David Lynch: el cine, las mujeres y el dharma
- Antonio Valle - Sunday, 26 Jan 2025 06:52



David Lynch (1946-2025) es el héroe más completo de la revolución cultural que experimentó el mundo durante los años sesenta. En su obra cinematográfica se reúnen distintas artes y oficios: filosofía, pintura, literatura (dramaturgia, guión, ensayo y poesía), música, fotografía y, entre otras disciplinas, sociología y psicología profunda. La corriente estética que lo define es el Expresionismo alemán, particularmente la obra de Oscar Kokoshka y del poderoso grupo de pintores que se expresaron explorando en la decadencia y la violencia social, política y cultural que prefiguró el ascenso del nacionalsocialismo en Europa. En el cine de Lynch los ambientes de suspenso y horror tienen como objetivo exponer historias y retratos escatológicos que se debaten en los límites de la vida física, psíquica y la Historia. Más allá de las escenas idílicas de la clase media estadunidense, se detonan una serie de historias delincuenciales y patologías mentales. Sus películas y la serie Twin Peaks, construidas mediante múltiples fragmentos narrativos, visuales y sonoros, han sido diseñadas para que sean organizados y reconfigurados como parte de los procesos de recepción –cognición– de los espectadores. Como es sabido, el cine realmente sucede en la mente de los espectadores, razón por la cual sus secuencias fueron cuidadosamente diseñadas, de tal forma que actúen no sólo en el área más superficial del aparato psíquico racional, sino en la inmensa zona del inconsciente. Este fenómeno, al mismo tiempo que impulsa la participación de los espectadores, demanda de los mismos que interactúen con el filme descubriendo el sentido y la lógica que guardan las imágenes, escenas y secuencias aparentemente caóticas e irracionales. Suele suceder que las historias de David Lynch, que para algunos espectadores forman parte del juego entre la conciencia y el inconsciente, para otros resultan insoportables espectáculos violentos, agresivos y peligrosos; como si sus pesadillas fueran puestas delante de sus ojos en el estado de vigilia. Algo así como si el legendario “pez dorado” de David Lynch brotara de la pantalla, abriendo su gran boca para atraparnos y sumergirnos en las aguas profundas del inconsciente. Al finalizar el filme, el pez lyncheano vuelve de las aguas profundas y, con una sonrisa en los labios, nos arroja nuevamente a la “realidad”. Comenzamos a abrirnos paso entre nosotros y un mundo que ha sido dramáticamente puesto en cuestión; nosotros, los espectadores, ahora “llevamos” una serie de fragmentos que, parafraseando al poeta José Lezama Lima, buscan el imán que integre y organice esa formidable aventura visual y sonora que a partir de entonces formará parte de nuestro inconsciente, y, si tenemos suerte, de la conciencia. De esa manera podemos darnos cuenta cómo esas secuencias y fragmentos, en realidad, son parte de un discurso amoroso porque, más allá de adjetivos calificativos y descalificaciones, las historias de David Lynch son verdaderas historias de amor, como el mismo cineasta las suele describir.
Sin embargo, es importante comprender que David Lynch es un destructor y creador de mundos, para lo cual el maestro rasgará las veladuras de maya, es decir, la visión superficial de la realidad por la que generalmente nos movemos. Veamos, por ejemplo, la escena de Inland Empire en la que Nikki (Laura Dern) quema un vestido de seda para ver a través de ese agujero la realidad última (o penúltima) que subyace más allá de las apariencias e interpretaciones objetivas o subjetivas. Fenómeno que también se observa en el entramado de cortinas rojas de la serie Twin Peaks: vemos esas cortinas dividir la realidad objetiva de la sala o el espacio inestable donde se debaten los deseos, complejos, odios, motivaciones y el destino de los personajes. Es en esa zona movediza de horizontes emocionales y temporales, altamente inestables, en donde se provocan las atmósferas y situaciones ominosas de los intensos dramas psicológicos que inevitablemente chocan con las estructuras de la realidad, fenómeno cultural que se traduce en una profunda crítica moral, ética, social y política, especialmente relacionadas con el tema de las enfermedades, gustos, actitudes y costumbres de las relaciones sexuales.
Las epopeyas psicológicas
A diferencia de lo que piensa un buen número de críticos e historiadores de cine, las piezas de David Lynch no deben ser consideradas como surrealistas; no es en la escritura –o en la realización automática– donde el cineasta fundamenta sus procesos creativos y su lenguaje cinematográfico; por el contrario, es mediante una cuidadosa meditación en la que fundamenta sus características estructuras que él mismo ha definido como “campo unificado de conciencia”.
