.
Desde que consignamos en este espacio su primer estreno hasta hoy, ha recorrido diversos escenarios y se ha confrontado con sus propios logros, ha cosechado ya muchas venturas y ahora se presenta en un escenario que conoce, que ha sido su casa, porque en la Sala Julián Carrillo de Radio UNAM (martes y jueves de enero, 20 horas) se ha presentado en varias ocasiones con proyectos ambiciosos y siempre vanguardistas, y además en el territorio UNAM, donde se formó y se gestaron sus preguntas más agudas y vitales.
Tiene una temporada corta y, por eso, dentro del teatro que le aguarda a nuestra ciudad, la puse en primer lugar para quienes puedan enterarse (la entrada es libre) y observar a través del teatro las consecuencias de vivir en un orden tan opresivo y dicotómico que busca entender lo que sucede a partir de un binarismo donde lo que no encaja está enfermo, y si es amado, se trata de corregirlo hasta la mutilación y el crimen, que consiste en pasar por encima de cualquier escrúpulo con tal de normalizar al amado.
Todo lo que se acondiciona al marco del cuidado hospitalario, aunque se traslade al domicilio propio (algunos lo llaman hogar, otros: “con su familia”), tiene mucho de confinamiento. Los senos, los genitales, han sido objetos privilegiados de esas formas de encierro y prisión que en ocasiones se les confisca para exhibirlos como, por ejemplo, los senos que aparecen turgentes en corsés, apretados en la arquitectura de varillas que sostiene esa lencería.
Pero también están presos los órganos y las piezas que estorban: los senos pueden ser, en contextos adversos, sometidos a una invisibilidad forzada que los aprieta y aplana, como pasa con las torturas autoinflingidas de quienes se empeñan en ocultar su pene en la entrepierna para conseguir la imagen o el tacto de ese pubis liso, forzosamente feminizado, que invita sin amenazas, al pene que se le impone una jaula minúscula y rigurosa cuando se le obliga a esa forma andrógina que es la impotencia y que no soporta la virilidad del voyeur.
Alejandro Juárez Carrejo, en una convergencia de la lucidez escénica, formula, sin proponérselo totalmente, muchas preguntas y cuestionamientos adyacentes a la penuria de la escenificación del tautológico dolor que no desaparece, sino que cambia de signo, y en esa transfiguración reaparece un dolor otro que fortalece, que no lesiona, que forma parte de la identidad mientras vivamos en este mundo bipolar.
El camino de la orquídea, como señalé al inicio, ha tenido un camino largo, una especie de peregrinaje en el que se han encontrado muchas víctimas en el trayecto y muchas lecturas interesantes que han colocado el trabajo en distintos miradores: pedagógicos, de salud, literarios, escénicos.
El camino... ha consistido en acomodar experiencias. El trabajo escénico ha ido de la mano de un acompañamiento fundamental de Brújula Intersexual, una organización pionera en América Latina, tal vez la única que de manera ininterrumpida ha luchado por los derechos humanos y civiles de la comunidad intersexual en México. Con este montaje, de manera natural ha fluido hacia un activismo y una vocería que visibiliza aún más su vocación de ayuda.