Un ignorado por el Oscar: centenario de Robert Altman
- Rafael Aviña - Sunday, 02 Mar 2025 06:49



Al inicio de los años setenta, el cine de Hollywood bifurcaba sus caminos hacia tópicos escapistas románticos y/o fantásticos, al mismo tiempo que inclinaba sus propuestas hacia un nihilismo crudo y desesperanzador, como lo ejemplificaría Buscando a Mr. Goodbar (Richard Brooks, 1977). Estados Unidos había perdido la guerra y la desilusión y la caída en el sudeste asiático encontraría inquietantes salidas en la pantalla, como lo mostraban Harry, el sucio, Los visitantes, Los antihéroes, Apocalipsis Now, El francotirador, Regreso sin gloria y otras más. Los encargados de otorgar los otrora prestigiosos Oscares de aquel año de 1970, decidieron nominar filmes tan disímbolos que sin duda eran un reflejo fiel de la época.
En la terna a Mejor Película se encontraban Patton, de Franklin J. Schaffner, relato bélico que ensalzaba una figura militar; Aeropuerto, de George Seaton, para lucimiento de viejas glorias, enmarcado en el género de desastres y acción en vías de convertirse en gran filón. Love Story, de Arthur Hiller, que derramaba melaza en su relato melodramático y lanzaba al mundo la frase amor es nunca tener que pedir perdón; Mi vida es mi vida, de Bob Rafelson, con Jack Nicholson en el papel de exniño prodigio con una vida adulta orientada a la nada, como espejo de la clase trabajadora estadunidense. Por último M.A.S.H., dirigida por un cineasta novato, curtido a lo largo de diez años en la televisión: Robert Altman.
M.A.S.H., que incluía a futuras figuras como Donald Sutherland, Tom Skerritt, Elliott Gould, Robert Duvall y Sally Kellerman –como la oficial Labios calientes-, ganadora del Oscar a Mejor Guión, era una sátira irreverente, centrada en una unidad médica móvil durante la guerra de Corea, a través de las acciones demenciales de tres cirujanos que mostraban, con un ácido humor, los horrores del conflicto bélico, cuestionando de paso la política militar y el sufrimiento de aquellos que peleaban por el país. Altman sería nominado al Oscar a Mejor Director, un premio que jamás obtendría pese a obras como El ejecutivo o Vidas cruzadas/Short Cuts, aunque en 2005 sería compensado con un Oscar honorario por su trayectoria y M.A.S.H. se convertiría poco después en una exitosa serie para la televisión y, a su vez, le llevaría a ganar de manera sorpresiva la Palma de Oro en Cannes.
Retratos multicorales
En la que era su quinta película, Robert Altman mostraba ya su estilo fragmentario y coral –sello de su filmografía posterior– para contar una historia desde diversos planos narrativos, al tiempo que reafirmaba su condición de contestatario y rebelde, como lo había mostrado desde su debut en Vidas perdidas/The Delinquents (1956), seguida de The James Dean Story (1957), donde retrataba el nihilismo adolescente y la delincuencia juvenil, que sin embargo no causaron mayor efecto en las pantallas, por lo que se abocó a la realización de series de televisión luego de pasar por el cine-reportaje y el documental deportivo.
Altman dirigió episodios de populares programas de TV como Bonanza, Alfred HItchcock presenta, Combate, Maverick, Ruta 66, al igual que varios telefilmes como The Katherine Reed Story, actividad que mantendría de forma constante, a pesar de su futuro prestigio como realizador, que estaba por llegar. Nacido hace cien años, un 20 de febrero de 1925, Altman se mantuvo lúcido, fuerte y en gran forma hasta el final: el 20 de noviembre de 2006, a los ochenta y un años, mientras promocionaba la que sería su última película: A prairie home companion (2006), inspirada en una serie radiofónica real emitida desde 1974, un programa de variedades familiar con música en vivo, anuncios ficticios, un serial detectivesco y más. A un siglo de su onomástico vale la pena revalorizar su obra singular, atípica, realizada a contracorriente de las fórmulas y los mecanismos de Hollywood, con gran impacto en el cine europeo.
Oriundo de la ciudad de Kansas, Altman abandonó muy pronto sus estudios de Matemáticas en la Universidad de Missouri para convertirse en piloto de un avión bombardero hacia el final de la segunda guerra mundial. Al terminar ésta, prueba suerte como guionista en California y logra vender algunos libretos a la RKO, pero no sucede nada. Regresa a Kansas y se inicia como documentalista publicitario, lo que le permite respaldar su primer par de incursiones en el cine independiente pero, ante el fracaso de éstas, se ve obligado a instalarse en la televisión, donde hace una exitosa carrera hasta que consigue regresar a la industria fílmica de la mano de los actores Robert Duvall y James Caan –quienes apoyaron a su vez a otros jóvenes como George Lucas y Francis Ford Coppola–, con La conquista de la luna/ Countdown (1968), en la que imprime su dinámico estilo de mosaico coral para narrar la vida de un equipo de astronautas, fuera y dentro de sus entrenamientos, a la que le seguiría la agridulce comedia melodramática Aquel día frío en el parque, realizada en 1969, el mismo año que M.A.S.H.