En una extraña vuelta por Inland Empire (imperio interior), la noche en que comencé a escribir este texto, pausé la película justo en el momento en el que personaje de la “vecina visitante” (Grace Zabriskie) cuestiona el sentido del tiempo a Nikki, la heroína del filme (Laura Dern); la “vecina” dice: “Si hoy fuera mañana, usted estaría allí sentada.” Esa frase, aparentemente inocente, es el detonante que llevará a la protagonista a vivir una de las epopeyas psicológicas más dramáticas, profundas y trascendentales de la historia femenina. En su libro autobiográfico Atrapa al pez dorado, mediante la práctica de meditación, el cineasta explica el proceso de buceo con el que pesca ideas que luego traslada al cine; dice que esa clase de peces dorados se encuentran en aguas profundas, que son peces poderosos y puros, abstractos y muy bellos que suelen nadar en espacios y tiempos convergentes o divergentes muy extraños. Paradójicamente, las ominosas historias de David Lynch suelen explorar en las diferentes realidades intrapsíquicas, es decir, en el abismal dolor existencial de las mujeres. Veamos algunos de los personajes femeninos del maestro. En Terciopelo azul (1986), Dorothy Vallens (Isabella Rossellini), es una cantante que ha sido chantajeada por el delincuente Frank Booth (Dennis Hopper), quien tiene secuestrado a su pequeño hijo. El delincuente, que en el fondo es un niño abandonado y perverso, sodomiza a la preciosa cantante, despertando una pulsión de muerte en ella, quien, a pesar de su tristísima situación, “goza” de su síntoma, es decir, logra “disfrutar” del violento maltrato. Además de que esta cinta revela la profunda descomposición social y cultural que late en esa ciudad provinciana de Estados Unidos –aunque, como es sabido, para muestra basta un botón–, la caracterización de Jeffrey, el detective amateur y héroe de la película (Kyle MacLachlan) también “deja mucho que desear”, ya que actúa de manera ventajosa aprovechando la patología sexual de la cantante.
Veamos ahora el caso de Betty Elms (Naomi Whatss) en Mulholland Drive (2001). Este personaje femenino es mucho más complejo. Se trata de una joven provinciana que, en la compañía de dos “viejecillos” bondadosos que se transforman en personajes muy siniestros (en términos del casting estos personajes son secundarios, pero en la estructura cinematográfica son fundacionales), llega a la ciudad de Los Ángeles dispuesta a convertirse en estrella de cine. En esta cinta David Lynch apunta sus baterías contra la fábrica de sueños de Hollywood, ya que además de mostrar los turbios entresijos del invisible poder que mueve a la vigorosa industria cinematográfica, muestra el grave problema de identidad que sufre la protagonista, quien, como otras chicas “aspiracionales”, al incorporarse al rudo sistema hollywoodense desestabiliza su endeble estructura emocional.
Los mundos fragmentados
Como el lenguaje narrativo no es lineal, las imágenes y escenas distorsionadas van integrando secuencias muy perturbadoras que se superponen y desdoblan, lo que hace difícil entender a primera vista esos mundos fragmentados y descubrir de qué va la historia, por lo que es preciso interrogarse y contestar qué es lo que el director nos propone, qué quiere decirnos, para así aventurar algunas interpretaciones sobre el filme. Independientemente del previsible, perverso y en realidad inútil proceso de academización-institucionalización de David Lynch, más allá de la idea del “cine de culto”, aplicado sin piedad a la obra de un director evidentemente rebelde, antiacadémico, contracultural y significativamente popular, deseo aventurar algunas ideas sobre el tema de la mujer en la obra del cineasta. Antes que nada es importante observar que sus protagonistas femeninas dejan fluir una gran cantidad de energía reprimida, especialmente sus instintos y pulsiones, energía psíquica que aflora a raudales mediante estallidos, conductas absurdas y contradictorias. Esa materia da cuenta del caótico mundo interior de los personajes femeninos que irán evolucionando (o involucionando), mientras exhiben sus deseos y conflictos, sus valores, legítimos o falsos, mediante fantasías y alternativas psicológicas que ellas mismas se generan para sobre o “sub-vivir” en una realidad secreta y paralela (como lo hacemos todos, hay que reconocerlo), al mismo tiempo que el thriller, el suspenso y el drama psicológico se estrellan contra la lógica y la “realidad objetiva” de los filmes. Así, me parece que Betty Elms, en el fondo, es quien refiere y establece los distintos planos narrativos de Mulhollan Drive; ha sido ella quien inventa al personaje y la historia policíaca de Rita (Laura Harring), la preciosa modelo y femme fatale que, además de representar a los estereotipos femeninos del cine de los años cuarenta (Rita Hayworth & cía.), en realidad es el personaje con el que la protagonista lucha y compite, pero que simultáneamente es el objeto de su deseo. En términos freudianos ella representa a su ideal del yo; ideal que entra en un proceso de descomposición que se visibiliza en un cadáver putrefacto, proceso que desemboca en el suicidio de la protagonista quien, después de sostener una aventura sexual con su ideal y némesis, pierde el deseo instintivo y termina por sucumbir ante la pulsión de muerte.
