Las carreteras perdidas de David Lynch (y Barry Gifford)

- Rafael Aviña - Sunday, 26 Jan 2025 06:42 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Director de cintas que sin duda fascinan, pero que también irritan o incomodan al espectador, en varias de ellas David Lynch (1946-2025) rompe con el canon de imagen y tiempo cinematográfico. Este artículo recorre y comenta, pero también celebra su filmografía.

 

He llegado a la cumbre un par de veces: cuando dirigí Easy Rider y cuando interpreté a Frank Both en Terciopelo azul.

Dennis Hopper

 

 

Detonantes

En el sensitivo documental David Lynch: el arte de la vida (2016), de Rick Barnes, Jon Nguyen y Olivia Neergaard-Holm, contado por el propio autor de Terciopelo azul, uno de los filmes más icónicos en la historia del cine moderno, se narran los inicios de aquel joven nacido en Montana y educado en una familia tradicional pero sensible. No sólo eso: el propio Lynch, quien cuenta su historia a cámara, dialogando en una estación de radio, recrea su inquietante concepción de la vida y del arte en sus fascinantes cuadros-collages que elabora en el estudio o en la terraza de su residencia ubicada en la zona de Bel Air y las colinas de Los Ángeles, hoy destruida por los feroces incendios que devoraron varias de las mansiones de las celebridades de Hollywood hace unas semanas.

Armado a su vez con decenas de fotografías, películas caseras y otros materiales de archivo, David Lynch: The Art Life, revela la obsesión de un joven que desde niño fue capaz de advertir extrañas señales y situaciones cotidianas envueltas en la más oscura realidad, como la anécdota de una mujer que corría por la calle de su suburbio totalmente desnuda, que Lynch observó en su infancia y que recuperaría en una escena de la citada Terciopelo azul, con Isabella Rossellini. Lynch cuenta sus inicios como pintor y artista visual y cómo más tarde, con una hija pequeña (la hoy cineasta Jennifer Chambers Lynch) y sin un trabajo estable, fue capaz de enfrentar las presiones sociales y familiares para concentrarse en su debut cinematográfico que realizaba con pequeños apoyos, sin desistir jamás.

Aquel insólito filme: Cabeza de borrador (Eraserhead, 1977), inicia la carrera de David Lynch, quien hasta entonces sólo había realizado los cortos Alphabet (1968) y Grandmother (1970), que anticipan ya su peculiar e inquietante estilo visual y temático. El impacto de su debut lo llevó al cine industrial con El hombre elefante (1980), centrada en el patético caso de John Merrick y su monstruosa deformación en la Inglaterra victoriana, que produjo nada menos que el humorista y realizador Mel Brooks, quien se decidió por Lynch luego de una proyección privada de Eraserhead. A ésta le seguiría la conflictiva realización de Dunas filmada en nuestro país entre 1983 y 1984, donde Lynch tuvo que enfrentar la maquinaria de Hollywood que le obligó a reducir su versión de ocho a cinco horas y finalmente a 137 minutos.

En su obra, el espectador enfrenta la posibilidad de sumergirse en universos adyacentes: un mundo subterráneo que no forma parte de las invenciones de un maniático como Killer Bob de Twin Peaks (1989-1991/2017), sino de la más absurda y tajante realidad, no muy alejada de los casos cotidianos de aquellos seriales de TV como Misterios sin resolver (1987-2010/2020-). Luego de Dunas, Lynch regresaría con una obra magistral: Terciopelo azul (1986), centrada en la intrigante relación sadomasoquista que se establece entre Dorothy Vallens, una sensual cantante (Isabella Rossellini) chantajeada por un criminal, y un Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachLan), un joven ingenuo cuya pesadilla arranca cuando se encuentra una oreja cercenada; una historia narrada por Lynch a través de una suerte de fábula noir. En ella concibió quizá la más esquizoide encarnación del Mal en la caracterización de Dennis Hopper en el papel de Frank Booth.

 

Lynch y Gifford

A medio camino entre la crónica de viaje realista y la insana, el retrato ácido de esos territorios de nadie, de una riqueza extrema a pesar de su aislamiento cultural y social como son las zonas fronterizas, y la patología de personajes desesperados extraídos del noir y el hard boiled literario y cinematográfico más atípico, las historias de Barry Gifford, autor de libros como Salvaje de corazón, Bordertown o El asunto de Sinaloa, entre muchos otros, han documentado la demencia de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos en intensas roadmovies, donde el desierto se erige como testigo de relatos anómalos. Una suerte de zona crepuscular donde todo puede suceder: asesinatos en serie, delincuencia, pasiones sexuales al límite, santería, tráfico de órganos y estupefacientes y narcosatanismo, a partir de hechos crudos y cotidianos entresacados de la nota roja. Por ello resultó excepcional su mancuerna creadora con David Lynch en películas como Salvaje
de corazón, Hotel Room (realizado para la televisión por cable) y Lost Highway/Por el lado oscuro del camino.