Brewster McCloud/Volar es para los pájaros (1970) planteaba la historia de un joven empeñado en volar sobre el Astrodom de Houston, en esta ácida y cruda visión del “sueño americano”, tópico clave del cine de los setenta, como lo muestran Mi vida es mi vida, Atrapado sin salida, El padrino, Rocky, Fiebre de sábado por la noche, Taxi Driver y más. A partir de ese momento, desarrolla en esa década y en la siguiente una atractiva filmografía, en la que actualiza y desmitifica varios iconos y muestras de la cultura popular estadunidense. Ahí está el caso del multirrevisitado viejo Oeste en Del mismo barro/McCabe and Mrs. Miller (1971), con Julie Christie y Warren Beatty, una visión del western legendario que no tiene nada de romántico y se centra en el tema de la prostitución en los pueblos que surgían en el mapa del país.
Es polémica sin duda su concepción sobre las reservaciones indígenas, en Búfalo Bill y los indios (1976), visceral e iconoclasta versión del célebre cazador de búfalos, conocedor de las costumbres de los pieles rojas y estrella circense, protagonizada por Paul Newman, al igual que su adaptación fílmica de El largo adiós (1973), que treinta años atrás protagonizara Humphrey Bogart en el papel del antihéroe de Raymond Chandler, Philipe Marlowe, encarnado en esta ocasión por Elliott Gould y con varias escenas filmadas en Tepoztlán, Morelos. De esa época se desprenden otros retratos multicorales e intrigantes microcosmos sociales como sucede en Imágenes, con Susanah York como una mujer con problemas mentales; Nashville, colorido mosaico del estilo de vida “americano”, que documenta un cierre de campaña electoral en la ciudad de Nashville y el afamado festival de música country; Healt, Quinteto, Una pareja perfecta, El día de la boda: retratos de amplios grupos de personajes; Tres mujeres, retrato casi surrealista sobre las elecciones íntimas de un trío de jovencitas, y Popeye, con Robin Williams y Shelley Duvall, en los papeles de los extravagantes personajes de la historieta homónima: el marinero devorador de espinacas y su esbelta novia Olivia.
En la década de los ochenta realiza filmes inclementes y políticamente incorrectos, como Loco amor, a partir de un guión del dramaturgo y actor Sam Shephard, con él mismo, Kim Bassinger y Harry Dean Stanton, sobre la tormentosa relación entre dos medios hermanos en un polvoriento motel sureño, o Más allá de la terapia, mordaz sátira sobre la psiquiatría y las terapias de grupo que consolidan su reputación. No obstante, Robert Altman vuelve la mirada a la televisión (Tanner 88, El motín del caine, Vincent y Theo), al tiempo que se prepara para regresar con inquietantes y renovados bríos en la década siguiente, como lo muestra la audaz crítica al mundillo de Hollywood y los responsables de levantar o destrozar carreras en la industria: El ejecutivo/The Player (1992), protagonizada por Tim Robbins.
Vidas cruzadas: la obra maestra
Su indudable obra maestra es Vidas cruzadas/Short Cuts (1993), cuyo hilo conductor adquiere proporciones de tragedia, representado por un editorialista de TV y su mujer, cuyo hijo pequeño es atropellado. Altman acude aquí a una serie de insólitos atajos emocionales que retratan incomunicación, agresividad, perversión sexual, asesinatos gratuitos y soledad. Relatos tragicómicos de vidas cruzadas, que incluyen a una cantante de jazz en decadencia y su hija suicida, un limpiador de albercas cuya mente es una terrible confusión, los juegos sadomasoquistas de una pareja de maquillistas, una joven que atiende una hot line al tiempo que ejecuta labores hogareñas, como alimentar a sus hijos o cambiarles los pañales. Un policía mitómano e infiel, un joven doctor obsesionado con una antigua aventura extramarital de su esposa y tres amigos que pescan y toman fotografías al lado del cadáver de una mujer desnuda que han descubierto en el río. Trozos de una realidad perturbadora, triste, terrible y asfixiante, inspirados en relatos de Raymond Carver.
También están historias como Kansas City, en la que el jazz y sus enormes intérpretes se erigen como protagonistas. Los caprichos de la moda, centrada en los ambientes de las top models y los secretos de la alta costura; Dr. T y las mujeres, intrincada visión de la condición femenina; Gosford Park/Muerte a la medianoche, soberbia tragicomedia negra y thriller de suspenso al estilo de Agatha Christie, o El acto/The Company, escrita y protagonizada por Neve Campbell, que sin ser lo mejor de su obra ofrecen otra perspectiva del trabajo de un cineasta corrosivo que alcanzó su clímax en los años noventa, configurando una filmografía poco convencional, tan audaz como sorprendente.