Es necesario recordar que el pintor Francis Bacon es una de las fuentes visuales en las que abreva la estética de David Lynch, estética que, como la de Oscar Kokoshka, representa la denuncia de un mundo en el que bajo la más diáfana belleza, bajo la más nítida apariencia de la realidad, late un mundo pulsional endemoniadamente complejo y perverso, un mundo en permanente ebullición (como si el inconsciente fuera una olla exprés a punto de estallar) en el que el narcisismo, principal patología de los personajes femeninos y masculinos lyncheanos, en realidad expresan uno de las principales padecimientos de la sociedad contemporánea que prolifera como flores del mal en el jardín de la civilización que nos mantiene escindidos y alienados.
El viaje de las heroínas
Inland Empire (2006) es la summa cinematográfica de David Lynch. En esta historia el personaje Nikky (Laura Dern) realiza el viaje completo de los héroes y las heroínas. Después de un alucinante recorrido es capaz de resolver, además de su propio conflicto de identidad, la historia de varios personajes femeninos que se encuentran enredados y atrapados en distintas historias, tiempos, espacios, dramas, comedias mordaces y tragedias: es “el programa de radio más largo de la historia”, se anuncia al inicio del filme. A partir de una leyenda maldita de gitanos, una mujer es estigmatizada y prostituida por haber sostenido una relación afectiva fuera de su relación “formal”. Así van apareciendo distintos avatares femeninos, entre otros el de una “chica perdida” que observa por televisión una puesta en escena de tres conejos humanos; por libres asociaciones nos enteramos de la existencia de un guión de cine, igualmente maldito, en el que, durante el proceso de rodaje de la película original, han muerto los protagonistas. Así las cosas, descubrimos que la cinta que se va a rodar es un remake del filme insólito. Reunidos en el mismo horizonte las diversas historia abren zonas liminares de espacio y tiempo en el que la protagonista, al resolver su propio conflicto reprimido en una zona muy profunda de su psique, asesina al “fantasma” que la habita, es decir, desarma el complejo psíquico, pero ella al mismo tiempo tendrá que morir asesinada con un simbólico desarmador. Después de vomitar sangre sobre una estrella dorada fundida en el pavimento del célebre boulevard hollywoodense, muere a manos de una mujer despechada, dentro de la zona escatológica del filme, para, después de escuchar la palabra del director (Jeremy Irons) gritando “corte”, renacer en términos simbólicos, reales e imaginarios. Nikky, a pesar de su complejo y enredado “yo”, ha logrado reunir a su personalidad, y con esto liberarse; más allá de los derechos políticos, sociales y humanos, profundamente liberarse. Al final del filme vemos cómo la “chica perdida” que permaneció cautiva y en una depresión profunda, puede reunirse con su esposo y con su hijo. Finalmente nueve –que es la cifra del tiempo– exprostitutas hacen una coreografía armónica mientras Nina Simone canta “Sinnerman”, un antiguo canto espiritual de renovación. Finalmente vemos a la protagonista que ha logrado sincronizar su reloj interno compartiendo la sesión con las preciosas Laura Harring y Nastassja Kinski, entre otras y otros inesperados invitados, como nosotros los espectadores, a la fiesta.
El fuego de Shiva
Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992), es el nombre de la película que indaga en la historia de Laura Palmer (Sheryl Lee), otra legendaria protagonista femenina de David Lynch. Es curiosa la alusión al fuego porque nos invita a pensar en la imagen de la danza de Shiva, creador y destructor de mundos. En esa pieza la deidad hindú pisa al enano de la ignorancia, y si bien no lo mata, porque también el mal es necesario, lo tiene sometido. El enano representa a la vida humana que ha sido atrapada entre los velos de maya, en el mundo de las apariencias, de los deseos y las prácticas sociales –y sexuales– inconscientes, criminales y patológicas. Ese mundo se encuentra rodeado por el círculo de fuego que rodea a Shiva. Los filmes de David Lynch se fundamentan en la filosofía de las Upanishads, escrituras del siglo VI aC a las que el cineasta cita en Atrapa al pez dorado con gran frecuencia. En el Baghavad Gita, el guerrero Arjuna, después de recibir el conocimiento del yoga a través de la meditación trascendental, debe cumplir con el concepto de dharma; en otras palabras, combatir a las oscuras fuerzas que pretenden imponerse por medio de la fuerza –no sin ingenio– y el terror. Las películas y series de David Lynch, a la manera del dharma, expresan los combates internos experimentados por sus personajes pero también los violentos fenómenos sociales que los provocan y con los que interactúan.
El círculo de fuego que rodea a Shiva es símbolo de destrucción y creación del mundo. Así, David Lynch desapareció dentro de su campo unificado de conciencia, donde pescó increíbles peces dorados. Los científicos acceden a esa zona mediante la física cuántica. Es probable que, como su alter ego, el agente especial Dale Cooper en la serie Twin Peaks: The Return (2017), el cineasta alcanzara a observar el fuego extendiéndose por Los Ángeles y Hollywood.