Ramiro / Alejandro Montes
- Alejandro Montes - Sunday, 23 Feb 2025 07:45



La instrucción del Miloco fue clara para Ramiro: rafaguear al licenciado del juzgado que impidió chispar de la cárcel al Jefe Atila. El Elías llevó a Ramiro ante el Miloco el día que lo invitó a subir a su BMW. Ese coche fue la paga por haber hecho bien la tareíta como la que ahora Ramiro tenía. No lo pensó y, en vez de clavarse a la preparatoria, subió al coche del Elías que, aún usado y bien corrido, el motor rugía fuerte.
El Elías y Ramiro se conocieron en una madriza contra los porros de la Vocacional. En esa ocasión, Ramiro descontó de un patadón en el rostro al porro que achicalaba al Elías en el suelo. Desde ahí, el Elías miró con buenos ojos a Ramiro pero éste no lo bajaba de pendejo que ni a la morra más fea de toda la prepa se podía ligar. Pero como traía BMW y dinero, era el güey más cotizado de todo el Bachilleres Nezahualcóyotl. Ramiro también quería llegar a la escuela en nave de lujo y traer la cartera llena de varo como el pinche Elías. “A todo lo que diga el Miloco contestas sí, ¿captaste?”, el Elías preguntó a Ramiro y éste dijo sí. Fueron a una marisquería en Polanco. Ramiro jamás había entrado a un lugar tan lujoso como ése. Pensó que, por su aspecto callejero, no lo dejarían pasar, pero el gerente los llevó servicial a la mesa del fondo. El Miloco era delgado: traía una playera del Real Madrid y una cachucha amarilla de la marca Ferrari. El Elías saludó con respeto; presentó a Ramiro (quien sudaba de los nervios), como macizo para el encontronazo. “Siéntense, carnalitos, pidan algo para almorzar. ¡Los chilaquiles con camarones y una chela bien fría están de poca madre!”, invitó el Miloco.
El Elías detalló a Ramiro la ruta del licenciado desde que salía de su casa y llegaba a los juzgados del Reclusorio Norte. Para cerciorarse, lo siguieron a discreción por un par de semanas: había que evitar falla alguna y, principalmente, el enojo del Miloco. Un día antes robaron la motocicleta de pista a un joven que se paró en el cruce de San Cosme e Insurgentes para utilizarla en la tarea. El Elías entregó una pistola 9 mm a Ramiro; repasó con él las instrucciones: “yo manejo la moto y tú vas bien al tiro atrás; lo topamos en el semáforo de Tenayuca y Cuautepec, ahí siempre hay desmadre por los microbuseros y los coches que van y vienen; le das con todo cuando le toque el alto; nos pelamos para Santa Cecilia; dejamos la moto y los cascos antes de la Reyes Heroles; tiras el cohete en la coladera y tu sudadera por el lote baldío; agarramos por la calle que corta del otro lado y ahí, detrás de la florería, nos arrancamos en mi nave a Querétaro, ¿entendiste?”
Llegó el momento y, por un microbusero que se les cerró, Ramiro no pudo disparar cuando debía. El licenciado aprovechó para salir del auto y correr a una escuela para esconderse. Ramiro bajó de la moto: fue tras él. Se escucharon balazos, gritos…
El Miloco le dio las llaves de un Audi a Ramiro: “Carnalito, te rifaste chido… ¡te lo manda el Jefe Atila!” Ramiro subió al auto. Acarició el volante. Pasó su mirada por el tablero lujoso y, al encontrar sus ojos reflejados en el retrovisor, recordó los gritos de dolor del niño; quiso llorar… mejor se aguantó las ganas.