La muerte del padre
- Mario Bravo - Sunday, 16 Feb 2025 06:50



I
“Un hombre capaz de apartar tinieblas y decir (decirnos), desde la cuna y hasta el último grito, ‘No temas. Yo me ocupo.’ Un padre”: así describió Leila Guerriero a su papá en una columna del diario El País. Resaltando esos portentosos atributos, la periodista ‒quizás sin imaginárselo‒ hizo el perfil de los buenos padres que habitan sobre la Tierra. Aunque, siendo precisos, a veces los buenos padres nacen, brotan y viven tardíamente, cuando la Muerte los acecha y el dolor de la carne, los huesos, los cabellos y los ojos no es otra cosa que un sinónimo de enfermedad en etapa terminal, de última estación y relojes que estiran y derriten las horas como en una pintura de Salvador Dalí.
Lastimosamente, algunos progenitores se aproximan más al modelo de figura paterna que atormentó al escritor Franz Kafka quien, en Carta al padre, con vehemencia reclamó: “[…] tú, fuerte, alto y de anchas espaldas, […] tú representabas para mí la medida de todas las cosas. […] Desde tu sillón, gobernabas el mundo. Sólo tu opinión era correcta, las otras eran siempre disparatadas, extravagantes y absurdas. […] Entre nosotros no hubo nunca una lucha propiamente dicha, pues yo fui pronto vencido. Lo que quedó fue sólo huida, amargura, tristeza y lucha interior”.
II
Ante cualquiera de estos dos modos de paternidad, algo es insoslayable: cuando papá desembarca en las costas de la vejez, allí cualquier hijo o hija presencia cómo amenazan con hundirse los navíos donde han viajado sus certezas edificadas en la infancia. Y el cataclismo ocurre si el cuerpo paterno enferma, se deteriora y agrava. Ese otrora hombre inquebrantable, ahora es un saco de huesos, achaques, miedos y gritos de auxilio perdidos en una mirada de animal atemorizado, herido. Gustavo Cerati, en “Té para tres”, así relató el momento en que él, su madre y su padre abrieron el sobre con los resultados clínicos que anunciaban un diagnóstico de cáncer para el papá del entonces líder de Soda Stereo: “Las tazas sobre el mantel/ La lluvia derramada/ Un poco de miel/ Un poco de miel/ No basta.// El eclipse no fue parcial/ Y cegó nuestras miradas/ Te vi que llorabas/ Te vi que llorabas/ Por él.”
III
En el sufrimiento físico de ese hombre que colaboró para darnos la vida, uno ‒con buena fortuna‒ tiene la posibilidad de colgar el vestuario de hijo y convertirse tierna, temerosa y caóticamente, en padre de su padre. Allí, en ese fangoso subterráneo donde se aguarda a la Muerte, hay quienes se preguntan lo mismo que el escritor Ricardo Garibay en Beber un cáliz, texto en donde aborda la agonía física de su papá: “¿Quién es? ¿Cómo ha vivido? ¿Cuáles han sido sus virtudes y cuáles sus pecados? […] Su cuerpo ya no es su cuerpo; él ya no es él; esta estatua mísera, violácea, doblada sobre sí, dormida, sostenida en el aire, no es él ni siquiera su cuerpo.”
IV
La impotencia de un padre frente al dolor de su pequeño hijo es experimentada, de igual manera y en el futuro, dentro de la psique del hijo adulto ante la visión de la ciudad paterna sitiada por el enemigo. Humo y fuego, devastación y ruinas.
La enfermedad maniata al aire que se respira. Exilia al porvenir. Hallarse desahuciado es quedarse sin mañana. Las dos acepciones de la palabra desahucio son válidas para el padecimiento terminal: sin vivienda y sin curación para un malestar físico. El cuerpo, el mañana y la vida son nuestra casa. En Algo sobre la muerte del mayor Sabines, el poeta Jaime Sabines se abrió un tajo en el corazón y lanzó un aullido, un reclamo a nombre de todos los huérfanos: “Esperar que murieras era morir despacio,/ estar goteando del tubo de la muerte,/ morir poco, a pedazos./ No ha habido hora más larga que cuando no dormías,/ ni túnel más espeso de horror y de miseria/ que el que llenaban tus lamentos,/ tu pobre cuerpo herido.”
V
En el magnífico cuento “Nadar de noche”, Juan Forn narra cómo, tras cuatro años de haber fallecido el padre del personaje principal de dicho escrito, inesperadamente ese fantasma toca a la puerta de la casa donde su hijo, su nieta y su nuera pasan unas vacaciones. “Hubo un traslado”, dice el papá al explicar por qué le permitieron, brevemente, estar pocas horas en el mundo de los vivos. El hombre pidió que su hijo le pusiera al tanto de cuestiones domésticas, familiares, dejando de lado la política y el trabajo: “No te preocupes por el tiempo: tenemos toda la noche. Hasta que termines no va a amanecer”, precisó el sorpresivo visitante. Antes de que el hijo informara al padre sobre los eventos relevantes posteriores a su muerte, preguntó cómo es estar allá, en ese estado después de la vida. Y el hombre de cabello blanco respondió, mirando hacia la piscina ubicada en el jardín:
‒Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse.