Bemol sostenido
- Alonso Arreola | @escribajista - Sunday, 09 Mar 2025 10:00



Hace exactamente treinta años sucedió en la UNAM el concierto Rock por la Paz y la Tolerancia. Allí tocaron Santa Sabina, La Lupita, La Maldita Vecindad, Los Estrambóticos y otros grupos que buscaban, en pleno auge del movimiento zapatista, apoyar a comunidades indígenas de Chiapas.
En ese y otros pequeños festivales organizados por estudiantes, artistas y activistas, era posible sentir una fuerza desconocida, la necesidad de compartir creencias en torno a temas urgentes que otras generaciones habían soslayado.
Así, aunque seguían siendo mal vistos por un sector de la población, quedaban muy atrás las persecuciones y censuras del PRI setentero, sepultadas desde el boom del rock “en tu idioma” que en los años ochenta había dejado la tierra fértil.
Entonces, en 1998, ocurrió algo completamente nuevo, montado en todas las experiencias previas y en el ambiente de una nueva rebeldía política. Hablamos de la primera edición del festival Vive Latino. Con su llegada la industria se revitalizaría, los grupos verían un objetivo y los melómanos un fin de semana onírico.
A partir de ese momento y hasta el día de hoy, los festivales musicales de México han vivido una gran diversificación e, inevitablemente, algún tipo de perversión. Ya se sabe, no se pueden conseguir dividendos sin que aparezcan otro tipo de intereses. Los pros, empero, nos parecen superiores a los contras.
Sí, el alza en los precios es cuestionable. Partiendo del salario mínimo, en 1998 se necesitaban seis días de trabajo para comprar un boleto del Vive Latino. Ya en 2020 se requerían dieciséis días de trabajo para conseguirlo. Luego del aumento sustancial a dicho salario, hoy se necesitarían diez días de trabajo. Claro está, las entradas ahora están sujetas a compañías de boletaje que introdujeron el sistema de fases y cargos extra. A ello podemos sumar el costo de los productos y servicios que se ofrecen adentro.
Aparte del asunto económico y pese a intentos genuinos para desarrollar nuevos talentos (verbigracia el Circuito Indio), el festival Vive Latino ha tenido problemas para sustituir a bandas icónicas que no ven cerca un reemplazo natural. Asimismo, se ha visto en la obligación de crear tributos, eventos sorpresa y colaboraciones improbables que convierten su espacio, para bien y para mal, en un collage surrealista.
En tal sentido, respondiendo al reto de la subsistencia, el cartel se ha visto conquistado poco a poco por numerosos grupos anglosajones que, en un intento de crossover, enriquecen el diálogo estético pero desdibujan el perfil que presumía su nombre original (Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino).
También ha ido abandonando el espíritu de escenarios de nicho como la Carpa Intolerante, que desde su nombre planteaba una curaduría de riesgo, lo que albergó a numerosos proyectos experimentales que de otra manera no hubieran sido invitados. Igualmente, aunque en algún momento apostó por vincularse con la literatura, prefirió no evolucionar en ese terreno, lo que había dado frutos brillantes.
Y no. No se trata de ser melancólicos. Actualmente el festival Vive Latino es más interesante y sano que en sus inicios. Hoy presenta espacios didácticos y una pulsión que nos sirve a todos. Hoy suena mejor y es más seguro para familias enteras. Por todo ello, deseamos de corazón que dure muchos años y que lleve a cabo una introspección revisionista para, con el pretexto de este aniversario, avanzar en su mejor sentido. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.