Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 09 Mar 2025 09:56 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La isla de los gatos

 

Para el tigrillo Panche, ojitos papujados

 

Quienes cohabitamos con gatos nos creemos expertos respecto a lo que hacen y sienten, incluso en lo que necesitan, pero a estas criaturas las nimba un aura arcana que nos rebasa. Yo poseo algunos. Una en particular, de color negro, Lucy, me contempla como si se preocupara por mí, me espera al abrir la puerta de mi cuarto, aunque no se deja tocar. Pudiera pensarse que El gato que decía adiós (Lumen, México, 2024), de Hiro Arikawa (Kochi, 1972), está dirigido en exclusiva a nosotros, pero hasta los alérgicos a su pelo amarán estos relatos que suman la simbólica cantidad de siete: número de vidas atribuida a los mininos. Arikawa es muy amada en su país, como suelen serlo los mangakas, aunque también hace ranboe (novela ligera) y novelas literarias. Su debut como novelista, adaptada posteriormente a manga, es Crónicas de un gato viajero, asimismo publicada en español por Lumen. Estamos, pues, ante su segundo libro, asimismo protagonizado por felinos. En ambas facetas sus obras resultan harto contrastantes, pues su manga más conocido, inspirado en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, titulado Fuerzas de Autodefensa de Japón, es altamente politizado y aborda un mundo distópico y para nada lejano donde no existe la libertad de expresión. Su obra literaria, hay que decir, bordea astutamente el sentimentalismo.

Los siete relatos tienen en común familias que adoptan uno o más gatos. En el primero, que da título al libro, mi favorito, sigue a un gato joven y a una gata veterana, quien enseña al pequeño una importante lección: hay que aprender a despedirse. El proceso, sin embargo, resulta harto complicado y Kota, el gatito, se empeña en introducir la pata en todo aquello que le permita dejar una huella en superficies de su casa. La historia de los gatos se narra a la par de la de sus humanos, siempre en tercera persona, con excepción del relato que cierra, sobresaliente homenaje al gato de Natsume Soseki. Los michis (atigrados, marrones, naranjas, grises... ordinarios, a excepción de Diana, que no pudo tener mejor nombre) tienen la facultad de comunicarse entre ellos, aunque no siempre de viva voz. Los propietarios son personajes muy diversos, algunos, incluso, evolucionan como seres humanos con la adopción de un felino. En “El gato de Schrödinger”, un famoso artista de manga está a punto de ser padre, no muy convencido de salir triunfante de tamaña responsabilidad debido a su fijación en el trabajo y su temperamento excéntrico. Su mujer se encuentra, en aquel momento, en casa de sus padres, pues en Japón se acostumbra que las embarazadas sean cuidadas por sus propias madres o una mujer mayor, y es entonces que Keisuke, el marido, se encuentra con un gatito en la calle, lo que despierta su compasión y su impulso de cuidar y proteger a un ser vivo y vulnerable, que dependerá de él, aunque por mucho menos tiempo que su hija. Algo que bien podríamos denominar instinto maternal. Más adelante nos encontraremos con un vulgar y tosco padre de familia que nunca ha experimentado atracción por los gatos, hasta que conoce a uno muy especial que le despierta sentimientos que se niega a reconocer. Otro más, fotógrafo de profesión, recibe el encargo de hacer un trabajo en Takenomi, conocida como “isla de los gatos”. Esta misión le resulta ingrata puesto que él no tiene afinidad con los gatos, y no porque no le gusten; algo en su actitud los hace recular ante su sola presencia y no se dejan acariciar por él, aunque esto podría cambiar gracias a la intervención de una misteriosa anciana con un ojo nublado.

Los siete relatos abordan, mediante prosa sencilla y ecuánime, cómo los gatos se relacionan con los humanos; cómo los gatos se relacionan entre sí y en algunos casos se da voz a los mininos para que expongan cómo nos ven a los humanos. Como en la vida real, es mucho más lo que nos enseñan ellos que viceversa, aunque nos permitan creer que somos nosotros quienes los domesticamos.

 

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