Lynch y Gifford no sólo compartieron el mismo año de nacimiento: 1946, sino la capacidad de recrear sus historias ya sea fílmicas o literarias desde una perspectiva cercana a la ensoñación. Sus relatos se arman y reconstruyen como se desmonta un sueño, entremezclando ficción y realidad, anticipando lenguajes alternativos a partir de la prosa y las imágenes delirantes que ambos crearon. Por ejemplo, el guión de Por el lado oscuro del camino (1997) surgió de una breve frase de
una de las novelas de Gifford, Lost Highway: “Le dije a Barry: me encanta el sonido de estas dos palabras, a lo que él respondió: Escribamos.”

Salvaje de corazón/Wild at Heart (1990), por ejemplo, retrata sin complacencia la violencia sexual, el crimen, la perversidad y el satanismo, como sucedía en El enigma de Twin Peaks, en la que Lynch intuye un sadismo que se apoya en rituales malignos que van de altares sanguinolentos a casilleros escolares que ocultan droga y pornografía. En ambas aparecen inquietantes personajes como Juana La Coja (Gracie Zabriski) y el sádico Bobby Perú (Willem Dafoe, quien se vuela la tapa de los sesos por accidente) en Salvaje de corazón y la joven estudiante preparatoriana Laura Palmer (Sheryl Lee), que desata el horror en Twin Peaks, cuando su cadáver aparece flotando en el río.

La huida de Sailor Ripley y Lula Pace Fortuna es la premisa de arranque de Salvaje de corazón, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Sailor (Nicolas Cage), fanático rocanrolero e irascible por naturaleza, asesina a golpes a un sujeto contratado por la alcohólica Marietta (Diane Ladd), madre de su novia Lula (Laura Dern). Purga una condena de dos años, obtiene su libertad condicional y escapa con Lula rumbo a California, partiendo de Carolina del Norte. Su viaje por carretera desencadenará las más oscuras fuerzas de un Mal que palpita a su alrededor.

Lynch intuye un sadismo que se apoya en rituales malévolos, que se desarrolla en la imaginación de los personajes o en situaciones reales: sus constantes referencias al fuego, una bruja que surca el cielo con su escoba, una bola mágica de cristal que sigue los acontecimientos y, por supuesto, una serie de personajes grotescos como el sujeto que se introduce cucarachas en el ano y cree en alienígenas. El filme reúne las convenciones del road picture y la historia de amor que fusiona con los clásicos cuentos de hadas y brujas, para obtener un crudo relato de horror, suspenso y pulsión erótica donde confluyen hombres quemados y mutilados, violentos accidentes de auto, vómitos, insectos, áridas carreteras y recuerdos tormentosos.

 

Carretera perdida

Luego de la teleserie Hotel Room, Lynch y Gifford regresaron con otro filme delirante y enigmático, Por el lado oscuro del camino, en la que caben la pornografía y la fuga psicogénica, en la que Lynch propone un nuevo y perturbador lenguaje fílmico que desarrollará con mayor profundidad en el nuevo milenio con Mullholand Drive (2001), Inland Empire (2006) y Twin Peaks (2017); una narrativa dislocada que rompe peligrosamente con el tiempo y el espacio cinematográfico y apuesta por una especie de proyección mental trastocada en imágenes fílmicas: nada más cercano a un mal viaje o a una pesadilla. La pantalla se convierte aquí en un lienzo extraño y fascinante para contar un relato de transferencia y cambio de roles a lo Hitchcock (De entre los muertos), en una puesta al día de los más siniestros apuntes del cine negro (“Un terrorífico noir del siglo 21”, en palabras de Lynch).

Fred y Reneé Madison (Bill Pullman y Patricia Arquette) descubren a través de un video que su hogar y su intimidad han sido perturbadas por un misterioso voyeur. Más tarde, por medio de un nuevo video, Fred, solitario saxofonista del bar Luna Lounge, aparece como responsable del crimen de su sensual esposa, de larga cabellera negra. Es confinado a prisión y sentenciado a la silla eléctrica; sin embargo, Fred desaparece en su celda y en su lugar queda Pete Dayton (Balthazar Getty), joven mecánico que se enfrenta a la ira de un magnate del porno cuando se relaciona sexualmente con la amante de éste, Alice Wakefield (Arquette de nuevo), versión rubia de la supuesta asesinada.

Lynch traslada de manera feroz la sordidez subyacente de autores como James M. Cain, sin descontar las referencias a cintas como Peligros del destino (Edgar G. Ulmer, 1945) y Traidora y mortal (Jacques Tourner, 1947). Plantea un enigma psíquico y narrativo por resolver en el que se sugiere una personalidad fragmentada: Fred y Renée simulan ser una pareja distanciada y frígida; en cambio, Pete y la voluptuosa rubia Alice se sumergen en fascinantes encuentros sexuales. Por el lado oscuro del camino resultó un anómalo recorrido por la ambigüedad más aterradora: un filme que no responde incógnitas, provoca por igual fascinación y sensaciones de malestar e incomodidad en el espectador, como toda la filmografía de David Lynch, excepcional y atípico monstruo del cine cuya obra perdurará por siempre.

 

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