Cinexcusas

- Luis Tovar - Sunday, 09 Feb 2025 07:02 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Hablando de cineastas y cinéfilos (que se respeten)

 

Ningún cineasta y ningún cinéfilo mexicano que se respete –los hay que no– puede considerarse a sí mismo como tal si en su bagaje cinematográfico
faltan títulos como El compadre Mendoza (1933), Dos monjes (1934), En tiempos de don Porfirio (1939), Ahí está el detalle (1940), Cuando los hijos se van (1941), El ángel negro (1942), México de mis recuerdos (1943), Vino el remolino y nos alevantó (1949), El hombre sin rostro (1950) y Acá las tortas (1951), es decir, diez de los títulos más conocidos y que, de manera irrefutable, son parte fundamental de eso que suele conocerse como la “época de oro” del cine mexicano. Empero, suele suceder que al evocarlos se habla sólo de Joaquín Pardavé, Sara García, Fernando Soler, Mario Moreno Cantinflas, Arturo de Córdova, protagonistas en algunos de los filmes referidos, pero se omite –muchas veces porque se ignora– el nombre de su guionista y director (en El compadre Mendoza sólo guionista): Juan Bustillo Oro, quien sin exageración posible debe ser considerado como uno de los pilares de dicho período de nuestra cinematografía.

Cineasta indispensable, Bustillo Oro dejó una filmografía cercana a las siete decenas de títulos a lo largo de casi cuatro décadas, entre 1927 y 1965. Asimismo, un acto de mínima lógica y justicia consiste en reconocerlo como verdadero hombre de letras: sin contar su prolífico trabajo guionístico, también fue cuentista, articulista periodístico y, sin forzar definiciones, ensayista, cuando menos autobiográfico, fruto de lo cual es un volumen hasta hace poco prácticamente inconseguible, cuya lectura es –o debería ser– tan obligatoria como su cinematografía para los referidos cineastas y cinéfilos mexicanos que se respeten: Vida cinematográfica, aparecido por primera vez en 1984 y ahora reeditado gracias a los esfuerzos de la Sociedad Mexicana de Directores y Realizadores Audiovisuales, actualmente dirigida por Juan Antonio de la Riva –hablando de cineastas y cinéfilos de-a-deveras.

El libro se divide en dos grandes capítulos: titulada “La vocación”, en la primera parte Bustillo Oro habla de sus inicios, su pasión por el cine y la manera en que su destino quedaría para siempre unido al de ese arte al cual tanto contribuyó; la segunda parte, “El oficio”, se divide a su vez en “El guionista” –que
lo fue de Tiburón, la mencionada
El compadre Mendoza y El fantasma del convento–, y “El director” en tres apartados: uno de 1934 a 1944, el segundo de 1944 a 1953 y el tercero de 1954 a 1965. A esta nueva edición la complementan un apéndice con la lista completa de los trabajos cinematográficos del autor, así como un prólogo erudito y entusiasta a cargo de Roberto Fiesco –una vez más, hablando de…

Es poco el espacio y mucho lo que quisiera decirse aquí, acerca de este volumen aleccionador, esclarecedor y, sobre todo, delicioso página por página. Tomado del prólogo, el siguiente texto es parte de la presentación que, el 28 de mayo de 1979, se hizo de las colaboraciones periodísticas de Bustillo Oro en el diario Unomásuno:

 

...él sabe muchas cosas y nos las va a contar humilde y sencillamente. Artista mexicano que trabajó muchos años escribiendo, dirigiendo y, a veces, pocas, produciendo películas, conoce muy bien el arte del cine, arete multitudinario, interdisciplinario, dejado de la mano de Dios. […] Su prosa es, a la vez, esforzada y confidencial, combinación rara de artificio y sinceridad que, sin duda, sabrán gustar los lectores avezados. Este es el trabajo de un artista genuino. Pasémosle a él la palabra y dejémosle la tarea de persuadir a su pluma. Después de todo él sabe mucho más que nosotros de silbidos, abucheos y aplausos l

 

 

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